Del mal al buen fin
Me
lo contó mi amigo Héctor Sergio Palacios, para los cuates “el
gordo” y para los cabales “Cajerito de Jere’”. Un grupo de
alumnos de la Facultad de Derecho de la UNAM se reunían los domingos
en casa del maestro Celestino Porte Petit, con el pretexto de ver el
futbol. Algún domingo mientras estaban en la chorcha entró la
sirvienta (espécimen casi en extinción), al lugar de reunión y le
dijo a Don Celestino: “Maestro que son a seis”, “Compra diez”
le contestó. Alguno de los contertulios pregunto ingenuamente: “¿qué
cosa va a comprar, Maestro?”, “lo que sea, al cabo está muy
barato” remató Don Celestino.
La
anécdota anterior vino a mi memoria casi al mismo tiempo que el
recuerdo del título del libro, creo que de Soledad Loaeza, Compro,
luego existo. El pasado fin de semana, fin de semana largo le dicen
ahora, las calles, los comercios, se vieron abarrotados de gente
ávida de gastar, de aprovechar las ofertas, para adquirir cualquier
cosa con tal de que estuviera barata. Lo de menos es la pertinencia o
necesidad de la compra. Lo de menos es endeudarse por un tiempo mas
largo que la duración del objeto a adquirir. Lo de menos es si
existen prioridades, lo único que importa es “aprovechar” la
venta de oportunidad, convertirse en una “víctima” de la
mercadotecnia diseñada para empeñar lo que sea con tal de no dejar
pasar la “oferta”.
Refunfuñando
como aquel fulano del dicho, que hasta lo que no comía le hacía
daño, pensaba en este país, este pobre país, al que han bastado
unos cuantos días para que salgan a relucir lacras que pensábamos
habían pasado a la historia con los “cambios estructurales” que
la mercadotecnia política nos “vendió”, como la solución total
para los males del pasado y adentrarnos en la modernidad como
corresponde a un país que se respete. Hete aquí que de buenas a
primeras dos gravísimos incidentes, ambos en el estado de Guerrero,
exhibieron que como en el extraordinario cuento de Tito Monterroso,
cuando despertamos del sueño, el dinosaurio seguía allí.
Que
una partida del ejército haya “fusilado” sin juicio y sin
confesión a un grupo de jóvenes a los que se imputaban conductas
delictuosas, ya era bastante grave, aunque justo es decirlo, la
reacción de las autoridades, civiles y militares fue pronta y
congruente. Los militares involucrados, o al menos un grupo de ellos
fueron puestos a disposición del ministerio público del fuero común
para ser procesados. Pero lo de los estudiantes de la normal de
Ayotzinapa, va mas allá de toda lógica del ejercicio de poder. La
respuesta violenta, salvaje, crudelísima, de los grupos de
delincuencia, asociados presumiblemente al narcotráfico que en
Guerrero sigue siendo empresa floreciente, ha hecho cimbrarse a la
autoridad constituida del pais. La respuesta tardía ( cada hora
contaba), hizo perder tiempo precioso en la investigación. Mi
maestro de Medicina Legal, Rafael Moreno González decía que el
tiempo que pasa es la prueba que se desvanece, y agregaba que las
primeras cuarenta y ocho horas eran cruciales para la obtención de
evidencias que conduzcan a la solución de los casos penales.
En
Iguala la Procuraduría de la República asumió la responsabilidad
de la investigación ocho días después. Ocho días en que las
autoridades de Guerrero a las que ahora se señalan como infiltradas
por grupos de sicarios, pudieron “arreglar o desarreglar” los
lugares, desaparecer las evidencias, ocultar las pistas, modificar
las circunstancias e incluso desaparecer a los des aparecedores.
De
la perplejidad, del asombro, de la incredulidad, los mexicanos hemos
pasado a la indignación. La desconfianza en la autoridad crece con
el enojo y la ira propicia las conductas extremas, que van desde las
protestas ordenadas como las que se han dado en Aguascalientes, hasta
los desmanes que ocasionan pérdidas y destrozos en bienes públicos
y privaos, y que hacen pagar precios a quien sin tenerla ni deberla,
solamente tuvo la desgracia de estar en el lugar equivocado en el
momento equivocado.
Sin
comparación desde luego, a la masacre de Iguala, se han aunado dos
escándalos que por si solos, de no tener una explicación
satisfactoria, colocaría en aprietos a un gobierno: la “casa
blanca” y el “tren chino”. La reacción gubernamental parece
tibia y poco convincente y la sociedad espera respuestas.
Pero,
el fin de semana pasado, las desgracias se olvidaron. Las protestas
podían esperar. Las manifestaciones no tuvieron, no han tenido el
tamaño de las hordas de compradores que en el “buen fin”,
olvidaron el “mal fin” de los normalistas de Ayotzinapa y el de
los miles de desaparecidos que han pasado de la memoria a las
estadísticas.
¡Eureka!
Ya se encontró la forma de dejar atrás los problemas del país. Ya
que la selección mexicana con todo y piojo y liendres que le
acompañan es ineficaz de dar una alegría a este sufrido pueblo, la
receta está a la vista y solo no la verá el que no quiera verla.
Hay que hacer mas “buenos fines” que con ellos se olvidan los
“malos fines”.
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