TAN LEJOS DE DIOS Y TAN CERCA DE EE.UU.
Mas
de 100 millones de personas presenciaron a través de diversos medios
de comunicación, el primero de tres episodios del debate entre los
candidatos a presidente de los EE.UU., en una esquina la señora
Hilaria Clinton y el señor Barak (creo que no hay traducción al
español) Obama y en la otra el señor Donaldo Trump. Los debates son
una añeja tradición democrática en el país vecino y en no pocas
ocasiones han servido para modificar las preferencias electorales, a
partir del desempeño ante las cámaras y frente al contrincante. Me
parece recordar como uno de esos casos paradigmáticos el de la
campaña en que se enfrentaron Juan F. Kennedy y Ricardo Nixon, en
donde la simpatía, algunos dirán carisma (yo reservo ese adjetivo
para cuando de veras repican fuerte) del
que
sería el primer presidente católico de EE.UU. sobresalió
claramente frente al eficiente manejo de la cosa pública de un
candidato que se vio oscuro. Merece la pena recordar que luego de la
muerte de Kennedy, cuando Nixon regresa en una campaña presidencial
le habían remodelado, había tomado clases de dicción, le habían
modificado el guardarropa, habían enriquecido su vocabulario, le
habían enseñado a sonreír y algo, ¡figúrense nada mas!, que
detectaron los diseñadores de imagen: su barba tan cerrada daba
apariencia de desaseo, de manera que durante la campaña era rasurado
hasta cuatro veces por día.
Es
claro que no existe el formato perfecto para un debate. Es claro que
cuatro horas y media de diálogo o discusión, para el caso es casi
lo mismo, es insuficiente para evaluar las cualidades que debe poseer
un presidente, y es claro, y esto me parece fundamental, no es lo
mismo Juan Domínguez que el hermano de Don Belizario. El
enfrentamiento verbal ante unas cámaras y un público es tan
distante de ejercer la delicada misión de gobernar, como la
distancia que hay entre aprender a nadar por correspondencia y
lanzarse al mar para mostrar las habilidades natatorias.
Mi
papá solía decirme y con los comentarios post-debate lo confirmé:
“¡Ay hijo!, tu eres el único que lleva el paso en el desfile”.
Las encuestas arrojan un resultado favorable a la señora Clinton,
consultando diversas encuestadoras más o menos el sesenta por ciento
de los encuestados manifestaron que ella habría ganado el debate;
alrededor de un treinta por ciento consideraron que el Sr. Trump fue
el ganador, y un diez por ciento opinaron que los Vaqueros de Dallas
son mejores que los Acereros de Pistsburgh. Queda un regusto raro,
sea cual sea el triunfador lo que parece evidente es que ninguno de
los dos: candidata y candidato, parece tener los tamaños para
gobernar el país mas poderoso del mundo. Si para hablar de seguridad
nacional y de allí a la seguridad mundial lo mas relevante es partir
de que “mi nieta de dos años”, que es preciosa, merece un mundo
mejor que el que el Sr. Trump le puede asegurar, como dijo la
abuelita Clinton, o bien que es necesario que el mundo le pague a
EE.UU. por su misión autoasumida de ser el Policía Mundial, como
propuso el Sr. Donaldo, habrá que concluir citando a los clásicos
(Rubén Figueroa): la caballada o la yeguada (para no incurrir en
incorrecciones políticas) está flaca.
Las
acusaciones mutuas fueron serias. La Sra. Clinton insulta con la
sonrisa en la boca y responde a las acusaciones con una expresión de
“yo no fuí” y la sonrisa que memorizó y reproduce a cada
momento. El Sr. Trump se exalta y lanza sus denuestos con desfachatez
y con expresión de ¿Eh, qué tal? Y responde a los cuestionamientos
con una actitud de “Sí y ¿qué?”. Uno también se pregunta ¿Qué
será mas grave? ¿Qué la seguridad de EE.UU. y del mundo se
manejaran en una cuenta privada de internet, como lo hizo la Sra.
Clinton, o qué el Sr. Trump haya dejado de pagar impuestos con
medidas de elusión fiscal (elusión, no evasión)?. ¿Qué mas
reprobable? ¿Que más de tres mil comunicaciones de la Secretaria de
Estado Clinton las haya borrado sin dejar respaldo, o qué el
empresario se niegue a informar de sus impuestos en tanto no termine
la auditoría que actualmente le está practicando el gobierno de
EE.UU.?.
Doy
gracias a Dios o a Marx (como decía socarronamente Solón Zabre) de
no ser americano porque me vería en la disyuntiva de votar por
alguno de esos candidatos. Es cierto que en México no cantamos mal
las rancheras y muchos pensarán que peor, pero es indudable que para
el orden mundial la elección norteamericana cuenta y aunque sea cosa
mala cuenta mucho, y la elección en México aunque sea cosa buena,
no cuenta tanto (Presidente Peña dixit).
Entre
los aspectos relevantes del debate habría que destacar los aspectos
económicos. Al margen de si el bisabuelo de la nieta de la Sra.
Clinton, pintaba con sus propias manos algunos artefactos que luego
vendía, o de si se animaría a celebrar contratos con un empresario
avezado como Trump, que me parece anecdótico e irrelevante, casi
como el hecho de que la candidata vistiera de rojo que es el color
del partido republicano y el candidato vistiera de azul que es el
color de los demócratas, lo que parece grave es la forma en que
abordarían los problemas financieros. Espanta saber, según Trump
son datos duros, que EE.UU. tiene balanza comercial deficitaria con
la mayoría de sus principales socios o clientes comerciales.
Preocupa saber que las tasas bancarias están siendo sostenidas con
alfileres y que en cualquier momento algún factor fuera de control
podría alterarlas y con ello alterar la economía mundial. Las
medidas que Trump propone son duras y garantizarían según él que
su país recupere el control de su economía y asegure estabilidad
mundial. La Sra. Clinton con una sonrisa asegura que eso no pasará.
¿No pasará?
Por
citar a los clásicos y ahora se trata de recordar al Presidente
Porfirio Díaz, al que muchos añoran, con una frase que se le
atribuye: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados
Unidos”.
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