HOMINEM TE, ESSE MEMENTO
“Si
queréis conocer a un hombre, revestidle de un gran poder. El poder
no corrompe, solo desenmascara.” Pítaco de Mitilene (640-568
a.c.).
Con la debida anticipación estuvo
lista la logística. El Señor Presidente había fijado la fecha
oportunamente y todo, hasta el menor detalle preparado para que el
evento sirviera un múltiple propósito, aunque no en orden
jerárquico, había que mostrar la fuerza del partido y la unión en
torno a su líder nato y a la vez Presidente de la República;
enseñar a la oposición, que por cierto se encontraba dividida y
desmoralizada, como se tenía el control, el apoyo, la simpatía y la
lealtad de sus partidarios; mandar un mensaje al extranjero
particularmente a los EE.UU. de la unidad de los mexicanos en torno a
su Presidente; salir al paso de las críticas que señalaban la
supuesta superficialidad y la actitud populista del titular del
ejecutivo de como el pueblo entendía, comprendía y ratificaba las
decisiones presidenciales; y finalmente, ¿por qué no? Fortificar su
propia persona con la energía popular en un lugar simbólico como el
zócalo de la ciudad de México. Desde muy temprano los servicios de
limpia y seguridad tuvieron despejada y limpia la gran plaza, las
calles adyacentes debidamente vigiladas, el acceso de los vehículos
que trasladarían cuidadosamente ordenados, las colaciones y
tentenpiés a la gente y en particular a sus dirigentes, así como
sus estímulos para unos y otros, las porras rigurosamente preparadas
y ensayadas, los grupos para amenizar mientras el acto político daba
comienzo. Había que ser muy cuidadosos porque al Presidente le
molestaba profundamente cualquier aspecto por pequeño que fuera, que
quedara al margen del control. El templete, el sonido, las pantallas,
las flores, los accesos, las personas “espontáneas” que
rompieran las vallas para acercarse a estrechar la mano, dar un beso,
o entregar una cartita, el niño simpático que eludía la vigilancia
para dar un beso al Presidente. Las transmisiones preparadas, tanto
la radio como la televisión cubrirían toda la duración del acto.
La seguridad preparada. El ejército atento. Servicios de emergencia
en alerta. Todo preparado, todo listo, ya se anunciaba que en breves
minutos se tendría la presencia del Presidente de la República
Licenciado José López Portillo, hace casi cincuenta años.
Si algo ha tenido el Presidente
Andrés Manuel López Obrador es revivir los viejos rituales del
sistema presidencialista mexicano. El culto a la personalidad. Lo que
usted diga Señor Presidente. Nadie nunca lo había dicho mejor que
usted. ¿Cómo es que a nadie se le había ocurrido antes. Es cierto,
se hacía algo parecido, pero sin ese acento democrático y de
justicia social. La pureza de intención, Señor Presidente, redime
cualquier falla operativa que se pudiera tener. Lamentablemente se
enfrenta no sólo a las acechanzas de sus enemigos, sino también a
la incomprensión de muchos de los que se dicen sus amigos. En fin,
la letanía es larga y es también un proceso al que muy pocos pueden
sustraerse, menos aún, si como dice el dicho: de por sí es
sonriente y le hacen cosquillas.
Se dice que en la llamada hermana
república de Yucatán, en sus pueblos se practica una especie de
diversión local a la que llaman “cultivar”. Una vez escogida la
víctima que suele ser un fuereño o recién llegado, y precisado el
fin del cultivo se empieza a trabajar. En la mañana alguien se le
acerca, le saluda, le pregunta como se siente, le insiste y le aclara
que lo nota algo decaído. Mas tarde en el restorán el mesero le
pregunta si se siente bien, porque luce demacrado. Entra a alguna
tienda y el dependiente le aclara que no es botica pero que le puede
conseguir un médico porque luce bastante mal. Asi, uno tras otros,
de suerte que para el medio día, el hombre “cultivado”
perversamente por el pueblo se siente francamente mal, enfermo,
decaído y a punto de desfallecer. Pero, desde luego se da el
“cultivo” al revés, del que suelen ser sujetos los gobernantes
por la corte de servidores, colaboradores, asistentes, lambiscones
que lo rodean.
El Pbro. José Rosario Ramírez, del
merito Jalostotitlán, quien fuera secretario de tres Cardenales de
Guadalajara, me platicaba que cuando fue designado Cardenal uno del
que ya no fue secretario, fue a conversar con un cura que había sido
su maestro, deseando prepararse para la grave responsabilidad. Su
viejo maestro con sabiduría y jocundia le dijo: Ahora que ya eres
Cardenal van a pasar tres cosas: la primera que no te volverás a
preocupar de que comer y de que beber, de aquí para adelante lo
tienes asegurado, la segunda que nadie te va a decir las cosas como
son para que no te preocupes, para que no tengas úlceras, para que
duermas tranquilo, para que no te de una crisis nerviosa, y la
tercera que cuando finalmente te enteres y comprendas como están en
realidad las cosas, todo te va a valer madres.
Se
cuenta que al emperador romano Marco Aurelio, de los Antoninos Píos,
le gustaba pasear por las calles y plazas de Roma y que recibía
vítores y aclamaciones de los ciudadanos, pero que solía hacerse
acompañar de un esclavo que caminaba algunos pasos detrás de él y
que de vez en vez, el siervo se acercaba discretamente al emperador y
le susurraba al oído “Recuerda, solo eres un hombre”.
Lo
cierto es que el Senado de Roma tenía prohibido que los ejércitos
romanos entraran en la ciudad. Cuando un general volvía victorioso,
el protocolo solo permitía que el comandante de la tropa, su guardia
personal y los músicos, hicieran la entrada triunfal. El general en
el Senado, recibía como reconocimiento un esclavo y una corona de
laurel. El esclavo situado un paso detrás del triunfador, con una
mano sostenía la corona de laurel sobre la cabeza del general y
cuando subía la intensidad de las aclamaciones, se acercaba al
militar y le susurraba al oído “Respice post te! Hominem te
esse memento!” que en español significa: “¡Voltea!,
recuerda que solo eres un hombre”. “Memento mori”,
«Recuerda que puedes morir».
En
el acto conmemorativo del primer aniversario del triunfo del
Presidente Andrés Manuel López Obrador sólo hizo falta el siervo
que le susurrara al oído: “Respice post te! Hominem te esse
memento!” .
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