A propósito de H. Moreira: café y política.
Batallé
para darle título a esta columneja, hubiera podido ser simplemente
“café y política” pero pensé que no hubiera llamado
suficientemente la atención del desprevenido lector. Destacar
únicamente a H. Moreira no tendría el aporte juguetón que implica
el cafetear y el politicar. En México hemos progresado, ¡pero cómo
no!. Antes la política se asociaba naturalmente (nadie se espantaba)
a brindis y excesos. De la Cámara de Diputados, terminada las
sesiones, trasladarse a las cantinas no sólo no era mal visto sino
de algún modo se tomaba como un relajamiento necesario. Tan poco era
mal visto que un diputado y digo diputado en un sentido extensivo por
aludir a cualquier político, portara armas. En multitud de ocasiones
al calor de las discusión salían a relucir las armas. La historia
consigna (creo que el diario de los debates no) cuando el gobernador
potosino Aurelio Manrique que tenía defectos seguramente, dice de él
Alberto O. : "Abstemio empedernido [Manrique], dictó una
fulminante prohibición a la fabricación de vinos y mezcales, además
de limitar el horario de venta de los mismos [...] empresarios,
hacendados, comerciantes y bebedores estaban en su contra",
tenía la virtud del valor y la alopesia en la lengua. Siendo
diputado federal interrumpió al presidente Plutarco Elías Calles
“El turco” con la célebre invectiva: “Señor Presidente, es
usted un farsante”. Muchos desenfundaron apuntando al potosino, al
que seguramente salvó la entereza (¿cinismo?) del Turco que
continuó con su informe. Manrique tuvo como consecuencia el exilio y
luego algunos cargos menores en la política (¿maizeado?).
Eran
otros tiempos, tiempos de pólvora y alcohol, ahora de coca (¿Coca?)
y café. Con desencanto leí hace poco tiempo que ya no les servirán
a los legisladores mexicanos bebidas alcohólicas en las sesiones.
¿Cómo se supone que podrán soportar las tediosas lecturas y los
discursos teledirigidos?
Tan
solo a unas líneas de distancia las dos noticias ocupan en el
periódico español mas o menos el mismo espacio. Aunque la detención
del político mexicano en el aeropuerto de Barajas tiene una llamada
en la primera plana, una columna en el lugar de honor (el de la
derecha), el cabezal es escueto: Detenido en Madrid un expresidente
del PRI por corrupción, en letras mas pequeñas: Humberto Moreira
está acusado por EE.UU. de blanqueo y malversación, y pasa a
páginas interiores (a la 6) donde desarrolla un poco mas la
información. En la segunda viene la columna de José Ignacio
Torreblanca “El efecto Starbucks” en la que graciosamente
relaciona el café con la política. No menciona a H. Moreira ni
tampoco a NI(colás)MADURO, que también ocupa un lugar en la primera
plana, que la está pasando mal, pero no tanto como la oposición ni
como el sufrido pueblo venezolano que luego del sueño de Bolívar ha
tenido que soportar muchas pesadillas, la mas reciente que se inició
con Hugo Chávez y se despeña vertiginosamente con Maduro.
Torreblanca se pregunta por qué el consumidor español que pagaba un
euro por un cafelito en su cafetería habitual, un poco mas por un
cortado y no mucho mas por un “largo”, está dispuesto a pagar, y
lo paga, tres veces mas por un café en la empresa transnacional.
Es
evidente que el espacio en el nuevo establecimiento está diseñado
para ofrecer mayor comodidad, la sensación de cierto aislamiento
dentro de la misma área, los servicios de wi-fi para el
indispensable smartphone, y una variedad de una treintena de bebidas
incluyendo 13 diferentes tipos de café. Torreblanca sostiene que los
hábitos del consumidor han cambiado y que las empresas que son
exitosas en la actualidad dedican una buena parte de su tiempo y
esfuerzo en conocer las inquietudes, deseos, aspiraciones,
aborrecencias, fobias, etc., del “cliente”. Por cierto en la Roma
antigüa en donde se acuñó la palabra y de allí clientela, el
cliente era un peregrino o un vecino que no tuviera los derechos
plenos de un ciudadano que se acercaban a la protección de alguien,
un patricio seguramente, que los representaba, que realizaba negocios
por su cuenta, que daba la formalidad y legalidad que sus clientes no
podían dar, que ofrecía seguridad y tranquilidad y la posibilidad
de tener beneficios por negocios que, de otra forma, no podría
realizar por su falta de “personalidad”. El Pater que los
representaba tenía no sólo utilidades pecuniarias sino un prestigio
que se incrementaba en la medida que aumentara su “clientela”.
Una especie de negocio ganar-ganar. Torreblanca se plantea, a mi
manera de ver, con razón que las agrupaciones políticas no parecen
preocuparse por conocer en que forma ha cambiado la “clientela”
de los partidos. De la misma manera en que empresas que parecían
inamovibles en la preferencia del consumidor, de un día para otro se
vinieron abajo arrastrando una tradición y un prestigio que de nada
sirvió ante las preferencias actuales, las instituciones
tradicionales, llámense iglesias, partidos políticos, etc., que no
comprendan que el “cliente” ha cambiado seguirán sufriendo la
desbandada que han sufrido negocios conservadores.
Mientras
doy unos sorbos a mi tradicional café negro, medito en que H.
Moreira fue encarcelado en España por la orden de un juez español
de la Audiencia Nacional, Santiago Pedraz, (la misma institución que
juzgó a Pinochet), y que la orden devino de un proceso iniciado en
el estado de Texas por diversas conductas delictivas derivadas del
saqueo de fondos públicos en el estado de Cohauila del que fue
gobernador. Datos oficiales señalan que cuando H. Moreira asumió el
gobierno de su entidad, la deuda pública era de alrededor de 25
millones de dólares, seis años después la deuda se había
incrementado a unos 2,500 millones de dólares. ¿Por qué tuvo que
ser un proceso en EE.UU. el que propiciara la dentención del
exgobernador que, principio de inocencia de por medio, debería dar
cuentas de una administración pública desastrosa y que, seguramente
en México su responsabilidad oficial ya prescribió? ¿Por qué tuvo
que ser un juez de la Audiencia Nacional de España el que llamara a
cuentas a H. Moreira por las sospechosas actividades financieras
llevadas a cabo en México, EE.UU. y España?.
El
desapego de la cosa pública, el abstencionismo patente en las
elecciones, la apatía en la participación ciudadana y otros signos
inequívocos de anomia, muestran que la “clientela” de los
partidos políticos con sus posiciones, declaraciones de principios,
procedimientos y actuaciones tradicionales no encuentra respuesta a
sus nuevos requerimientos, necesidades y gustos.
¿Qué
nuevas alternativas podrán ofrecer las agrupaciones políticas que
les permitan conservar y acrecentar su “clientela”. Lo podríamos
discutir mientras bebemos un cafelito.
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