Víctor Sandoval, ¡espérame en el alba…!


Palabras pronunciadas en el gran homenaje luctuoso que el Gobierno del Estado encabezado por el Ing. Carlos Lozano de la Torre ofreció en memoria del maestro Víctor Sandoval. 


Con su permiso Sr. Gobernador.

Sra. Gelos, Alejandro, Eunice, Mauricio, ¡todos!, ¡todos!, familiares y amigos, los visibles y los no visibles, ¡todos aquí presentes!.

Con perdón del Maestro, perdón que tengo asegurado por la amistad y el cariño que me dispensó y que estaban bien correspondidos.

Con perdón de ustedes porque está mal que lo diga y que use la primera persona, pero mi “daimon” me ha dicho que así debo hacerlo.

A principios de los sesentas, cuando yo cursaba la secundaria en la Federal No. 1, se encontraba en proceso la creación de este mural. Las buenas conciencias y otras no tan buenas y otras no tan conscientes habían desatado sus iras por el irreverente, inmoral, majadero y provocador mural de Osvaldo Barra. De la Secundaria nos trajeron a Palacio donde nos recibieron el pintor y el secretario del gobernador, que se llamaba Víctor Manuel Sandoval de León, nos explicaron paso por paso el mural y nos convirtieron en sus apasionados defensores, no por su contenido o por su valor estético, sino, así nos lo imbuyeron, por el respeto a la expresión artística y por el respeto a la expresión de las ideas. Así era el respeto por la libertad del maestro Víctor Manuel Sandoval de León.

Años después en 1968, el gobierno de la república padeció un ataque de neurosis ante las expresiones libertarias de la juventud. La Universidad Nacional Autónoma de México tomada por el ejército suspendió sus clases. Un puñado de estudiantes que regresamos a casa mientras se reanudaban las clases, nos encontramos con la desinformación que se tenía de lo que estaba ocurriendo en la capital, Decidimos ir con el director de la Casa de la Cultura que ya se firmaba solamente Víctor M. Sandoval, y pedirle que nos permitiera hacer una reunión de información. No sé si lo pensó dos veces, el hecho es que dijo “sí” con la plena conciencia de que decir ese “sí” en el gobierno de Díaz Ordaz podría significar decir “adios”. Así eran las convicciones de Víctor M. Sandoval.

Por ese tiempo también, un grupo de jóvenes fuimos a proponerle al maestro Sandoval la creación de un Cine Club, no sé si lo pensó dos veces, pero dijo “adelante” y se creó el primer cine club con debate y todo en la ciudad de Aguascalientes. Una de las primeras películas que trajimos fue “Fando y Lis” de Alejandro Jodorowsky, que suscitó la ira y la condena de algunos de los representados en este mural y exigieron la no exhibición de la obra. El maestro Sandoval dijo adelante y se exhibió.  Así eran las decisiones de Víctor M. Sandoval. 

Siendo director de la Casa de la Cultura llegaba al Café de Andrea a las cinco de la tarde, diariamente se reunía con el Doctor Salvador Gallardo Dávalos, el licenciado Salvador Gallardo Topete y el licenciado Héctor Valdivia Carreón, que habían sido mis maestros en la Prepa y el doctor Desiderio Macías Silva, que no había sido mi maestro pero que después me eligió como su alumno. Además de los habituales acudían Ramón Claverán, Guillermo García Varela, Rolando Mora, Saulo Claro Martín del Campo, Mauricio Gallardo Topete, Eudoro Moreno. Era la mesa de los “fisiolocos” como la bautizó Enrique Castaingts, allí se discutía de poesía, de política, de filosofía, de arte, de cine, todo con una perspectiva de izquierda bajo la supervisión del “maestro” Gallardo Dávalos a quien el maestro Sandoval reconoció siempre su guía y enseñanza, por quien tuvo un cariño filial y para los otros, un cariño fraterno porque formaron una segunda familia. Así eran los afectos de Víctor M. Sandoval. 

Llegaba a la Casa de la Cultura y antes de entrar a su oficina, recorría las instalaciones, se asomaba a los salones, conocía a todos y cada uno de los integrantes de su Casa y mientras saludaba, como sin venir al caso, hacia alguna indicación. Don Leo: hay que remover esa tierra de las macetas está apelmazada. Arnulfo: hubo un brindis anoche y se quedaron por allí tiradas colillas y servilletas. Maestro Berard: le voy a mandar el carpintero porque esa duela se ve suelta. Leonor: recuérdele a Manuelito que mañana lo necesito a las 8. Y así con una sonrisa amable, pidiendo cortésmente pero con precisión. Cada uno sabía lo que había que hacer y lo que el Maestro esperaba de él. Así era el orden de Víctor M. Sandoval.

“Apenas a principios de febrero, se nos fue Desiderio por sorpresa, ¡Qué buen trigo perdimos en la empresa! ¡Qué buen trigo perdimos en febrero!” son los primeros versos del poema que dedicó a su compadre, a su amigo, a su compañero, a su hermano Desiderio Macías Silva. Un once de febrero a las cinco de la tarde, ¡eran las cinco en punto de la tarde! Cuando sucedió la apoteosis. Ese sábado sentí el llamado y llegué al hospital justo en la hora en que por formalidad se asentó en el acta como “hora de la muerte”, cuando debiera asentarse “hora de la transfiguración”.  Llame al Maestro Sandoval,  para darle la noticia, lo sentí desplomarse. Uno no acaba de entender…Tardó en rehacerse, tardó incluso en escribirle su “hasta pronto”: “Espérame en el alba: ¡Voy contigo!” y… ahora…¡terminó la espera! Y ¡allá va!. Así era la fraternidad de Víctor M. Sandoval.

