UN JARDÍN EN PRIMAVERA


Viejo parque soñoliento, historia del corazón, crónica del sentimiento, paisaje de la emoción. Estación de aquel fúlgido momento, sediento de una inválida emoción.” 

Ha de perdonar el lector el despiste de este escribidor, pero lo hecho, hecho está. Naturalmente ya se habrá conocido que los versos corresponden al “Poema de la hora romántica” de Enrique Fernández Ledezma y no a la obra de José F. Elizondo, pero el caso es que ambos poemas aluden al Jardín (bonsai) San Marcos. Seguramente algunos de los viejos de la comarca, como el que esto escribe, recordarán cuando las calzadas del Jardín eran pura sombra de lo tupido del follaje de árboles, arbustos, plantas y lo que le siga. Ahora, salvo dos o tres fresnos moribundos, y una que otra jacaranda, los arbolótes fueron sustituídos por ficus, que son árboles sin biografía, todo el tiempo están iguales, chaparrones y sin gracia.
En torno al jardín se desarrollaba todo el perímetro ferial, (así dicen los cronistas actuales y algunas autoridades que, pobres, no pasaron geometría y por lo tanto no distinguen área de perímetro). Me parece recordar que para muchos paisanos la Feria era conocida como “de la Primavera”, quizás recordando que en tiempos pasados no se celebraba en primavera sino en otoño y tal vez para no competir desventajosamente con Zacatecas o Guadalajara, se adelantó de estación. “Haiga sido como haiga sido” (por citar a un clásico de la política mexicana) el hecho es que para el 25 de abril había que estrenar y “bien forro” irse a pasear y como dice una entrañable vidente de lo paranormal, las muchachas todas “emperifolladas” salían a dar la vuelta para que los muchachos las vieran. Los tiempos han cambiado, y como dice Don Pedro Domecq en su maravilloso libro “El Toro Bravo”: “Ni quito, ni pongo, ni deseo, ni quiero. El tiempo pasa y mis recuerdos permanecen”. Recordando las “frescas y perfumadas mañanitas” en que el olor del huele de noche empezaba a desvanecerse, en que las regaderas conducían el agua tibia que despedía vapores junto con el delicioso aroma de la tierra mojada, y el agua florida de los cascarones estrellados en guerras incruentas era como un leve eco del perfume de los jazmínes, me levanté temprano, cosa bastante inusual en un hombre-tecolote como el suscrito de la voz, y me dirigí al Jardín, que, no está usted para saberlo pero yo sí para contarlo, está a tres cuadras escasas de su pobre casa. Sorteando los obstáculos de dos o tres embrutecidos feriantes saturados de alcohol, ¡Perdón! Aplicando la presunción de inocencia corrijo y reescribo: sorteando dos o tres inspectores de suelo que tendidos pecho a tierra cuidadosamente revisaban centímetro a centímetro la rugosidad del asfalto a la entrada del Jardín, entre en él y ¡Oh sorpresa¡, ¡Oh desagradable sorpresa! Los olores que evocaba se han transformado en una mefítica mezcla de cerveza procesada y almizcle, comida devuelta a medio digerir, y jotdogs de harina y desperdicio comprimido aderezado con pseudo tocino. Así que como José Alfredo Jiménez dí la Media Vuelta, hice que La distancia fuera cada vez mas grande, emprendí La Retirada y por buscar lo que pueda hallar en la Feria de San Marcos, me dirigí al Palacio de Gobierno.
Ahora el Palacio de Gobierno soporta unas estructuras que lo agobian y que transformaron lo que eran patios luminosos en salones sombreados para actos oficiales. El piso sigue estando rete feo añorando el mosaico que en tiempos del Profersor J. Refugio Esparza lo hacía lucir, pero la escalinata allí esta, liviana, etérea, prodigio de diseño del arquitecto Francisco Aguayo, que nos conduce al piso superior. ¡Cuidado! Hay que tener cuidado si uno se equívoca puede encontrarse con el frustrante y frustado mural último del maestro Osvaldo Barra, que lo mejor que se puede decir de el es “nada”. Hay que caminar al norte, rumbo a la plaza y allí está: floral, o mejor inventemos una palabra: “florioso”, frondoso, colorido, luminoso y crítico, muy crítico pero muy bello.
Este mural, el del lado norte del segundo piso de Palacio, también fue pintado por el maestro Barra, quien había sido ayudante creo, o discípulo de Diego Rivera. La historia la sabe bien mi maestro Héctor Valdivia que continúa enarbolando la bandera de “los amigos del café”. Me parece que Barra ya había pintado algo en la Casa de la Juventud y fue contratado luego siendo gobernador Luis Ortega Douglas para pintar los murales del Palacio. El de abajo al fondo dividido en tres partes: la primera que representa los bienes naturales de Aguascalientes, la de enmedio que es un asomarse a la historia de México y la tercera que representa la Suave Patria de López Velarde como un cielo protector de los valores culturales de Aguascalientes, con el pilón de un balcón del Palacio en el que el pintor se retrató con el Gobernador y tres o cuatro miembros de su gabinete.
A Víctor Sandoval, que compuso un patriótico poema al mural de abajo le gustaba mas el de arriba. Decía que plásticamente era el mas valioso, que la solución pictórica había sido mas inteligente, aprovechando los elementos de cantera de la construcción, que había captado los personajes y la atmósfera de la Feria con una vitalidad y maestría que la convertían en una auténtica obra valiosa. Yo escuhaba a Víctor con respeto y con gusto y por no faltar a mis principios le señalaba que Barrra pintó a Humberto Moro toreando por naturales y cuando alguien le aclaró que Moro era de Linares N.L., entonces el maestro con una cachaza dijo que había pintado a Rafael Rodríguez.
Si usted, amable lector, añora o simplemente recuerda con agrado una Feria que ya no es, vaya a Palacio, suba al segundo piso, acérquese al mural y déjese llevar por él. El olor de las enchiladas y el del mole de las cenadurías de los jotos. Estrellita sonriente con su lunar brillante. Los gritos de la lotería. Los graznidos de los perros de agua. Los gritos del gritón. Los versos de los juegos florales. La candidez de las “mañanitas”. Las bravías cantadoras. El juego mitológico de la vida y la muerte en el coso taurino, etc., etc. y los personajes: el Naco, Don Juan Andrea, Sabas Lozoya, Luciano Arenas, y las bellezas de las mujeres hidrocálidas que por caballerosidad omito sus nombres. En fin que ¡Viva Aguascalientes! ¡Que su feria es un primor!...creo.
  

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