NI GANADORES NI PERDEDORES: RETIRO DEL VOTO DE CONFIANZA.

 ​«El que tenga oídos para oír, que oiga». San Marcos 4, 1-20

Después de una desgastadora campaña electoral y luego de una exhaustiva jornada de votación, los resultados generales no pueden dejar de ser optimistas. El Instituto Nacional Electoral viene cumpliendo de manera extraordinaria lo que ya es ordinario para él: hacer las cosas bien. Las críticas y descalificaciones de que había sido objeto por parte del presidente de la república y sus seguidores, si antes de la elección su aprobación que era de más del 60%, no le había afectado, después de ella seguramente ninguna descalificación encontrará tierra fértil para fructificar. La participación mayoritaria del electorado en una elección intermedia resulta también extraordinaria y digna de resaltar, sus motivaciones seguramente podrían ser objeto de un estudio que rebasaría un simple articulejo. Es posible que muchos salieron a defender una pensión, es su derecho, muchos a no claudicar en su esperanza, otros más a sostener una imaginaria ideología de un gobierno que en la práctica toma medidas contrarias a la orientación izquierdista que dice profesar. Muchos más, a juzgar por el resultado, tuvieron la motivación de restar fuerza a una presidencia cuya característica ha sido el distanciamiento del pueblo, la autocracia, la tosudez y la falta de sensibilidad. Indudablemente un gran número siguieron las orientaciones de sus partidos. El resultado variopinto muestra en una primera ojeada, una grave polarización, que si era conocida y perceptible como situación social, ahora ha pasado a una tensión y enfrentamiento que la agudiza. Por la participación, por la organización, por los resultados, la elección no puede interpretarse en clave de triunfo/derrota.

La concepción republicana (re-pública: cosa pública) entiende que el gobierno es asunto de todos los ciudadanos en sentido amplio, aún aquellos que por sus circunstancias no entren en la categoría jurídica de la ciudadanía, ya sea por edad, por alguna condición de incapacidad, por una suspensión jurídica, etc., podríamos equipararla a población, pero esta palabra carece del sentido cívico de la otra. A todos nos interesa lo que pase con el estado y en particular con el gobierno. La democracia, lo dijo Churchill, es el peor de los sistemas de gobierno, con excepción de todos los demás. La democracia nos dota de mecanismos para que la voz de los ciudadanos sea escuchada y su voluntad manifesta en vistas a organizar (en un sentido amplio) la cosa pública: las estructuras y las funciones. Las elecciones no deben, no pueden ser vistas como un enfrentamiento en que la finalidad sea dejar fuera de combate al adversario, sino el foro en el que se recogen las diversas opiniones y tendencias para conformar un proyecto de gobierno que finalmente tendría que desembocar en un proyecto de país. No digo de nación, porque su conformación esta sujeta a factores que van más allá de una organización jurídica del poder y a la estructura jurídica y legal.

En los últimos veintitantos años la ciudadanía ha ensayado a través del voto, gobiernos que ofrecían superar los vicios de una dictadura de partido que cumplió, a mi manera de ver, satisfactoriamente, con las necesidades de pacificación, organización, educación y desarrollo, luego de una etapa convulsa de revueltas internas que, a falta de mejor nombre, llamamos Revolución Mexicana y de una contrarrevolución, la Cristiada, que culminó con un concordato, que respetó las canongías de la Jerarquía y de la Iglesia Católica como factor real de poder. El modelo se desgastó y en su agonía promovió, con las otras fuerzas políticas, mecanismos de control que frenaran las posibilidades de que se repitiera una dictadura de persona o de partido.

Los ensayos han sido insatisfactorios: el PAN tuvo dos oportunidades que no supo o no pudo aprovechar para bien del país. El PRI regresó y terminó con el poco prestigio y apoyo social que le quedaba. La perseverancia y tosudez de AMLO encontró la oportunidad en el temor de Enrique Peña Nieto de la justicia o venganza de Anaya e, intencionada o inopidamente, le dañó su candidatura y dejó el paso libre a AMLO, quizás por eso se explique que a poco más de dos años del término de su mandato, no exista una investigación o acusación seria contra el príista.

La apuesta por Andrés Manuel López Obrador fue temeraria, el desgaste de los partidos era evidente, la evaporación de las ideologías: real, la necesidad de un cambio, ocasión de supervivencia, quizás no había opción. La esperanza de México era que AMLO ya no fuera lo que había sido, la esperanza es que fuera el aglutinador, el conciliador, el líder que el país necesitaba: no los pobres, no los ricos, no la clase media, no los creyentes, no los incrédulos, no los ignorantes, no los preparados, no, el país. El pueblo le dió la presidencia y le dió el congreso, y le dió un voto de confianza al extenderle casi una carta blanca. Una de las lecturas de los resultados de la elección es un retiro del voto de confianza, ya el presidente no tendrá la carta blanca que se le había dado en el 2018 para cambios constitucionales.

Insisto en que los resultados electorales no deben entenderse como una pelea de gallos con un ganador y un perdedor. Evidentemente la complejidad de las sociedades modernas, la mexicana no es la excepción, no permite realizar de manera eficaz la medición de deseos, creencias o intenciones de la población, pero las elecciones pueden y deben verse como la manera en que ese ente: ciudadanía o población se expresa y desde luego requiere interpretarse. Tarea no sencilla que, debe pasar por un tiempo de reflexión.

Es lastimoso y peligroso que se pretenda reducir la voluntad expresada por un sector importante como resultado de una “campaña sucia”. Es también por lo menos desmesurado interpretar los resultados como un rechazo al presidente y sus acciones, quizás más bien se podría ver como la petición de hacer expreso el proyecto de país del presidente, que hasta ahora no va más allá de las ocurrencias mañaneras.

Tiempo de reflexión para entender el mandato popular.

(Imagen tomada de Alto Nivel)


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