Formó parte de la Corresponsalía del Seminario de Cultura Mexicana en Aguascalientes, luego miembro de número del Seminario y finalmente miembro del Consejo Directivo y Secretario General, para entonces ya sólo firmaba Víctor Sandoval. Colaboró con varios Presidentes del Seminario, el último, el doctor Luis Estrada. Un grupo de seminaristas fraguaron un “golpe de Seminario” y convocaron amañada y sorpresivamente a una asamblea en la que pidieron la renuncia del doctor Estrada. El Maestro Sandoval llamó a los amigos, apeló a funcionarios, platicó con seminaristas, buscando una salida elegante para Don Luis, incluso malquistándose con los promotores del golpe. Comentando la situación le dije:-Maestro, acuérdate que las paredes oyen y con frecuencia hablan-, -Oye- para él yo sólo era “oye”, rara vez me hablaba por mi nombre –hay cosas- me dijo -que no se pueden, que no se deben callar-.  Así era la lealtad de Víctor Sandoval.

Para el Maestro Sandoval la brecha generacional no existió, donde no había puentes los tendía, su visión, su previsión y su cosmovisión, respondían a una concepción del hombre libre de ataduras en una sociedad democrática y republicana, iba un paso adelante y donde tenía que detenerse se frenaba, franqueando el paso para quienes habrían de continuar la jornada, indicando rumbos, señalando metas, convencido de que sus utopías eran alcanzables. Su trato con las generaciones más jóvenes fue siempre respetuoso e incluyente, yo, abusaba de repente de su camaradería. -Oye Maestro, el título de tu libro no corresponde a su contenido, ¿Cómo que “para empezar el día”? mas bien “para arruinar el día”-, me respondía -¿Cuánto te costo? ¡Limosnero y con garrote!-. O bien: -Oye Maestro, ¿apoco de veras te gusta el Ferial?-, -Lo quiero como a un hijo tarado-.  Así eran la tolerancia y el sentido del humor de Víctor Sandoval.

En México, en su casa, el Maestro Sandoval me platicó que quería donar a Aguascalientes su biblioteca aproximadamente 15,000 libros. – Como ya no hayas que hacer con ellos…-, -Sí, pero no lo digas-, nos reímos y dijimos ¡Salud!. En Colombia había conocido la casa de José Asunción Silva convertida en un centro de estudios literarios e imaginaba algo así para su tierra, me pidió que lo tratara con el Gobernador del Estado y que le ayudara a encontrar la forma jurídica para crear el Centro de Estudios Literarios y asegurar su permanencia –No me gusta el cliente- le dije, y otra vez dijimos ¡Salud!. Las cosas marcharon, el gobierno dijo “¡sí!”, se localizó la casa para ser sede, Claudia, Juan Pablo, Sofía, y algunos más, metieron el hombro arrastrando el lápiz y surgió el CIELA “Fraguas”, el Maestro Sandoval dijo, “para que no estén las paredes pelonas les voy a mandar también unas pinturas”. Y con rebenque me preguntó -¿A dónde van los poetas buenos?-, -¿Al cielo?-, -¿Y los malos?-, -No sé?- -Pues al CIELA-. Así era la generosidad de Víctor.

Cuando estuvo por aquí, hace unos meses, caminamos desde el hotel hasta su “piedra”, bajo el laurel de la india “nada queda” frente a Catedral. Me platicó de su tristeza, de su vacío por la muerte de su mujer “Gelos”, me platicó de sus hijos, de la inteligencia y sensatez de Alejandro, del orden y el cuidado de Eunice, de la creatividad y sensibilidad de Mauricio, del cariño de los tres y del de sus nietos. Me dijo medio en broma medio en veras: -Anoche la cena estuvo fatal, no había vino, si no es porque mi mujer trajo una botella de whisky-, -¿Tu mujer?-,     -Eunice, no sé si es mi madre, mi esposa, o mi hija- soltamos la risa. Así era el amor de Víctor.

Y así podría hablar de su inteligencia, de su perseverancia, de su sagacidad, de su justicia, de su clarividencia y más, mucho más…

El domingo antepasado recibí el mensaje “mi padre ha muerto”. Yo, que no creo en los ángeles, experimenté uno a mi lado.

Recuerdo la última vez que lo ví, hace pocas semanas, en la presentación del programa del Aniversario Luctuoso de Posada, en el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes. Llegó ya empezado el acto, cosa rara en él, acusando la fatiga del vivir que la pérdida de su mujer, Gelos, había acelerado. Un tanto desconcertado volteaba a un lado y a otro sin  saber qué hacer. Al verlo me levanté y me dirigí hacia él, me acerqué, me tomó fuertemente del brazo y me dijo “Qué bueno que estas aquí” y lo conduje, a él, que tantas veces me condujo en la vida, a su sitio en el centro del Palacio de las Bellas Artes, en el centro de la cultura nacional, en el centro de  México.

Así eran la amistad y el cariño de Víctor y así será su sitio en la cultura nacional, en el centro, a perpetuidad... ¡Vale!    



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