¿QUIÉN PERDERÁ LAS ELECCIONES?


De lo que te has perdido la noche de anoche, por no estar conmigo”. Los candidatos a la mayoría del electorado.

La noche de ayer, en Mérida, tuvo lugar el tercer y último debate entre los candidatos a Presidente de la República. En el primero permanecí al pendiente del menor detalle, no obstante la deficiencia de formato, que parece haber sido concebido intencionalmente para no poder conocer lo que un candidato piensa. En el segundo, soporté estoicamente el aburrimiento, hasta que vencido por el hastío y más aburrido que un león de zoológico, sucumbí al sueño, y al día siguiente me enteré de todo lo que me perdí, o sea de nada. El día de ayer, de acuerdo con el metereológico político, el debate sería un poco menos divertido que una misa de exequias de tres padres, por lo que decidí ocuparme de otros menesteres, como por ejemplo ésta mi cita semanal con un imprevisible lector, y con tres o cuatro amistades que por un deber moral autoimpuesto, me brindan su atención hebdomadaria (para ellos desempolvé esa palabreja).

En uno de estos días recibí, como todos los días, dos o tres mensajes de un ferviente priísta (nótese que digo ferviente, no creyente, que dudo que los haya), que se ocupan de denostar a los otros candidatos, preferentemente a ya saben quién, luego a Riqui Riquín, y del Bronco, a quien solamente hace caso su heroína madre (el dijo mi madre es mi héroe). Uno de los mensajes me llamo especialmente la atención. Su factura es profesional. Técnicamente bien hecho y con una producción digna de mejores causas. La primera escena muestra un velatorio, el cadáver al centro de la sala en un féretro, los deudos lo rodean, cuando irrumpe un individuo de mala facha y la cámara hace un acercamiento para mostrar su rostro patibulario. “Soy el que lo asesinó, vengo a pedir que me perdone” dice a la viuda o viudo. El restro del corto es por el estilo. El mensaje es directo y por debajo del cinturón. AMLO perdonará a los criminales. Por supuesto también es falso. No denota desconocimiento sino dolo y querer aprovecharse del desconocimiento jurídico de la mayoría de los electores. El indulto es perdón, la amnistía no, la amnistía es reconsiderarción de algunas conductas que, dadas las circunstancias pudieran no ser punibles, por ejemplo los que bajo amenaza se convierten en “esclavos” de la delincuencia organizada.
Como el anterior hay otros igualmente epatantes que, sin pudor alguno, trastocan los mensajes de ya saben quién, para recurrir al catastrofismo, al temor, a la advertencia de los terribles males que traerá consigo, entre otros, que transformará a México en una Venezuela (que dicho sea de paso, con más de 50 millones de pobres, no estamos muy lejos, y al ritmo al que combatió la pobreza el gobierno de Peña Nieto, tardaríamos más de 25 años para erradicarla); afirman que como moderno Herodes aprobará el aborto para matar a todos los nonatos; señalan que tiene un pacto con el innombrable, que acabará con la iniciativa privada y los industriales, que se expropiarán todas las tierras laborables, sin contar que las últimas informaciones corroboran que en ya saben quién, reencarnó el “chupacabras”, ni mas ni menos. En caso de elegirlo, el Arcángel matará a todos los primogénitos y los ríos se teñirán de sangre y sandeces de ese tamaño. No ha faltado por supuesto, el señalamiento de que muchos de sus colaboradores o simplemente gente cercana a él, tienen un negro pasado y tendrán un más negro porvenir, aplicando al pie de la letra la admonición bíblica: “ver la viga en el ojo ajeno, y no ver la paja en el propio”.
Con el candidato Anaya, los ataques han sido un tanto más sofisticados y, presumiblemente cuentan con el visto bueno de los Pinos, aunque habrá que recordar que el presidente Peña Nieto, no obstante su promesa de no meter mano en las elecciones, repetidamente se ha dirigido criticando a ya saben quién y a sus propuestas, porque, como lo ha demostrado a lo largo del sexenio no soporta que se le cuestione. No exculpo al candidato Anaya, no tengo los elementos para hacerlo, pero los mensajes del PRI lo condenan desde la sospecha, no desde las pruebas. Lo que exhiben como pruebas irrefutables, en un juzgado no tendrían más valor que el de indicios, y aún de ser ciertas las imputaciones de un señor, tanto o más pillo que al que pretende inculpar, estaríamos en presencia de una probable defraudación fiscal, pero no ante un blanqueo de dinero de la delincuencia organizada.
Los golpes bajos contra el candidato Anaya, aparentemente han surtido efecto. Al menos en las encuestas de las cuatro o cinco empresas serias, la intención de voto por el PAN y sus aliados no ha crecido y para algunas ha disminuido. El efecto, sin embargo, no ha sido el esperado por sus promotores (se sospecha que puede ser el gobierno federal, del politburó del PRI, algunos de los no redimidos de la mafia en el poder y los fervientes partidarios del tricolor de aquí, no del de Rusia). Los votos que ha dejado de ganar el candidato Anaya, no se han sumado, como esperaban, al candidato tricolor. No es de dudar que después del tercer debate, vendrá un tercer relanzamiento de una campaña, que está a escasos días de fenecer. El fútbol acabará con ella.
¿Quién sabe qué nos deparará este tercer relanzamiento? Primero intentaron “venderlo” como “candidato ciudadano”, no pegó, luego como “fajador”, tampoco pegó, se olvidaron de la candidatura ciudadana y regresaron a la etiqueta “PRI”, apostando a lo que quede de su voto duro y al resto que pueda captar la imagen de hombre bueno, probo, honesto y trabajador, pero, el recanijo pero. La etiqueta está tan desgastada que, cómo algunos toreros, más que meter, saca gente de la plaza. Y, algo más “pior” ( ya se sabe que “pior” es peor que peor), ¿por qué un hombre tan bueno se respalda con una publicidad tan mala? (mala, malvada, malintencionada, calumniosa y falaz, para empezar).
Quien sea que gane las elecciones, el perdedor sin duda será el sistema electoral mexicano, los partidos políticos y lo que es “pior” el pueblo de México que, apuesto, quedará hastiado, dolido, dividido y decepcionado. ¡Qué pena!.

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