LA CIUDAD, ACTO DE AMOR: LUIS ARNAL Q.E.P.D.
Me
enteré del fallecimiento hace unos días del eminente arquitecto
Luis Arnal Simón, apasionado de su carrera, con una sólida vocación
humanista, ligado a Aguascalientes por varios enlaces. Aquí
participó en muchos eventos, tanto por parte de la universidad, como
del Colegio de Arquitectos y de la corresponsalía del Seminario de
Cultura, del que formaba parte. Nos habló de los vestigios del
primer fuerte presidio en esta ciudad, nos habló de las haciendas,
del camino de la plata, de la traza de la ciudad, siempre ameno,
erudito y cordial. En su memoria desempolvo un artículo que escribí
hace casi una década.
Hace
algunos años, ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo
alumbre, la Corresponsalía
del Seminario de Cultura Mexicana en esta ciudad y la Universidad
Autónoma de Aguascalientes, organizaron un foro denominado “¿Qué
ciudad queremos?” en donde se plantearon a profundidad las
alternativas de crecimiento y desarrollo para nuestra casa común. La
participación de arquitectos y urbanistas reconocidos en México y
en el extranjero dieron un realce especial y propiciaron un magnífico
nivel de análisis y participación. La cuestión fundamental era, me
parece que sigue siendo, plantear que la ciudad es de todos y por lo
tanto debe estar al servicio de todos y que, por supuesto, los
ciudadanos debemos participar en la planeación de nuestras ciudades.
Aquella
jornada en la UAA fue exhaustiva y casi al filo de las 10 de la noche
todavía faltaba la intervención del arquitecto Luis Arnal Simón,
dotado de una sólida preparación, una vasta cultura y una profunda
sensibilidad. Dándose cuenta del cansancio del público, en su
mayoría jóvenes universitarios Arnal inició su intervención,
palabras más, palabras menos diciendo que comprendía que a esas
alturas ya se encontrasen cansados y por lo mismo no dictaría una
conferencia sino que les invitaba a escuchar una historia de amor.
Naturalmente la introducción de Arnal despertó el interés del
público, que olvidando el cansancio se dispuso a escuchar la
anunciada romántica historia. Y escucharon una bellísima
disertación sobre la ciudad como un acto de amor. Como la ciudad es
una expresión no sólo de nuestro pasado sino también del futuro y
desde luego el presente. Como la ciudad es el lugar de nuestros
afectos, de nuestros esfuerzos, de nuestras emociones, de nuestras
ilusiones, por ello la ciudad debe ser el espacio posible para que
cada uno de los ciudadanos tenga la posibilidad de desarrollar sus
potencialidades. Como la historia de amor de la ciudad es también la
historia de la humanidad, porque al agruparse los individuos tuvieron
que desarrollara un espacio que resultase no sólo protector, sino
cómodo y propicio para que las familias pudiesen convivir.
El
crecimiento de las ciudades implicó necesariamente la
especialización de sus áreas, la zonificación, la ubicación y
mejoramiento de sus servicios, las necesidades de transporte
colectivo, el establecimiento de grupos responsables de la seguridad.
En fin todo lo que conocemos en una gran ciudad o simplemente en una
ciudad moderna. La paradoja resulta cuando constatamos que si la
ciudad se creó para facilitar la convivencia, para optimizar el
costo de los bienes y servicios, para generar condiciones de mayor
seguridad y mejor nivel de vida, en la práctica resulta que muchas
grandes urbes se vuelven más inhóspitas que las condiciones de vida
rural.
La
autoridad electa para el bien común, la seguridad y la justicia,
fines tradicionales del derecho y el estado, pierde a veces de vista
que la especialización y zonificación de las ciudades responde al
interés colectivo y puede caer, y cae fácilmente en la tentación
de concebir sus propósitos como los fines de la comunidad, de asumir
sus intereses como si fueran los intereses colectivos y lo que es
peor, saber que la comunidad tiene otros intereses y pretender
imponer los propios por considerar que son mejores para la población.
La
autoridad siempre, aún la más autocrática, dice gobernar en nombre
de la ley y en apego a la justicia, las medidas se justifican siempre
atendiendo al estado de derecho, pero vemos siempre una constante
violación de las normas precisamente desde las más obligadas a
respetarlo. Algunos ejemplos servirán para clarificar algunas ideas.
Los mercados se crean para agrupar a los comerciantes bajo un mismo
techo y facilitar al consumidor la adquisición de las mercancías en
mejores condiciones de salubridad, de almacenamiento y de acceso.
Pero, si la autoridad permite que se comercialicen en las calles
bienes que debieran expenderse en los mercados, trastoca el orden de
la ciudad, provoca el abandono de los mercados y permite que se
ofrezcan al consumidor productos sin los controles de calidad, precio
y salubridad.
Las
calles se hicieron para el traslado y comunicación de las personas
con instalaciones laborales, de servicios, o de vivienda. El
mejoramiento de los transportes y sus características han hecho que
se transformen las calles en ejes viales, pasos a desnivel, puentes,
etc., pero cuando una calle se utiliza para hacer representaciones
teatrales o para exposiciones o para conciertos, se está trastocando
la finalidad de la rúa, se complica el ordenamiento y función de
las vialidades y por la conveniencia de unos cuantos se pierde de
vista el interés general. Es
lamentable que por decisiones administrativas los espacios públicos
como la
plaza de Armas se conviertan
en un tianguis sucio, insalubre, feo, incómodo e ilegal.
Amar
a la ciudad, es también respetar la vocación de sus áreas y
servicios.
¡Descanse
en paz, Luis Arnal Simón!
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