MENTIRAS, MENTIROTAS Y ESTADÍSTICAS
Se
atribuye a Benjamín Disraeli, notable político inglés la frase:
“Hay mentiras, mentirotas y estadísticas”, lo que habla,
entiendo, de como pueden malinterpretarse los datos. Es famoso el
ejemplo del pollo: si un día mi vecino se comió un pollo y yo me la
pasé en ayunas, estadísticamente cada uno comimos medio pollo. Es
famoso también el pensamiento de Goebbles el gran publirrelacionista
del Führer que según se dice afirmaba que una mentira repetida
suficientes veces terminaba transformándose en una verdad. Todo
mortal, común y corriente mentimos según un estudio recientemente
publicado por la revista National Geographic, al menos 1.5 veces por
día, los políticos quizás, quedarían, como rezaba la censura de
las películas que se publicaba en la entrada de los templos
católicos, con la peor nota: “Fuera de clasificación por
indecente.”
En
algún ejemplar de aquella entrañable publicación “Selecciones”
del Reader’s Digest, que mi mamá tanto disfrutaba, venía,
probablemente en la sección “De la vida real” la nota del
ganador de un concurso de mentiras con una historieta que mas o menos
decía así: En Alaska, dentro del círculo polar ártico un cazador
de zorras se adentró por un bosque en busca de sus presas. Habiendo
caminado un buen trecho y lejos de su campamento fue sorprendido por
un feroz oso polar que se abalanzó violentamente hacía él.
Asustado echó mano de su escopeta y al pretender cargarla luego de
colocar la pólvora se dio cuenta con angustia que había olvidado
las municiones. Desesperado y sintiendo cerca su fin rompió a llorar
desconsoladamente, pero, ¡héte aquí!, el día era álgido, tanto
que sus lágrimas rodaban convertidas en pequeñas esferas, que, ni
tardo ni perezoso, discurrió usar como municiones. Cargó la
escopeta y apuntó al oso que se encontraba a pocos pasos. Disparó,
pero la conflagración de la pólvora hizo que las pequeñas
municiones lacrimogénicas se licuaran saliendo convertidas en
pequeños chorros de agua salada. La providencia no quería que el
cazador falleciera en aquel trance, de modo que los chorros de agua
congelados por el terrible frío se convirtieron en filosas dagas que
asaetaron al corpulento plantígrado, pero la providencia ni el
cazador las tenían todas consigo aquel día, al penetrar en la
pelambre el calor guardado hizo que se derritieran, sin embargo
derretidas y todo, lograron su cometido, (no que no, la providencia)
el agua estaba tan fría y le humedeció tanto el pecho siempre tan
protegido, que le provocó una pulmonía fulminante y el úrsido
murió antes de poder asestar sus zarpazos letales. Sin duda el
cazador de nuestro cuento tenía facultades para hacer una exitosa
carrera en la política.
Dicen
los psicólogos que aprender a mentir es una etapa natural del
desarrollo. Aunque podríamos preguntarnos si en esto mienten los
psicólogos. La realidad dicen, es que la evolución del cerebro y la
necesidad de comprender la realidad, y lo que es peor, adecuarnos a
un mundo que encontramos ya hecho, con papás, mamás, abuelas,
abuelos, hermanas, hermanos, tíos, tías, y lo que puede ser peor
cuñadas y cuñados, hacen que para sobrevivir desde nuestra creencia
sentimos la necesidad de hacer pequeñas adecuaciones a lo que
decimos, que sin razón alguna los demás pueden calificar de
mentiras, trastocando el puro deseo de aceptación o de adecuación.
Hay
quien miente para autoengrandecerse, y es el caso de los imitadores,
algunos que terminaron haciéndose famosos vendiendo obra que
falsificaban y hacían pasar por verdadera. Su habilidad, su ingenio
y sus destreza, los hacía capaces de replicar a la perfección un
estilo famoso, pero incapaces de poder encontrar un lenguaje propio,
se compensaban con el engaño de que hacían objeto a los demás. Por
supuesto los hay inofensivos, mentirosos que, con espíritu lúdico
inventan sus mentiras desde la mentira. Es decir ellos saben y sus
escuchas saben que lo que dicen no es cierto, pero disfrutan creando
un mundo fantástico del que disfrutan también sus oyentes. Recuerdo
que por breves períodos vivió en Aguascalientes el pintor vasco
José-María Cundin quien gustaba divertir con las extravagancias de
su imaginación. Una noche en el restaurante El Greco lo esperábamos
para tomar una cerveza, Humberto Naranjo y yo. Llego José-María
tarde y nos explicó que había tomado un camión que
inexplicablemente equivocó la ruta y lo llevó por la Alameda, que
al cruzar la vía del tren intempestivamente un vehículo que venía
en sentido contrario los hizo volcarse y que él perdió el
conocimiento, cuando lo recobró, le llevaban en una ambulancia que
para ir mas rápido se enfiló por Circunvalación y al pasar frente
a la Casa de la Juventud con la velocidad el chofer perdió el
control y la camioneta atravesó el vestíbulo librando
milagrosamente el mural de Oswaldo Barra, para ir a caer a la
alberca. Afortunadamente la ambulancia cerrada herméticamente
aguantó hasta que llegaron los buzos del cuerpo de bomberos y la
grúa, que trabajando en equipo los hizo regresar a tierra sanos,
salvos y secos. Afortunadamente ileso llegaba todavía a tiempo de
tomarse un par de cervezas.
Los
hay que aprovechan su habilidad para el engaño encubriéndolo de
tintes patrióticos. Es el caso de los espías y más aún de los
contraespías. La extraordinaria novela de Gonzalo Torrente Ballester
“Quizás nos lleve el viento al infinito”, da cuenta desde la
posmodernidad con la anécdota de un contraespía, de la
problematicidad del yo, del otro, y de la convivencia y la
comunicación. Los grandes estafadores y, ¿por qué no?, también
los pequeños aprovechan sus dotes (¿malas dotes?), para bien:
prestidigitadores, magos, ilusionistas, etc., y para mal: paqueros,
goligorneros, chaferos, y en general toda esa caterva de mañosos
conocidos genéricamente como “piñeros”.
En
fin, de todo hay en la viña del señor, y antes de acabar con la
paciencia del amable lector una recomendación de lectura de un
clásico americano: “La simulación en la lucha por la vida” de
José Ingenieros, en donde a partir de la anécdota de una pequeña
borraja que parecía ascender sola por la pared y que camuflaba a una
diminuta araña, desarrolla un extraordinario ensayo del papel,
muchas veces necesario, de la simulación para la sobrevivencia.
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