¿La Universidad despolitizada?

La Autonomía no es una idea abstracta, es un ejercicio responsable, que debe ser respetable y respetado por todos.” Rector de la UNAM Ing. Javier Barrios Sierra,  discurso del 30 de julio de 1968 en la explanada de rectoría.


El catorce de marzo de 1966 apenas unos cuantos días después del inicio del curso en la Facultad de Derecho de la UNAM, al llegar a la clase de las 7 de la mañana nos sorprendimos al encontrar rodeadas las instalaciones con barricadas de tablones, muebles y alambradas que impedían el acceso. Recién llegados, el puñado de paisanos que habíamos logrado el ingreso nos contemplábamos consternados, se corrían los rumores, que si había renunciado el director de la facultad, que si era un movimiento enderezado contra el rector, que si las fuerzas políticas de la oposición, que si el propio gobierno desestabilizaba, que si…en fin. La renuncia del director César Sepúlveda se confirmaba, minutos después alrededor de las 8 de la mañana arribaba al estacionamiento de maestros un vehículo del que descendió un respetable anciano que se dijo era Don Ignacio Medina Jr., ameritado maestro, designado como interino y que pretendía acompañado de algunos empleados ingresar al edificio. De improviso inexplicablemente aparecieron cajones de tomates maduros y algunos barbajanes empezaron a lanzarlos sobre el indefenso maestro. La conducta soez se generalizó. Dice José Ingenieros en su todavía vigente obra El hombre mediocre, “juntad mil genios en un concilio y tendréis el alma de un mediocre”. Esta es, decía para mí, la máxima casa de estudios del país; este es el comportamiento de los universitarios; este es el respeto para un maestro, para un anciano, para un semejante. Repentinamente abriéndose paso a codazos un hombre de alrededor de 50 años con una despeinada cabellera blanca con plena decisión se puso frente al maestro Medina Jr. y lanzó una arenga exaltando los valores del respeto, de la autonomía, del carácter universitario y apaciguó a la turba que cedió ante la propuesta de realizar un referéndum y tomándolo del brazo abandonaron la explanada para subirlo a su coche y alejarse de la turbamulta. Por cierto el atrevido que desafió a la plebe era Jorge Sánchez Cordero, años después mi maestro de Contratos.
El recuerdo de aquel incidente, preludio de muchos más graves que me tocaron vivir como alumno en la UNAM, el conocimiento del daño que a la educación universitaria de nuestro país produjeron la intromisión de grupos políticos, no siempre los partidos registrados, el alto costo en todos sentidos de los movimientos que pulularon en muchos de las instituciones de educación superior del país y la experiencia de una universidad como la nuestra, la Autónoma de Aguascalientes que ha mantenido el diálogo constante entre los diversos actores del proceso enseñanza-aprendizaje, sabedores de que la universidad no son los maestros, ni los alumnos, ni la administración, ni las instalaciones, sino que es una comunidad viva, actuante, responsable, solidaria con una finalidad trascendente: lo dice nuestra protesta profesional: “Transformar a la naturaleza en bien del hombre y al hombre en bien de sí mismo”.
Hace dos o tres días evoqué el recuerdo de aquella mañana en CU, por el comentario de un locutor de una radiodifusora local que criticaba que la Rectoría de la UAA, desde hace varios períodos no permitiera realizar activismo político como parte de las campañas para la elección de autoridades municipales y diputados al Congreso del Estado. Señalaba además que los estudiantes eran mayores de edad y debería respetárseles su derecho para realizar propaganda a favor del candidato de de su preferencia en la forma o términos que lo permite la ley. Su comentario dio pábulo a llamadas del público, algunas señalando cierta tendencia política de las autoridades, otras criticando las limitaciones para la política partidista, otras celebrando las limitaciones para la “partidización” de la política universitaria.
La cuestión es compleja y como toda cuestión social tiene múltiples vertientes que matizan el análisis y en su caso la toma de una postura definida. Por definición, por su naturaleza y finalidades la Universidad no puede ser ajena a la actividad política, convive con ella, la hace objeto de estudio, toma posiciones, hace propuestas a los actores políticos, se desarrolla en fin, inmersa en la vida social que es tanto como decir en la vida política. Buscar señalar límites implica el riesgo de traspasar el tenue lindero de la libertad y concretamente de la autonomía.
A raíz del movimiento de 1968, que hoy, sólo por hoy, no quiero agregar ni un comentario más, el Consejo Universitario de la UNAM precisó el concepto de la autonomía enfatizando la libertad de desempeñar sus funciones y lograr sus finalidades sin la intromisión de fuerzas exteriores y en particular del poder público. Los que hemos vivido de cerca el deterioro que produce el activismo político partidista dentro de la universidad, el descuido que trae consigo de las tareas cotidianas, el desgaste por los enfrentamientos entre los diferentes grupos partidistas, la desviación de recursos que estuvo presente en muchas instituciones de corte partidista, la proliferación de “estudiantes de profesión” fósiles que al amparo de un activismo político medran en las universidades, las limitaciones y no pocas veces las represalias para los miembros de la comunidad que se niegan a participar en la política partidista, por todo esto vemos con preocupación que se abogue por que la universidad se convierta en arena de campañas políticas partidistas. No se trata y esto debe quedar muy claro, de despolitizar a la universidad sino de asumir una postura política congruente con sus fines, mantenerse alejada de las contiendas partidistas, para ellas quedan el resto de los espacios sociales.
El maestro Dr. Sergio García Ramírez en su magnífico libro La autonomía universitaria en la Constitución y en la ley hace un exhaustivo análisis con el nivel a que nos tiene acostumbrados, en el que desglosa los diferentes aspectos jurídicos y sociales en torno a la autonomía universitaria en nuestro país. Partiendo del estudio del concepto en sí mismo, que como bien señala es polisémico, se centra en su aplicación y función dentro de la tarea de la enseñanza superior. Desde su creación en 1910, por cierto una de las últimas acciones positivas del porfirismo, hasta la consolidación de la autonomía en 1929, para después abordar los temas suscitados a partir de 1968 que culminaron con la modificación del artículo 3º constitucional en 1980. La regulación universitaria debe asegurar un mínimo de atribuciones y garantías autonómicas:  I. Regulación y gobierno; II. Los fines de las universidades y los principios constitucionales; III. Determinación de planes y programas; IV. Relaciones laborales; y V. Administración patrimonial.
La presencia el día de hoy en Aguascalientes del rector de la UNAM, José Narro Robles, es una magnífica universidad para replantear que: la política partidista no es tarea universitaria; que el quehacer universitario es fundamentalmente político; que el activismo político pervierte los fines de la universidad; y que, ojalá la UNAM consolide su sentido primigenio de ser una auténtica universidad nacional.
“Por mi raza hablará el espíritu”.

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