UNAM, TAPAR EL POZO
Hace
unos días una inexplicable y dolorosa muerte de una alumna en
instalaciones de la Universidad Nacional, puso de manifiesto la
vulnerabilidad no sólo de sus estudiantes, sino en general de los
habitantes de este país, expuestos a ser víctimas no sólo de la
delincuencia organizada o desorganizada, sino colaterales o meramente
circunstanciales de hechos de violencia que son el pan nuestro de
cada día.
En
la Habana hace algunos años, visité la facultad de Derecho de la
Universidad, buscaba a un maestro que había sido asesor del
comandante Fidel Castro y al que había conocido en un congreso en la
ciudad de México. Entre al recinto y me colé a algunas de las
clases. Quizás por la edad y por la barba pudieron pensar que se
trataba de algún maestro. Mas tarde platicando con la presidenta de
la Unión Nacional de Juristas de Cuba, me recriminó que hubiera
entrado sin autorización a la facultad y de pilón a las clases. Le
contesté que en mi país, en mi universidad, la UAA, cualquier
persona podía ingresar al campus y nadie le preguntaba que iba a
hacer. Le dije que igual pasaba en la UNAM. La presidenta no podía
entender que se fuera tan laxo en la seguridad y el control.
La
UNAM sin duda es un caso excepcional, su tamaño y su diseño,
complica que pueda tenerse un control de los accesos y un control de
las personas. Desde siempre ha sido un terreno fértil para la
comercialización de todo tipo de drogas y por lo mismo para la
presencia de diferentes grupos mafiosos, de golpeadores y porros, lo
único que no hay es la presencia policíaca, lo que viene muy bien a
la policía, porque con ese pretexto evitan enfrentamientos y con ese
pretexto los grupos delincuenciales mantienen su actividad con un
mínimo de molestias. Las llamadas islas eran mas bien oasis para el
comercio y el consumo de la droga desde los sesentas.
Recuerdo
también el caso de un líder estudiantil de Derecho, Espiridión
Payán que arengaba en un salón de clases de la facultad contra el
pistolerismo. De improviso entraron un grupo de estudiantes o porros,
lo sujetaron y le levantaron el saco exhibiendo como traía también
una pistola fajada al cinto. Entonces había un grupo de vigilancia
que desapareció como parte de las demandas estudiantiles en contra
de la “represión”.
Es
increíble que durante años el auditorio Justo Sierra, rebautizado
como Che Guevara, se encuentre en poder de grupos de seudo
estudiantes que lo tienen como vivienda y centro de operaciones de
actividades no precisamente académicas o de promoción cultural o
social. El auditorio está convertido en una vecindad pocilga a la
que las autoridades universitarias no voltean a ver. Ninguno de los
recientes rectores se han atrevido a molestar el avispero, ni
siquiera recientemente cuando un reportero de Tele Fórmula fue
encañonado por delincuentes vendedores de droga cuando descubrieron
que ocultaba entres sus ropas una cámara y que no era un estudiante
adicto como pretendía hacerse pasar. Hubo una leve reacción, se
detuvo a algún chivo expiatorio, se hicieron declaraciones, mas
declaraciones, y las cosas siguieron igual. La UNAM es a las drogas
lo que el Mercado de Sonora es a cualquier producto mas o menos raro
que se quiera adquirir.
En
1968 a raíz del llamado “Movimiento Estudiantil” el Consejo
Universitario precisó con claridad el alcance del concepto de
autonomía universitaria, que tiene que ver nada mas, pero nada
menos, con la capacidad de autodeterminarse en materia académica y
administrativa. No es ni puede ser delimitación de un territorio
soberano, ni patente de corso, ni zona neutra, ni nada que implique
que pueda ser espacio sin orden o sin derecho, aunque, dadas las
circunstancias, podría pensarse en una especie de cogobierno como
suele suceder en algunos centros de detención.
El
caso del homicido reciente, parece sin embargo, ser un caso atípico.
Los elementos de los que se tiene noticia, que tampoco son muchos, no
son concluyentes como para establecer que se trate de un acto de
violencia relacionado con la universidad ni con la actividad
universitaria. Tampoco parece caracterizarse como un crimen de odio
tipificable como feminicidio. No confluyen circunstancias atribuibles
a grupos delincuenciales, de los que no existen en la ciudad de
México, pero que todos los días conocemos sus acciones ilícitas.
La respuesta de la autoridad de la ciudad, que desde luego se
agradece, tiende mas a ofrecer un confortativo que una medicina para
la violencia. Las medidas de control de ingreso y de revisión que se
proponen, seguramente en la práctica resultarán insuficientes e
inadecuadas. La violencia ni es privativa, ni surge ni tiene como
destinatarias a las instituciones de educación superior. La
violencia es, para mal, endémica de nuestro país. Las medidas
propuestas no serán un paliativo ni un remedio.
Las
investigaciones apuntan fuertemente a la posibilidad de una bala
perdida. Eso explicaría la tardanza en la atención y desde luego la
insuficiencia de la respuesta de primeros auxilios. Se tiene la bala
y con ella la posibilidad de identificar sin duda el arma homicida.
Se sabe que se trata de un calibre de los de uso exclusivo del
ejército y se sabe que a menos de medio kilómetro se encuentran
instalaciones militares de la Secretaría de Marina. Se han
encontrado en el plantel algunas otras balas. ¿Se tratará de la
posible responsabilidad de una institución libre de toda sospecha?
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Si no se escuchó el disparo dentro del aula, es obvio que llegó de fuera. Si se le escapó el balazo a algún marino dentro de las instalaciones que se encuentran cerca, seguramente hay un responsable. Pero a estas alturas, el marino ya se bañó y el arma ya fue limpiada con petróleo, así que los rastros ya desaparecieron. También pudo haber sido uno de los narcotraficantes que operan dentro de la UNAM, cerca del aula donde estudiaba la víctima; casi todos traen Berettas 9 mm.
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