EL “PEJE”, EL CANTO DE LA GORDA Y EL GATOPARDO.
¿A
dónde va Vicente? A donde va la gente. Dicho popular.
Después
de cuatro años de revisar intensamente los periódicos y las síntesis
informativas que incluyen los programas de radio y televisión, al
regresar a mi “tiendita” (la notaría) me he tomado unas
relativas vacaciones, mientras me pongo al corriente de cambios
legislativos, impositivos y de criterio, o más bien de falta de
criterio de algunas autoridades. Por eso no es de extrañar que no
supiera de la visita del señor “Peje” el pasado martes, invitado
según dijo por un grupo de empresarios aguascalentenses, algunos de los
cuales podrían haber pasado hace algunos años por integrantes de la
“mafia del poder”.
El
oportuno comentario en una reunión de amigos me puso sobre aviso,
porque no era dejar pasar una reunión informativa con el licenciado
Andrés Manuel López Obrador, pero ahora en la comodidad del salón
amplio y confortable de un conocido hotel del norte de la ciudad,
(como dirían las crónicas de sociales) con cofi breik y toda la
cosa. La generosidad y atingencia de un amigo cercano a las huestes
morenas, me permitió ahorrarme las colas para el registro y
colocarme como diría Benito Juárez en la honrada medianía. Ni
tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre.
Estratégicamente instalado pude tomar nota de la presencia de muchas
personas que se disputaban las primeras filas y que en otros tiempos
no hubieran ido a escuchar al “Peje” ni amarrados, a juzgar por
sus expresiones pretéritas.
La
concurrencia fue nutrida, y los que no se habían nutrido tuvieron la
oportunidad de hacerlo con un generoso “tentempié” que permitió
entretener a las lombrices, mientras llegaba la hora del amigo, los
güisquis y las botanas y por supuesto como diría mi amigo
“desequi”: “cosa bonita, viera usted”, nadie vergonzante,
nadie furtivo, intercambiando pródigamente “muchos gustos”,
sonrisas y parabienes, poniéndose al corriente de manera veloz: -
¿Qué
tal? -, - Pos aquí nomás, ¿y tú? -, - también, ai la llevamos -,
- bueno, aistamos -, - ei, aistamos -. Las sustanciosas
conversaciones fueron interrumpidas por una tentativa inacabada de
aplausos y porque casi la mitad de los presentes se pusieron de pie.
Yo no, ni que fuera Cagancho o de perdida Enrique Ponce. Era el
“Peje” que, sin fanfarrias ni matracas ni redobles ni porras ni
acarreados, como simple mortal, con toda naturalidad y sencillez
subió a la mesa al frente acompañado de Alfonso Romo a su derecha
y a su izquierda Ricardo Monreal, que luce muy remozadito como si
le hubieran acabado de dar su “charipé”, aunque hablando de
colocaciones desde el público el de la izquierda se veía a la
derecha y el de la derecha a la izquierda. Suele suceder.
López
Obrador estuvo en López Obrador, o por mejor decir estuvo en el
López Obrador de “amor y paz”. Se trata de disipar las dudas,
de desaparecer los temores, de convencer de que su gobierno no sería
de revancha sino de
re-angosta,
sólo exigiría cuentas a unos cuantos, los verdaderos responsables
de la debacle económica, política y social que vive México, es
decir a los de la mafia del poder, que es una expresión que impacta,
pegajosa, sabrosona y no comprometedora. Porque “ya saben quién”
acusa a “ya saben quienes” de los infinitos males que nos
acontecen a los mexicanos de “hermosas grebas” por citar al
clásico Homero, y perdonen los “millenials” no Homero Simpson
sino Homero el rapsoda.
Este
“Peje” inspira confianza, su actitud es bonachona, su discurso
sencillo y claro, sus acotaciones terminantes y sus bromas cuando se
refiere a muchas de las imputaciones que se le han hecho, francas y
sin dobleces. Uno piensa que es una persona con la que podría
amistar, con la que se podría charlar toda una tarde de béisbol,
ante unas caguamas y un pejelagarto bien sazonado, por allá en los
pantanos de su nativo Tabasco. Que sepa de béisbol es muy
importante, fundamental diría yo. Un deporte en que la estrategia
juega un papel definitivo, y en el que el tiempo no cuenta. Lo sabe
bien López Obrador que ha permanecido casi 20 años en campaña y ha
venido ajustando su estrategia de una forma en que aunque “esto no
se acaba hasta que se acaba” como decía Yogi Berra, parece que ya
cantó la gorda. También decía “la ópera no se acaba hasta que
canta la gorda”.
Por
descontado se da que no hubo sorpresas, los discursos del “Peje”
son como los conciertos de Vivaldi, agradables y predecibles, solo
que sin la brillantez y facundia del monje rojo. Aguascalientes,
según dijo, es el antepenúltimo estado en el que lleva a cabo una
reunión como la de antier, con empresarios convocados por Alfonso
Romo y sus colegas, y seguramente si alguien había tenido la
oportunidad de estar presente en alguna reunión anterior, se
encontró con que eran calcas. Más aún el discurso que pronunció
en la Asociación de Banqueros mutatis mutandi viene siendo lo mismo.
Lo que si me llamó la atención y de alguna forma me recordó a Don
Fidel Velázquez, fue que ahora se expresó de corridito sin las
desesperantes pausas que hace cuando lo entrevistan. Don Fidel lo
recordarán, cuando era entrevistado hablaba entre dientes de manera
que uno tenía que imaginar lo que decía, en cambio cuando
pronunciaba un discurso con sus agremiados pronunciaba fuerte y
claro. Con los periodistas cuando el “Peje” termina la respuesta
ni quien se acuerde cual era la pregunta.
Por
supuesto nadie puede estar en contra de lo que predica el licenciado
López Obrador, nadie puede estar en contra de acabar con la
corrupción, ni siquiera los corruptos que también públicamente la
condenarán. Nadie puede estar en contra de la impunidad, al menos
para el discurso y para las galerías. Nadie puede estar en contra de
que se disminuya el despilfarro, se bajen los impuestos, se reduzcan
los precios, se mejoren los servicios, los malos se vuelvan buenos y
los de la mafia en el poder ahora se ostenten como interesados, si no
seguidores del tabasqueño.
Lo
que es indudable es que, para muchas buenas conciencias, siguiendo la
receta de Don Fabrizio en la novela de Giussepe de Lampedusa “El
Gatopardo”, elevada a obra maestra por Luchino Visconti: “Hay que
cambiar para que las cosas sigan igual”, aunque para 50 millones de
pobres muy seguramente las cosas no cambiarán, pase lo que pase.
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