¿Por qué no votar?


Seguramente más de alguno de los amables y tolerantes lectores recordarán al extraordinario caricaturista Abel Quezada, quién se autocalificaba como mal dibujante, pero con una agudeza, un ojo crítico, un sentido del humor y una sensibilidad que lo convirtieron en un clásico. Sus cartones en el periódico Excelsior llenaron toda una época y sus series dominicales marcaron pauta de crítica escrita con humor en un país como el nuestro ayuno de humor, pero que lo sustituye por la comicidad barata, el albur cuando no la leperada y la parodia como un homenaje mal disimulado al parodiado. Las series de caricaturas de Quezada como las del “taco”, “la policía” y “la democracia” por citar algunas siguen siendo actuales y su sentido del humor no ha envejecido. Pues bien, en alguna ocasión,  luego de su efímera función como director del Canal 13, entonces canal oficial (tomo posesión y seis horas después renunció, según se dice por un encontronazo con la “pésima musa” Margarita López Portillo), en una entrevista le preguntaron que si consideraba que sus caricaturas serían un factor para el cambio social y contestó con un recuerdo de su niñez. Su padre era protestante (bueno, ahora se les dice cristianos), y tenía la costumbre de rezar antes de la comida y pedir por alguna situación en particular: alguna calamidad natural, algún guerra (que no faltan), alguna necesidad específica, algún problema social, etc., un día Abel y sus hermanos (suena bíblico ¿verdad?) cuestionaron al padre: “Papá, a poco de veras crees que rezar sirve para remediar esos males”, el papá contestó: “Puede ser que no los remedie pero es una manifestación de lo que quisiéramos que fuera”. Así son mis caricaturas, agregó, quizás no remedien nada pero son una declaración de principios, de cómo quisiera que fueran las cosas.
La anécdota de Quezada viene a propósito de las elecciones del próximo domingo, en las que se habrán de elegir ayuntamientos y legislaturas locales, y en las que, si no hubiera otro motivo, sería más que suficiente la oportunidad que como ciudadanos tenemos de expresar con nuestro voto nuestra “declaración de principios”, manifestar explícitamente nuestra opinión al seleccionar alguna de las opciones partidistas que los comicios nos brindan, o incluso conscientemente anular nuestro voto como postura política, lo que es inadmisible es no acudir a las urna, dejando abierta una serie de posibles interpretaciones, que nada tendrían que ver con la verdadera motivación.
Solía decir mi maestro de contratos Don Jorge Sánchez Cordero, que contra lo opinión generalizada de que “el que caya, otorga” en materia jurídica no sucede así.  En derecho, afirmaba, el que calla no dice nada. Ciertamente a menos que medie un apercibimiento el silencio en materia jurídica no significa aceptación, significa simplemente eso, silencio. En política el abstencionismo puede interpretarse como una postura de castigo, y quizás en gran parte pudiera ser así; puede interpretarse como un desgano, una apatía, y seguramente en muchos casos así será; algunos, especialmente los gobiernos gustarían de interpretarlo como una aprobación tácita de su función y dejar que las cosas permanezcan igual. Seguramente, amable lector, usted no querrá que su abstención pudiera interpretarse en un sentido diverso del que realmente tuviera.
¿Por qué no votar? Este domingo serán los comicios, a menos que nos haya tocado ser funcionarios de casilla, en cuyo caso la tarea será pesada y de gran responsabilidad, los demás ciudadanos tenemos la opción de acudir a nuestra casilla durante un lapso de por lo menos 10 horas. Las últimas elecciones no obstante que en alguna de ellas la emisión del voto fue más o menos copiosa, la duración total del proceso de votar en la casilla de mi adscripción fue de unos cuantos minutos. Los mecanismos actuales garantizan el “secreto” (no secrecía, cómo algunos despistados e ignaros políticos y politólogos dicen), se cumple con lo que la ley “manda” (no mandata, como algunos despistados e ignaros políticos y politólogos dicen). Es cierto, sin embargo, que de no estar presentes los ciudadanos capacitados para integrar la directiva de la casilla, o de faltar los representantes de los partidos políticos, y especialmente de que no acuda el electorado a emitir su voto, se crean espacios de tentación para que pudieren intentarse algún fraude en la votación.
Votar, no es sólo un derecho ciudadano, es prácticamente el único momento en que la ciudadanía puede determinar el rumbo de un gobierno, lo que equivale a decir el rumbo de un municipio, o de un estado o de un país. Un voto puede ser decisivo para el triunfo de un candidato o de un partido. Un solo voto puede significar la diferencia entre que llegue el candidato o el partido que representa mejor nuestras aspiraciones o nuestra ideología, o bien el que menos concuerde con nuestra forma de pensar.
Votar implica también cumplir con un compromiso que la vida en comunidad conlleva. El hombre es gregario por naturaleza, la división del trabajo y la especialización, aunada a la larga maduración que requieren sus crías, hacen que desde las manifestaciones más primitivas el ser humano se organice en comunidades, la vida comunitaria requiere pactos que estructuren las relaciones y que establezcan pautas de conducta y prevean las formas de resolución de conflictos. La participación responsable en la determinación de las normas y los pactos en las sociedades modernas reviste la forma de comicios, referenda y plebiscita. Abdicar de esta responsabilidad y de esta prebenda es renunciar a la propia naturaleza de ser racional y ser social.
Votar representa también una aspiración, un deseo y una enseñanza para las generaciones jóvenes. La convicción de que el camino de los enfrentamientos estériles, los derramamientos de sangre, las confrontaciones a partir de posiciones irreductibles, no pueden ser el camino para la construcción de una sociedad democrática. A mi manera de ver el camino de la democracia pasa necesariamente por la manifestación libre y secreta de nuestra voluntad. Camino para una democracia no sólo representativa, sino participativa y mas aún deliberativa. Una democracia en la que participemos no sólo en las votaciones sino en la toma de decisiones.
Si el ciudadano no ejerce su poder, el vacío que deja, alguien lo ocupará.
¡A votar el próximo domingo!. 

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