La verdulera, el notario y el Presidente.
Para
Miguel Ángel Zamora y Valencia que me regaló la anécdota.
“La
palabra de una verdulera de la Merced, vale más que la de un
notario” la rotunda voz de Zamora retumbaba todavía mas con el
énfasis con que remarcaba el hecho, “A las pruebas me remito”.
“En
una de las múltiples accesorias que rodeaban al antiguo mercado de
la Merced en la ciudad de México, una mujer que para efectos de la
plática podemos llamar Chonita, se dedicaba a la venta de verduras.
Mujer hecha al trabajo, se había curtido entre el peladaje, los
marchantes y las autoridades, de reglamentos y también de policía,
de manera que cualquier chicle le sabía a menta, y cualquier manta
era mantón. Avezada en cuentas que hacía de memoria, y en cuentos
que memorizaba, enriquecía y trasmitía con algo de su propia
cosecha, no se arrugaba para el albur, por mas que no estuviese bien
visto en las mujeres, y su boca era mas afilada que navaja de
barbero, aunque, justo es decirlo, navegaba con bandera si no era
provocada, lo que no sucedía a menudo porque quienes la conocían
bien se cuidaban de no alebrestar aquella sierpe.
“Ante
el anuncio de la limpieza y remodelación de la zona del mercado, un
auge inmobiliario se desató en aquella zona. Las propiedades se
revaluaron y nuevos clientes surgieron interesados en adquirir
inmuebles en el rumbo que claramente sería objeto de una importante
plusvalía. No faltaron las propuestas de compra para Chonita que
ignorante y todo, se había hecho propietaria de la pequeña
accesoria con magnífica ubicación a unos pasos del mercado. No se
vende, era la respuesta invariable.
“Tanto
va el cántaro al agua hasta que finalmente le llegó una propuesta
que le hizo dilatar la púpila y poner en acción el músculo dilator
naris
para oxigenarse mas creciendo los hoyuelos narizales. Vieja taimada
Chonita no quiso dar su brazo a torcer y sobre la espléndida oferta
todavía el envíado de la compradora ofreció (ofertó dicen los
rectores y los políticos) unos pesos mas: Es todo lo que puedo
ofrecer, le dijo, ¿lo toma o lo deja?. Estamos tratados, sólo que
yo se poco de papeles, mal se escribir mi nombre y hago cuentas en el
aire, nada de papeleos, notarios, o bancos. A mi denmelos peso sobre
peso y les vendo.
“Puestos
de acuerdo, el representante de la vendedora que ya había tomado sus
providencias, recabado la documentación, actualizado prediales y
licencias, hizo la cita con el notario, convino con Chonita y pasó
por ella. En la notaria, el notario que era de los que si
atestiguaban sus escrituras (¿habrá de otros?), procedió a leer
integramente el contrato, detalló con pelos y señales la existencia
legal de la compradora que era una sociedad anónima, precisó las
facultades de quien en el acto la representaba, detalló las
características del inmueble, explicó que el precio que consignaba
era el que le decían los contratantes, y aquí, Chonita dió un leve
respingo. La persona que había acordado con ella la operación la
tranquilizó. Su dinero cabalito estaba listo a cambiar de mano, solo
que para efectos fiscales el notario había puesto otra cantidad que
en nada le afectaba ni afectaba la operación. Terminó la lectura,
la compradora hizo el intento de entregar el dinero, pero el notario
atento a no haber consignado algo diferente de lo que presenciaría
les pidió que pasaran a otro privado donde peso sobre peso como
habían convenido, Chonita recibió el precio de su accesoria.
“Regresaron
a la oficina del notario, éste preguntó si ya se había hecho el
pago. Chonita contestó que sí. El notario le pidió que firmara y
apareció el pero. Es que no se firmar dijo Chonita, pero sí se
poner mi huella, agregó. Además de la firma, aclaró el notario,
necesitamos que alguien firme a su ruego. Acomedido y ya se sabe que
no hay acomedido que quede bien, la persona que había ajustado la
operación y convencido a Chonita se ofreció a firmar, para lo cual
el notario no tuvo inconveniente. Chonita, antes de que firmara el
acomedido, aclaró que necesitaba tres meses para cambiarse y si no,
no había operación. Tres meses era pecata minuta. Convenidos, se
firmó, el notario puso el “ante mí”, firmó y selló y todos
contentos.
“Pasados
los tres meses otro representante de la sociedad comprador acudió
con Chonita para recibir el local. Chonita se extrañó, puso el
grito en el cielo, acusó al testaferro de querer despojarla de su
accesoria, ahora que se sabía que había subido de valor, y para
evitar el despojo acudió ante la delegación mas cercana en donde la
turnaron con el agente del ministerio público para presentar su
denuncia en contra de quien resulte responsable. Narró con lujo de
detalles que ante el rumor de que les pretenderían desalojar de sus
propiedades un abogado se presentó con ella ofreciéndole sus
servicios para defenderla. Ella estuvo de acuerdo y para que pudiera
representarla según le dijo el abogado, necesitaria un poder
notarial, así es que la llevó con un notario, Chonita puso su
huella en el poder, se quedó confiada y con sorpresa ahora sabe que
al parecer el supuesto abogado trabajaba para quien pretendía
despojarla. Se iniciaron las averiguaciones, el notario fue llamado a
declarar y para corroborar su dicho presentó a quien firmó a nombre
de Chonita. ¡Un empleado de la aparente compradora!. No había
rastro bancario del pago. Habían engañado a la pobre Chonita. La
escritura se anuló y la humilde Chonita siguió disfrutando de la
propiedad que con tanto sacrificio había obtenido y conservado.”
La
palabra de una verdulera de la Merced vale mas que la de un notario.
Todo
esto viene a cuento porque un editorial del New York Times en días
pasados hace referencia al gobierno de México poniendo en entredicho
la credibilidad de las autoridades mexicanas. Los diarios mexicanos y
desde luego un sector importante de la población que, no olvida a
Doña Marina, secundó el editorial. No soy quien para ponerlo en
duda, pero de vez en cuando, recuerdo que la palabra de una verdulera
(y mis respetos para las demás) puede valer mas que la de un
notario.
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