¡De la sima a la cima!
Las reacciones de la
naturaleza humana, también las mías propias por supuesto, no dejan de
sorprenderme, cuando no de preocuparme y no pocas veces de alarmarme. Guardadas
las proporciones por su condición divina, Jesucristo fue recibido con palmas
que al poco tiempo se trocaron cañas que culminaron con su pasión y
crucifixión. Los que hoy te alaban mañana te vituperan, los que te ensalzan
luego te humillarán. Y las mismas razones que sirvieron para elevarte habrán de
servir para abatirte. Condición humana me dirán los desocupados lectores, y
habré de coincidir, sea lo que fuere que con esa denominación se aluda. Al
general Tomás Ángeles Dauahare que hace algunos meses era poco más “pior” (ya
se sabe que “pior” es peor que peor) que el Z-40 y no digo que Z-41 porque
seguro que me acusarían de homofóbico los defensores a ultranza de una
preferencia sexual, (aunque mis amigos gays sólo se reirían, estoy seguro),
ahora lo ensalzan y el generalazo de cuatro estrellas que hace pocos días nos
visitó, lo apapacha y consuela de los malos momentos que el “sexenio” pasado lo
hizo pasar. Poco falta para que lo coloquen en la rotonda de las personas
ilustres y que pongan con letras de oro su nombre como apéndice de las del
Glorioso.
Bueno, así son las
cosas. Dice el proverbio zen: “La hierba crece aunque la maldigas, la flor se
marchita aunque la bendigas: ¡es así!”. El día que se conmemora “la marcha de
la lealtad” cuando los cadetes del H. Colegio Militar acompañaron custodiándolo
al presidente Madero, fue el día en que militares del ejército mexicano,
volteaban la cara y traicionaban el juramento de lealtad al presidente
constitucional. ¡Claro! Siempre es mejor considerar los aspectos positivos y
mirar con optimismo la vida y su desarrollo, pero, decía Don Julián Marías: “Se
puede vivir haciendo cuentas o sin hacerlas, pero si se han de hacer, hay que
hacerlas completas”.
No hace tantos años en
la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión se le tributó una “atronadora
ovación” (decían las crónicas) a un ciudadano ejemplar, al señor Gregorio
Cárdenas, que tras compurgar una condena por varias décadas en razón de haber
practicado su habilidad diseccionadora en sus novias, después de privarlas de
la vida desde luego, que obtuvo su libertad y fue jaleado porque se había
rehabilitado plenamente. Cabe decir, aunque suene a mala leche, que cuando quedó
libre ya no estaba en edad de tener
novias, menos aún de diseccionarlas. Nadie podrá cuestionar su ejemplaridad:
ejemplo de que el crimen no paga y en cambio el pagó con varias décadas de su
vida, y ejemplo de que, tras algunos lustros de buena conducta puedes obtener
para solaz de tus biógrafos, una ovación de los diputados, que eso sí, lo que sea
de cada quien, es de lo que mejorcito les sale.
Al general Ángeles lo
nombraron en estos días “doctor honoris causa” en alguna de las múltiples
universidades que ahora asuelan (no, no me equivoqué, así lo escribo y así lo
pienso) asuelan, aunque, pensándolo bien no basta con llevar el nombre para que
su esencia le corresponda, el hábito no hace al monje, y el nombre no es
arquetipo de la cosa, aunque le duela a Platón. Con ese nombramiento entró a
formar parte de un grupo, (sigue siendo selecto), de los que forma parte
también el comediante Héctor Suárez, nombrado en estos días “doctor honoris
causa” por una universidad poblana, por sus múltiples y valiosas aportaciones a
la cultura nacional. Samuel Ramos y Santiago Ramírez, entre otros, tendrán que aguardar
turno porque todavía faltan el “caballo”, “la corcholata”, “el flaco” y una
pléyade de personajes nacionales.
No tengo nada contra
el general Ángeles y menos aún contra el Glorioso, pero tengo muy claras las
palabras del Director de un medio periodístico que durante varios años me
brindó hospitalidad, entonces yo aún era joven y dispuesto a “quijotear” ,
aunque también a “sanchear” (a sus horas, dice mi amigo el Tovarich): “Hay que
tener cuidado –me dijo- con cuatro temas: el Presidente de la República, la
Iglesia Católica, el Narcotráfico, y el Ejército, y de las cuatro el de más
cuidado es el ejército”. Entonces, por si las moscas, desempolvé mi cartilla
militar y constaté que di mi servicio militar en Los Caños, Aguascalientes, que
“no alfabeticé, ni fue alfabetizado” (de lo que deje constancia en un pasado
articulejo en que escribí “caya” por “calla” y que el perspicaz corrector dejó
incólume).
La cuestión por
supuesto es delicada, muy delicada. El pasado sexenio la Procuradora General de
la República, Maricela Morales, que por cierto sigue cobrando como servidora
pública, ahora con una representación en el extranjero, acusó al general Tomás
Ángeles Dauahare entre otras lindezas de tener nexos con grupos del
narcotráfico. La acusación en si misma no sorprendió, al menos no a quienes no
conocíamos mayor cosa del general. No era la primera vez, ni la última, en que
se acusara a un miembro del ejército de encontrarse en complicidad para la
producción, traslado, protección y comercialización de la droga, en particular
la mariguana (que dentro de poco comercializará el rancho San Cristóbal).
Seguramente más de un lector recordará que hubo Secretario de la Defensa
Nacional señalado por los “güeros” como inodado en negocios turbios
relacionados con el narcotráfico y al que se le negó la visa para los EE.UU..
Junto con el general Ángeles fueron consignados otros mandos del ejército. El
hecho era ejemplar y disuasorio, mostraba que el gobierno del Lic. (no de la
UNAM) Felipe Calderón no cejaría en su guerra contra la delincuencia organizada
y en particular contra los narcotraficantes. El expediente de apoyarse en
“testigos protegidos” era una novedad en nuestro derecho importada para la
legislación penal. Los mexicanos podíamos sentirnos orgullosos del gobierno que
daba la lucha frontal contra la delincuencia.
Hete aquí, sin
embargo, que a pocos meses de estrenar Presidente de la República y con él,
Procurador General de la República, se constató que los testigos protegidos, si
eran protegidos, pero no testigos, que las acusaciones eran infundadas, que
todo el proceso “un tinglado” para desprestigiar a honrados servidores de la
Patria, y el general Ángeles y demás coacusados fueron exonerados de toda culpa
y liberados con bombo y platillo. ¡Qué bueno! Pero, ¡ese maldito pero!. No me
hace la liberación, ni el doctorado honoris causa, ni los homenajes, sino que
hecho público el “montaje” realizado en el sexenio pasado para “acusar a
inocentes”, lo cual constituye un delito, los culpables o siguen viviendo del
erario público o disfrutan de la hospitalidad de otros países en donde reciben
una sustanciosa paga por contar sus “experiencias”.
Cómo dice el otro
flamante honoris causa: “Por eso estamos como estamos”.
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