MEMORIAL DE AGRAVIOS, POR EL BIEN DE TODOS
Ya
sin sorpresa conocí la filtración de la carta en la que el
Presidente López Obrador pide al Rey Felipe VI, pida disculpas a los
pueblos originarios por la conquista, conocí también la comedida e
inteligente respuesta de Su Majestad que, como desde hace muchos años
el gobierno español, transita en la búsqueda de la unidad, al apoyo
y el esfuerzo conjunto de los pueblos iberoamericanos. Es probable
también que el Rey se encuentre muy ocupado pidiendo disculpas a los
celtas, a los fenicios, a los galos, a los godos, visigodos y
ostrogodos, a los germanos y por supuesto a los árabes y judíos
que, en diferentes épocas conquistaron parte o la totalidad del
territorio ahora español.
Ignoro
si los aztecas ya se hayan disculpado con sus socios de la triple
alianza a los que finalmente sojuzgaron y si las disculpas hayan
alcanzado a todos los que fueron víctimas de las guerras floridas,
en las que sucumbieron sus mejores guerreros y sus mejores doncellas.
No se lo que en derecho de gentes se estile. ¿La disculpa de los
aztecas debe preceder a la de España?. ¿Los tlaxcaltecas tendrán
que disculparse también por haberse aliado a los españoles para
sacudirse el imperialismo azteca? ¿Y las indígenas que se ayuntaron
con los conquistadores serán objeto de escarnio histórico? ¿Y los
que somos descendientes de aquellos españoles, que somos muchos,
tendremos que pedir disculpas? ¿Tendremos que disculparnos por
hablar español? ¿Habremos de abjurar de nuestras creencias y
abrazar las doctrinas de la Reforma y sus múltiples sectas que,
proliferan especialmente en el sureste de la república?.
Por
sí o por no, presidente López Obrador respetuosamente le solicito
que asuma su postura a fondo, no solo para los titulares de los
diarios o como parte de sus epatantes y proximamente tediosas ruedas
de prensa mañaneras. De una vez vámosles regresando su virgen de
Guadalupe, símbolo oprobioso de la conquista en su doble vertiente,
la fuerza de las armas y la fuerza de las creencias. Hasta el nombre
árabe de Guadalupe nos fue impuesto por los conquistadores.
Clausurar los cultos extranjeros y retomar los de los pueblos
originarios para hace justicia a la memoria histórica. Seguramente
su esposa, al frente de la memoria histórica verá con buenos ojos
entronizar en la catedral de México a Huitzilopochtli, reivindicando
el lugar, la función, el culto, del Templo Mayor, y de paso le
tendría algunos candidatos a abonar con su sangre la sed de los
dioses, para que sean propicios para esta cuarta transformación. En
la villa el lugar corresponde desde luego a nuestra madre Tonatzin.
Fuente
de muchos males ha sido la imprenta, los libros dan materia para
pensar, el pensamiento provoca la disidencia, la disidencia desemboca
en lo contestatario, lo contestatario en la rebelión. Para evitarlo
se podría proscribir la imprenta. ¿Cómo es posible que los
españoles nos la hayan traído a solo 8 años de la rendición de
Tenochtitlán? Además mas del noventa y ocho por ciento de los
libros que se editan en nuestro país, son escritos y publicados en
el idioma de los conquistadores. Se podría empezar en establecer
como idiomas oficiales los de los pueblos originarios y anatematizar
el lenguaje del imperio español y de pasada el del imperio inglés.
Benito
Juárez, su admirado personaje, tomo la valiente decisión de cerrar
la universidad de México, que después reabrió Porfirio Díaz. Si
la universidad la trajeron los españoles apenas 33 años después de
la consumación de la conquista, si la cerró Juárez por ser lugar
de pensamiento opositor a su régimen, si el dictador Díaz la
reabrió como parte de su campaña de su siguiente reelección, son
tres razones mas que suficientes para volverla a cerrar. Rechazamos
los instrumentos dominadores de la conquista, reconocemos la gestión
patriótica de Juárez y deploramos las reelecciones de Díaz, y como
usted, ya lo dejó claro, no pretenderá reelegirse, el cierre de la
universidad de México es consecuencia lógica de su actuar, y desde
luego el restablecimiento del Calmecac.
Por
mi parte, le protesto Sr. Presidente López Obrador, la seguridad de
secundar sus patrióticas medidas y en vía de mientras y en tanto
surjan otras ocurrencias, le ofrezco no comer churros, olvidarme de
la capirotada y las torrejas, abjurar para siempre de la paella,
voltear la cara a la fabada, no oler ni siquiera el cocido, y
conformarme con tamales y atole.
Por
otra parte, sin duda en su agenda, estarán pendientes los
desagravios que habrán de realizar nuestros ¡Oh Dios! (odios)
vecinos, que, por cierto tuvieron el desplante de colocar la bandera
estadounidense en el Palacio Nacional, en el mismo en el que ahora
celebra sus reuniones mañaneras. Mas de la mitad del territorio
espera ser reivindicado, eso sin tomar en cuenta los agravios
actuales que nos duelen, lastiman, y ofenden, día tras día. Como
mínima muestra de congruencia, no le pido, le exijo, como mexicano
que algo he de tener de los pueblos originarios, aunque sea alteño
estereofónico, que solicite al Presidente Trump suspenda los actos
de agravio cotidiano a nuestros nacionales, a nuestro país, a
nuestro gobierno, y que desde luego, ofrezca disculpas por la
apropiación de nuestro territorio, por cierto herencia de la
conquista, y que proceda de inmediato a la devolución con todo
lo que de hecho y por derecho le corresponda.
Como
medida de protesta habría de convocar a un gran movimiento nacional
que fundado en la tradición de los pueblos originarios, proscriban
los jotdogs y las cocas, y solo se brinde con aguas frescas, tepache
y pulque, acompañadas con chapulines y gusanos.
Aunque
pensándolo bien Sr. Presidente López Obrador, me permitiría
recordarle que la política exterior la lleva ciertamente el
presidente de la república, pero de conformidad con el Senado, y que
tratándose de un asunto tan delicado como lo es la relación con un
país con el que nos une tanto, a nuestro pesar y el de la “memoria
histórica”, resulta por lo menos, irreflexivo que la ocurrencia de
pedir el desagravio solo la haya consensuado con la titular de la
Comisión de la Memoria Histórica.
Muchos
mexicanos llevamos sangre española, vivimos una cultura española,
pensamos en español, creemos y practicamos sentimientos religiosos
que nos llegaron de esa sangre, y llevamos también la sangre
indígena que nos ayuda a aglutinar una cosmovisión particular, un
sentimiento mágico y trágico de la vida, una paciencia secular, una
admiración y respeto por la naturaleza, una voluntad tenaz y un
espíritu rebelde. Ambas
sangres, Sr. Presidente López Obrador, están totalmente mezcladas y
ya forman una sola y no será usted quien las separe.
¡Sr.
Presidente! Su primera responsabilidad, que lamentablemente no ha
entendido, es ser factor de unión para los mexicanos. Aún está a
tiempo ¡Por el bien de todos!
Impecable. Lo comparto.
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