Yo soy Charlie Hebdo
Una
decena de muertos, de asesinados, de arrancados violentamente de la
vida cimbraron los cimientos de la sociedad francesa y de todo el
mundo occidental, por mas que en Asia y en África se haya
cuestionado fuertemente el atentado no tuvo la respuesta, la
indignación, la incredulidad el repudio unánime que suscitó que en
el país cuna de las libertades modernas, a partir de la Revolución
con R mayúscula y por antonomasia, un grupo de alucinados (por usar
la expresión más suave) ejercieron la última sinrazón: el
homicidio, precisamente en el lugar que los había recibido, en el
que se les permitía expresarse, circular, hacer sus rituales, comer,
vestirse, divertirse, enojarse, cuestionar, indignarse, educar a sus
hijos, todo a cambio solamente de respetar el derecho que los demás,
cristianos o budistas, sintoístas o musulmanes, creyentes o no
creyentes, ejercieran libremente su derecho a ser lo que quisieren
ser.
El
ataque criminal a la redacción del semanario Charlie Hebdon movió
la perplejidad primero, después la indignación, luego la furia. La
respuesta de la policía francesa se explica seguramente por la
obnubilación por la que Albert Camus en El Extranjero explicaba el
arrebatarle la vida a un semejante, si bien muchos cuestionarán,
como lo hacían los terroristas ahora muertos, considerar sus
semejantes a los que piensan y actúan diferente. Habrá quien piense
que una estrategia fría hubiera permitido capturarles vivos, habrá
quien piense que la muerte rápida y violenta fue poco castigo, habrá
quien piense que un debido juicio hubiera sido la respuesa racional a
la irracionalidad de su conducta. Dejemos que los muertos entierren a
sus muertos, pero la oportunidad permite aventurar a vuela pluma
algunas reflexiones.
A
estas horas en París debe estar empezando a circular el siguiente
número del semanario Charlie Hebdo, el mismo que pretendieron
extinguir para siempre, a estas horas los parisinos que se aprestan
para ir a su trabajo, que empiezan a llegar a los kioskos previo
abordar el metro, o los que trasnochados turistas o nacionales,
regresan fatigados buscando el reposo que rehuyeron durante la noche,
constatarán incrédulos que allí, como semana a semana, durante
tantas semanas, estará esperando a su comprador, el que se divierte,
el que cuestiona, el que analiza, el que reflexiona, el que solo ríe,
el que ahora no podrá evitar una lágrima mientras busca la moneda
para cargar lo que será la respuesta mas fuerte, la mas serena, la
mas sensata, la mas implacable contra el fundamentalismo musulmán,
contra todo fundamentalismo, con cruces o con medialunas.
Entre
las tantas imágenes, entre las tantas letras que han circulado a
partir del artero ataque al semanario, leí o escuché una reflexión
que me caló hondo y puso en crisis muchas de las creencias que el
mundo occidental toma como fundamento de su cultura, la cultura, como
decía Carlos Llano, greco-romana-judeo-árabe-cristiana, nunca nadie
ha matado a un semejante en nombre del ateísmo, nunca nadie por
defender su no creencia en un Dios ha atentado contra los que si
creen, y sin embargo, cuántos millones de creyentes han muerto a
manos de otros tantos creyentes. Las religiones, casi sin excepción
surgieron uniendo a unos hombres, mientras los separaban de otros
hombres. Quizás la excepción sea el budismo en sus acepciones mas
puras, quizá porque el budismo es una religión no teísta, una
religión de tolerancia, una religión de aceptación, una religión
de progreso constante, como seguramente en esencia debieran ser, o
quizás lo sean todas, que se contaminan por los intereses de quienes
tomándolas como patrimonio pretenden dirigirlas, de quienes las
instrumentalizan para dominar a otros, para ejercer un poder en
nombre de una creencia que asegura una tranquilidad en el proceloso
mar de la vida, en la que un asidero es consuelo, es esperanza.
La
respuesta violenta de la policía, cuando aún no había pasado el
estupor del ataque criminal, parece que dejó un cierto alivio en la
asustada población parisina, el ejercicio de la venganza, así sea
la venganza monopolizada por el estado, deja una relativa
tranquilidad, no en balde, durante tanto tiempo, la ley del Talión,
ojo por ojo, diente por diente, plantea una imposible retribución,
nunca el ojo de nadie, nunca el diente de nadie vale lo que el ojo o
el diente del otro. El ejercicio legitimado por el estado de una
respuesta proporcional a la acción que va contra los sentimientos de
la comunidad, que ofende sus bases, que socava su estructura, puede
ser un alivio temporal, un parche que cohibe por el momento, una
aspirina que calma el dolor, pero, no es, ni puede ser el remedio
para una formación, mas bien para una deformación cultural, que
asume que yo soy el poseedor de la verdad, que “mi verdad” está
por encima de las creencias de los otros, y aún de la vida de los
otros.
El
reto que plantea para el mundo occidental, que asume que sus verdades
son “las verdades”, el enfrentarse con las posturas
fundamentalistas, es que el respeto, no la tolerancia, permee, se
introyecte, se convierta en un hábito en la vida de cada ser humano.
Digo respeto, porque la tolerancia tiene algo de soportar, de
aguantar, se tolera un dolor de muelas, se tolera una persona
imprudente, se tolera un niño inquieto, pero se respeta el
pensamiento del otro y su derecho a expresarlo, se respetan las
diferencias culturales, se respetan las diversas opciones vitales, se
respeta, en fin, la vida con todo lo que ello implica.
La
zozobra es legítima, la inquietud es explicable, la indignación es
entendible, pero la respuesta razonable tiene que ser, no existe
otra, predicar, no la exclusión, sino la inclusión, no las
diferencias, sino las semejanzas, no lo que separa sí lo que une. El
ejercicio de la libertad de pensamiento y de la libertad de
expresarlo, es el fundamento de la convivencia, no el hombre lobo del
hombre, sino el hombre hermano del hombre.
Yo
también soy Charlie Hebdo. Todos somos Charlie Hebdo.
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