¿PAN Y CIRCO? ¡CIRCO Y CIRCO!

¡Today, Today!
¡Great parade!
The skeletons of Posada
and his terrific masquerade.

Pues no, no es que tenga animadversión al jalogüin, por el contrario me divierte mucho y aún creo, que en mi lejana niñez, hubiera disfrutado mas ir a pedir dulces al grito de “trick or treat”, que la lóbrega visita a las catacumbas de San Diego a turbar la paz de la momia del Padre Peña, aunque la curiosidad por ver las diz que crecidas uñas se imponía al temor de mirar los tristes despojos mortuorios de quien fue sin duda, fervoroso y diligente monje de los frailes menores.
Tampoco tengo nada contra la llamada “feria de las Calaveras” y menos contra el festival cultural en que, por lo visto, Sonora Santanera es sinónimo de cultura, y que, sin duda es imprescindible por lo cercano de la tumba que se encuentran los integrantes sobrevivientes, que bajo la dirección de Carlos Colorado ganaron hará 60 años el primer premio en “La hora del aficionado” que conducía Pedro de Lille.
Nada tengo que objetar al “tradicional” (así dicen) desfile de Calaveras que es un patético remedo de los desfiles americanos, con o sin carnaval, con o sin primavera, o con o sin halloween. Celebro que lo celebren y no me parecería nada mal que fuera organizado por los comerciantes que, finalmente es su negocio, aprovechan cualquier motivo para convertirlo en un pretexto para vender. Lo mismo es el magnífico invento comercial del día de la madre, como la navidad a la que ahora por decreto mercantil llamaremos “fiestas”. Habrá notado el atento lector que ya no se desea “Feliz Navidad” sino “Felices Fiestas”. Al menos se agradece ese resto de vergüenza de no aludir al cristianismo.
Todo está bien, o casi. En un país en el que mas de la mitad de sus habitantes viven en la pobreza. En el que la corrupción y la impunidad son las notas características de la vida pública. En el que la educación en “papelitos” “acredita” una formación que no se tiene. En un país de universidades “patito” que “comercializan” títulos sin esfuerzo, sin asistir a clase, sin estudiar, sin exámenes y con mensualidades “mas baratas de lo que imaginas”. En él que es infinitamente mas fácil abrir un “antro” que una empresa productiva. En él que, penosamente, la publicidad política es el medio de subsistencia de muchos “medios” de comunicación. En un país en fin, en que un soldado raso gana mas que un maestro raso, no tendría uno porque sorprenderse de que se gaste, por no decir dilapide, en espectáculos superfluos que aparentemente fomentan actividad económica pero, que, en resumidas cuentas solo producen la ilusión de productividad.
El insigne maestro Raúl Cervantes Ahumada lo ejemplificaba con un cuento que salpimentaba, con su humor contrastante con su monumental apariencia adusta. Contaba que un pueblo de su Sinaloa querido, el infaltable bromista pasó por el hotel y le entregó a la encargada de la administración un billete de mil pesos que le pidió que guardara, porque iba a la cantina y no quería gastar lo que no tenía. Al día siguiente el carnicero pasó temprano por el hotel para cobrar la carne de la semana y la empleada, diligente como siempre, le pagó con el billete que le habían dado a guardar. Seguramente le dieron cambio pero eso no es relevante. Al filo del mediodía el agente viajero pasó por la carnicería a cobrar el abono de la sierra eléctrica que recién había estrenado el carnicero. Éste le pago formal con el billete de mil pesos con el que le habían pagado en el hotel. Mas tarde el agente viajero al desocupar el hotel, pagó la cuenta con el mismo manoseado billete. Pardeando el día el bromista regresó al hotel y le pidió a la empleada su billete. Ella solícita se lo entregó. El bromista le preguntó: “Está segura que es el mismo billete”, “Si Sr. - le contestó – el mismito que Ud. me dejó”. “Qué bueno, muchas gracias, porque es un billete falso y si Ud. lo hubiera dado mas delante, habría causado problemas.”
El maestro Cervantes Ahumada usaba el cuento para mostrar como finalmente el dinero forma parte de un sistema de confianzas en la vida social. Pero que por sí mismo no representa en realidad un incremento de los satisfactores, porque puede ser, como en el cuento del bromista, que simplemente circule y sirva para “pagar” deudas, sin que con ello se haya producido ningún “bien”. A fin de cuentas, decía él, los satisfactores especialmente los del sector primario son los que dan de comer a un pueblo.
Claro que es divertido, pero, uno se pregunta si la función del Estado, en cualquiera de sus manifestaciones, es la de proporcionar diversiones cuando no han sido satisfechas las necesidades primarias. Los romanos, quizás los romanos cínicos, acuñaron un apotegma “pan et circus”, que en román paladino quiere decir que para mantener tranquilo al pueblo basta con proporcionarle comida y diversiones. La fórmula funcionó hasta después de la época clásica, en que la diversión pervirtió hasta sus cimientos a la sociedad romana. Los imperios suelen derrumbarse por implosiones, desde su centro, facilitando que los enemigos puedan destruir desde la periferia, lo que desde dentro se ha debilitado.
Quizás el caso de nuestro país sea mas patético. Tenemos circo, mucho circo, demasiado circo, a pesar del golpe trapero que los “verdes” asestaron a los circos tradicionales. La política es un circo, la vida pública es un circo, lo que importa es la distracción, el entretenimiento, la diversión, todo aquello que permita sobrellevar el día tras día. El apotegma romano reducido a su mínima expresión “circo y circo”.
El próximo año será un año de elecciones, en el que por primera vez se votarán a un tiempo por candidaturas a presidente de la república, a puestos de representación federales y a puestos de representación locales. El experimento promete ser interesante. Será una nueva oportunidad para que los mexicanos votemos. La postdemocracia se ha ensoñereado en los últimos comicios, se ha votado, dicen los politólogos, por la persona, no por el programa, no por el proyecto, no por el futuro.
¿Votaremos al fin por un proyecto? No falta mucho para saberlo.

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