EN LO OSCURITO...
“En
lo oscurito recibieron los diputados a los jefes policíacos”
Tomado de las redes sociales aquí, en Aguascalientes.
Entre
el riquísimo acervo de expresiones populares coloquiales me encanta
esta; en lo oscurito. Así con el diminutivo tan caro pa’ nosotros
los mexicanos. Hay quien dice que proviene de la actitud sumisa
(sería ladina) de los indígenas (nuestra otra mitad), ante los
conquistadores (la otra micha), que se quedó como sello en el
mestizaje, que’sque la raza cósmica (a veces pienso que le vendría
mejor el apelativo de “raza cómica”, porque tomándosela en
serio esto que vamos viviendo está como para sentarse a llorar con
tonada, como decía mi mamá). Bueno hasta hay un país que su
toponímico es “tico” por el uso frecuente del diminutivo
terminándolo en ico en vez de ito, que también viene del
castellano. Ahí tenemos por ejemplo “borrico”.
Estar
en lo oscurito evidentemente puede referirse en un sentido directo a
cobijarse bajo una sombra no tan cerrada, no tan tupida, o seáse “ni
tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”, estar en lo
oscurito es refrescarse, es protegerse de los rayos inclementes del
sol, es un vasito de agua en el desierto, es lugar de reposo y
restauración. Pero, pr supuesto y para eso nos pintamos solos los
mexicanos es darle otros sentidos figurados o picareescos. Juan
Verdaguer, el fino humorista argentino solía decir que le encantaba
venir a trabajar a México, porque a sus chistes de doble sentido los
mexicanos les encontraban seis.
No
es extraño pues, darle a “lo oscurito” un sentido de picardía.
Querer llevar a una mujer a lo oscurito se interpreta como la pérfida
intención (o no tan pérfida, depende de lo apetecible que esté el
galán) de cruzar el umbral de la “friend zone”, según me dicen
algunas jóvenas amigas que ahora se estila decir. En otras palabras
que tienen la despreciable pretensión (o no tan despreciable, según
queda dicho) de cuchiplanchar a la interfeuta, lo que puede ser muy
feo, o muy lindo, todo depende de que sea unilateral o bilateral el
asunto. Ya se sabe que lo que ocurra entre dos adultos de común
acuerdo, en que se involucren los cuerpos y las almas, no puede menos
que tener la bendición de Dios, aunque a veces lo condenen sus
testaferros. Ora que si son mas de dos, como decía Lalo González
“El Piporro”: A lo mejor es sabroso, pero no está muy bien
visto.
La
versión picaresca puede sonar divertida o grotesca, pero hay una
acepción mas, no tan divertida, mas bien, nada divertida, y es
aquella que alude como dicen los políticos que dicen “mandatar”,
a la “secrecía” (los que no saben gramática, que hubo tiempos
en que había políticos que si sabían “Lengua Nacional”,). En
esta acepción se alude pues, a ocultarse, a no dejarse ver, a
realizar algo a hurtadillas, a escondidas, vamos, porque ese algo es
algo (que valga la rebuznancia), que no se podría hacer delante de
los hijos, a menos que estos fueran de la misma calaña. En lo
oscurito denota la intención de ocultar u ocultarse, de no mostrarse
tal cual es.
En
días pasados comisiones del Congreso del Estado solicitaron la
comparecencia de los Secretarios de Seguridad Pública del Estado y
del municipio de Aguascalientes, a efecto de explicar las políticas
y las acciones en materia de Seguridad Pública, expresamente, se
filtró, se dejó fuera el penoso incidente, o por mejor decir, el
peligroso incidente de las normalistas de Cañada Honda y los
normalistos de Tiripetío, Mich., que no es cosa de poner en duda las
actuaciones policiales sino solamente de poner a consideración de
los representantes populares (así les dicen), las propuestas para
poner remedio a la cascada de robos, asaltos, y delitos que han
proliferado de un tiempo atrás. Algunos diputados, algunos medios,
algunos ciudadanos insistieron en que la comparecencia fuera pública.
La mayoría (las mayorías mandan) decidió que no era conveniente
que se hicieran públicas las políticas, las medidas, o los
programas policíacos que las autoridades de Aguascalientes esperan
pueda servir para reducir la percepción de inseguridad que la
población tiene.
Ya
se sabe que desde que se acuñó el término posverdad se puso de
manifiesto que la “emoción pública” sustituye a la opinión
pública, y la percepción sustituye a la realidad objetiva. Si bien
no es la “verdad”, opera en la realidad como si lo fuera, de
manera que es muy importante que la ciudadanía tenga elementos para
juzgar, formular una opinión, expresarla, y aprobar o reprobar los
resultados policíacos.
Seguramente
los argumentos en el sentido de que las comparecencias fueran a
puerta cerrada prevalecieron, porque los esgrimió la mayoría, y
además porque los ciudadanos en general no tienen la madurez ni la
preparación para juzgar estrategias y políticas de seguridad. Pero,
habría un sólido argumento en contra, es decir en favor de que las
comparecencias fueran públicas: la importancia de enviar un mensaje
de tranquilidad, de confianza, de aplomo y de certeza que se está
trabajando en el sentido correcto. Vamos, recordando el apotegma
romano: “la mujer del César no sólo debe ser honesta, debe
parecerlo”. No es un mensaje tranquilizador para la mayoría de la
población el saber que a juicio de las autoridades que eligió para
representarle no tiene la madurez, ni el criterio, ni
la preparación para evaluar el desempeño y el resultado del
desempeño de los funcionarios. Conviene que los que tenemos el
privilegio de ocupar un puesto de servicio público, no
olvidemos que el juez último es el ciudadano, y más aún, su
veredicto es inapelable.
A
nadie escapa también que puede haber aspectos delicados que deban
ser tratados temporalmente con discreción y aún en secreto (que no
secrecía), pero el principio general en el servicio público es el
de máxima publicidad. Una alternativa que no se exploró y que
quizás conviniera analizarla es la de hacer la comparecencia en dos
niveles: uno abierto con presencia de medios de comunicación y
ciudadanos y sometido al interrogatorio y cuestionamiento, lo que
serviría también para que los funcionarios le “tantien el agua a
los camotes” y otro especializado para que se analizen a
profundidad temas que requieran reserva temporal…
pero…
quien será el valiente que pudiera decir como mi maestro Martín
Antonio Ríos: “Pregunten lo que quieran, de lo que quieran”.
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