UN TABELIÓN EN JUDEA
Marco
Numa Longinus, tabelión del César, de paso por Judea de Galilea
provincia del Emperador, luego de haber comparecido ante el prefecto
Poncio Pilato, a quien enteré de la honrosa y delicada comisión del
Divino César, de documentar los hechos, datos y testimonios, que
auxilien a las lagiones romanas para la permanencia de Galilea como
súbdita de la metrópolis y a sus habitantes, sujetos a los tributos
debidos por la seguridad y protección que se les brinda, ante los
brotes de rebeldes que han pretendido desestabilizar la paz. Ha
llegado a conocimiento del Augusto César, que Barrabás se encuentra
preso, conocido sedicioso que ha encabezado varias rebeliones que
venturosamente, gracias a los Dioses, no han tenido respuesta entre
los judíos de bien, que aunque practican una antigua religión de un
crudelísimo dios que pide sacrificar a sus propios hijos como se
narra en la historia del patriarca Abraham, a quien Yahvé ordenó
matar a su hijo Isaac, y abandonar al hijo tenido con la esclava
Agar: Ismael, son leales al imperio. Se sabe también que se
encuentra preso el llamado Jesús el Nazareno, a quien se acusa de
incitar a la rebelión contra el Imperio y de incitar también a la
apostasía desconociendo a los dioses, a sus Pontífices y a la
Iglesia.
En
Jerusalem, corriendo el año 753 U.C., en el día 14 del mes Nissan
de los judíos , Yo, Marco Numa Longinus, consigno haberme
constituido en el monte Gólgota en los suburbios, en donde se
encuentra dispuesto el escenario para cumplir la sentencia dictada
por el Sanedrín en contra de Jesús el Nazareno y la orden del
prefecto Poncio Pilatos de castigar con la pena máxima a los
asaltantes Dimas y Gestas. En Judea, provincia del emperador, se
sigue la ley antigua que distinguía entre el furtum, robo furtivo,
del asalto que compromete la seguridad y la vida de la víctima por
lo que se castiga con la pena infamante de la crucifixión. En lo
alto de la colina los verdugos han cavado ya los hoyos en los que se
enterrarán los tres maderos conocidos como patíbulos que soportarán
la furca, que es el travesaño al que se amarran por la espalda los
brazos extendidos de los condenados. Los patíbulos yacen al lado de
sus respectivos hoyos. En tanto el centurión da órdenes estrictas a
los decuriones, que ya forman un cerco en torno al lugar de la
ejecución. En Roma la práctica de la crucifixión se ha vuelto
impopular por alargar la vida y convertirse en un espectáculo
aburrido y carente de emoción, en tanto que los combates de
gladiadores y las luchas con las fieras son mas espectaculares y
atraen mas público, que serán intimidados para no incurrir en los
crímenes que se castigan infamantemente.
En
tanto los guardias conducen a los condenados desde la prisión en que
se encuentran hasta este sitio, me aproximo al Centurión Publio
Cornelio Scévola quien me sirve de intérprete y pregunta a personas
diversas su opinión. Naturalmente reservadas los judíos recuerdan
que la llegada de Pilatos ha traído una temporada de tranquilidad
relativa, desde su ingreso en el Templo de Salomón montado en su
caballo hasta el mismísimo Sancto Sanctorum, provocando la ira y la
impotencia de los judíos, pero también temor reverencial. La
religión judía es una religión de culpa y el castigo su
consecuencia natural. En Roma los pontífices han asumido su campo de
poder y el poder civil indisputadamente lo ejerce el emperador,
aunque su investidura lo vuelve sacrosanto.
Custodiados
fuertemente por la milicia romana que con brusquedad los jalonea,
Dimas y Gestas sufren las imprecaciones, insultos y amenazas, que
ante la inminencia del tormento y muerte no significan nada. Sus
rostros desencajados muestran notables diferencias. Es el de Gestas
un rostro torvo, en el que el arrepentimiento no tiene lugar, la pena
máxima es la consecuencia de una vida depravada. En Dimas, hay una
sumisión a un destino fatal, que quizás encuentre redención,
Escribo redención y no puedo mas que recordar las burlas de mis
colegas del collegia de tabeliones, que dicen que mis actas parecen
obra de un poeta o un dramaturgo mas que de un jurisconsulto.
Debe
ser la hora nona y la ejecución está fijada para la hora undécima
de este día pridie calendas aprilis.
Los
verdugos despojan de sus túnicas a los condenados, túnicas que por
su cortedad recuerdan las pretextas de los adolescentes romanos. Los
carpinteros se aprestan a clavar la furca sobre el patíbulo y sobre
él la víctima. Las cuerdas amarradas a ambos extremos de la furca
servirán para izar la cruz ya formada por los carpinteros. Una vez
colgado el condenado sólo durará menos de lo que dura una clepsidra
horaria. Tendidos sobre el madero aguardan la llegada del tercer
condenado. El sol ha pasado del cenit y en plena temporada de secas
castiga duramente al campo agostado y se cierne sobre la multitud que
agobiada busca las sombras de los pocos arbustos que crecen en el
Gólgota. Los aguadores aprovechan para obtener algunos denarios
ofreciendo su mercancía simple pero necesaria. Hay también
vendedores que ofrecen carne seca de cordero y panes ácimos que
sobrevivieron a la Pascua.
La
agitación que se percibe en derredor anuncian la presencia del
tercer condenado. Las trompetas anuncian la cercanía de la tropilla.
Me sorprende que la furca sea cargada por un labriego que por su
apariencia vendría de su labor, tras él, el condenado, el Nazareno,
su rostro ensangrentado y su túnica también, su paso cansino y sin
embargo su semblante muestra una serenidad conmovedora. Debo recordar
que soy un tabelión y que mi comisión es levantar esta acta para el
Augusto César, a quien sirvo y venero. Sin embargo el Nazareno
provoca un ambiente de asombro y expectación. Lo que eran gritos e
imprecaciones se ha vuelto respetuoso silencio, roto sólo por los
golpes de los martillos.
Terminado
su trabajo se apartan los carpinteros y proceden los verdugos a izar
las cruces formadas con los patíbulos y las furcas. Primero la de
Gestas que grita procacidades y maldiciones, luego Dimas con una
angustia esperanzada.
Al
izar la del Nazareno su serenidad se altera por el dolor y por un
momento una sombra de desesperanza oscurece el rostro. Gestas ha
callado, Dimas permanece mudo. Un silencio expectante cae sobre el
Gólgota. La hora undécima se acerca y el Nazareno prorrumpe en
angustiosas palabras que con trabajos me traduce el centurión:
Padre: ¿por que me has abandonado?...En tus manos encomiendo mi
espíritu,,,¡Todo se ha consumado!
Inexplicablemente
en plena hora undécima el sol desaparece y las tinieblas cubren el
Gólgota. Lo que era calor agobiante se vuelve frío que cala los
huesos.
La
tierra se cimbra y el terror cunde entre los presentes que a tientas
buscan alejarse sobrecogidos. El Centurión conmovido me dice:
Verdaderamente este hombre era el hijo de Dios. Y yo Marco Numa
Longinus, tabelión del Emperador, levanto ésta que será mi última
acta, porque desde mañana buscaré a los seguidores de Jesús de
Nazareth.
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