¿El pacto, un camino para una nueva Constitución?
El día de ayer luego
de unas jornadas azarosas en las que se puso en entredicho la viabilidad del Pacto
por México, dadas las reservas manifestadas por las dirigencias del Partido Acción
Nacional y del Partido de la Revolución Democrática, finalmente previa la
adición de una parte complementaria alusiva a la prohibición de apoyos
gubernativos en materia electoral, con bombo y platillo, presencia de los
medios, difusión festinada, habiendo “mucho gusto” para todos, el señor
Presidente de la República Enrique Peña Nieto, el presidente del PAN Gustavo
Madero y el del PRD Jesús Zambrano fumaron la pipa de la paz, no obstante estar
en un recinto libre de humo, aunque no de “smog”, y dieron el banderazo de
salida para algunos temas que se encontraban en el limbo político, en tanto no
se aterrizaran los acuerdos con la llamada “oposición”, la que aparentemente
está jugando mas el papel de un socio incómodo el de un opositor políticamente
fundamentado. Un primer avance del Pacto será la cacareada reforma financiera
que, al fin, será presentada por el secretario de hacienda Luis Videgaray.
Con todos los asegunes
que se le quieran poner, la firma del Pacto es un inobjetable logro político
del Presidente, una legitimación realizada por sus contendientes y una
ratificación de un liderazgo de la figura presidencial que hacía muchos
sexenios no ejercía sin objeciones. No se trata de tomar el rábano por las
hojas ni de justificar el presidencialismo per se, sino simplemente apuntar un
hecho dentro del contexto del sistema político mexicano, que tímidamente ha
logrado avances democráticos que parecen tender a un semi-parlamentarismo,
atorado por de pronto en un presidencialismo acotado por una partidocracia
rampante. (no estoy seguro de que se entienda lo que quise decir, es más ni
siquiera estoy seguro de lo que quise decir, pero parece que quedó rimbombante
y enfático)
El triunfo en la campaña presidencial del PRI,
apuntalado en un candidato que era, desde el punto de vista de la post
democracia, un buen producto, una cara nueva, una presencia agradable entre
yuppie y metrosexual, con un discurso persuasivo, sencillo y nada
comprometedor, ante dos oponentes y una comparsa (estuve tentado escribir dos
comparsas y una oponente), que solitos se desdibujaron, se autozancadillearon y
no rescataron ni siquiera la ignota posibilidad de declararse “presidente
legítimo”, aunque siempre cabe la posibilidad de autonombrarse “ex candidato
presidencial legítimo”, el triunfo digo,
y la clara división de los dos partidos principales opositores, facilitó el
acercamiento para precisar un mínimo de acuerdos, o quizá un acuerdo sobre un
mínimo de puntos que permitieron sentar las bases del Pacto por México.
Por supuesto no se trata de la primera vez que en este
país se firme un pacto con pretensiones nacionales, pero los anteriores se
dieron en las épocas en las que bastaba la voluntad expresa del Presidente de
la República, para que al día siguiente bajo el lema de “lo que hace la mano
hace la tras” las fuerzas vivas del país cerrarán filas en torno a “la
patriótica decisión”, “la valiente iniciativa”, “la sapientísima propuesta”, etc.. Ahora vivimos
un interesante proceso en el que, fuimos testigos de acercamientos y
distanciamientos, acuerdos y discrepancias, acusaciones y contra acusaciones, y
finalmente el humo blanco de un convenio expresado en el Pacto, en el que
quizás algunos puntos finos de la negociación no se hagan públicos y se
mantengan sólo en el conocimiento y eventual utilización por las partes. Todo pacto
es un acuerdo de voluntades, y en la política como en ningún otro campo se
manifiestan voluntades diversas a partir de intereses no solamente distintos si
no muchas veces encontrados. Las diferencias ideológicas, al menos en las
declaraciones de principios, parecen irreconciliables. Las acciones concretas a
partir de los principios ideológicos recorren caminos diferentes en la búsqueda
de los objetivos expresos por cada agrupación política. Se ha dicho que la
política es el arte de la conciliación, el Pacto por México parece ser un buen
ejemplo.
Más allá del contenido del acuerdo, de por sí muy
interesante, que merece ser leído íntegro por todo ciudadano mexicano, el
aspecto formal relevante es el hecho mismo de poder aterrizar un convenio con
puntos concretos de acercamiento entre diversos grupos políticos, en que se
destacan los puntos afines y se fijan
criterios y políticas de acción. Una constitución no es sino la expresión de un
acuerdo político social que se plasma en un documento en el que se consignan un
catálogo mínimo de derechos y la estructura básica organizativa del estado, las
características de sus elementos integrantes: territorio, población y gobierno,
y en cuanto a este último, los niveles y jerarquías, sus ámbitos de autoridad,
sus atribuciones, su integración, su duración, responsabilidades y formas de
remoción. Una constitución plasma lo que en un tiempo y lugar determinado una
sociedad considera como elementos mínimos de su organización político social.
Es tiempo de preguntarnos con absoluta seriedad y despojados de cualquier carga
histórico política, si la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos
que recogió en 1917 las aspiraciones de un pueblo que emergía de una dictadura
que contaba con un grupo de intelectuales y políticos de vanguardia, formados en
el pensamiento marxista que quedó incorporado en los artículos 3, 27 y 123 de
la Constitución, responde actualmente a las inquietudes, necesidades y
aspiraciones de un México del siglo XXI, en un mundo globalizado y con una
economía caótica. Muy probablemente la respuesta sea “no”.
No solamente por el mero transcurso del tiempo nuestra
Constitución se ha quedado desfasada, sino que los criterios jurídicos
internacionales, la injerencia de los organismos supranacionales en la vida
interna de los países, la ampliación redefinición de los derechos fundamentales
conocidos también como derechos humanos, la creación de nuevas instituciones a
partir de necesidades sociales concretas y generales, el desarrollo social en
sí mismo, y fundamentalmente la multitud de adiciones, modificaciones,
supresiones, que ha sufrido nuestra carta magna, la mayoría de las veces
carentes de una técnica jurídica adecuada, impulsadas por la oportunidad
política o por el capricho del gobernante. El momento parece propicio para qué
a partir de un Pacto, indudable avance político, se plantee la necesidad de crear
para un país del siglo XXI una constitución del siglo XXI.
correo-e: bullidero@outlook.com
Comentarios
Publicar un comentario