MILPA
ALTA: GRAN CACA, NO JEFE. (ESE FREUD)
“Fuchi
caca”, chistosa expresión. De la abundancia del corazón habla la
boca, dice el evangelista…¿será por eso?
El
cuento es escatológico, pero que le vamos a hacer, el Jefe AMLO lo
provoca. En una tribu del norte, chichimecas probablemente, el gran
jefe sufrió de una terrible constipación luego de haberse
despachado dos canastillas de cardonas, una de chaveñas y otra de
taponas. Al no haber pípilas disponibles, acudieron al brujoy le
informaron “Gran jefe, no caca”. El brujo recetó leche agria y
manzanilla, pero no le probó, los emisarios regresaron con su
cantinela “Gran jefe, no caca”. El brujo aderezó su pócima con
guamúchiles y guámaras verdes y mandó que el cocimiento lo tomara
como agua de uso. Por la noche regresaron los emisarios “Gran jefe,
no caca”. El brujo admitió la necesidad de su intervención
personal, fue a la tienda del jefe, cantó, bailó y le suministró
una purga de caballo disimulada con aguamiel. A la mañana siguiente
la tienda del brujo estaba rodeada de guerreros. El que iba al frente
apostrofó al brujo: “Gran caca, no jefe”.
No
pude menos que acordarme del
cuento por el chistoso
y maloliente discurso de AMLO, en Milpa Alta, alcaldía de la Ciudad
de México,
cuando dialogaba con el pueblo náhuatl: “Pero
no sólo es eso, es también que ya hay una
nueva corriente de pensamiento y
eso se debe a nuestro movimiento, porque antes ni en la academia, ni
en las universidades se trataba el tema de la corrupción, mucho
menos en el parlamento, en los discursos políticos, no se mencionaba
ni siquiera la palabra. Ahora
es distinto, todos los días la estamos mencionando y no sólo eso,
el corrupto está quedando mal visto, estigmatizado. Fuchi caca. Esa
es la transformación, por eso estamos avanzando, porque nos rinde el
presupuesto, se hace mucho más con menos.”
Ya
conocemos lo desmemoriado que es el Presidente, aunque la desmemoria
selectiva se parece tanto a la mentira, y mas que la sola mentira la
perversa pretensión de engañar a un pueblo de origen indígena.
Quienquiera que conozca un poco de historia reciente de nuestro país,
recordará que una de las banderas de campaña del presidente José
López Portillo, fue precisamente el combate a la corrupción: “La
corrupción somos todos”, sostenía. No quiere recordar AMLO que su
antecesor Miguel de lo Mas Gris, también enarboló la bandera
anticorrupción y creó una secretaría con funciones para
combatirla. En el combate a la corrupción gobiernos priístas
detuvieron y procesaron a personajes emblemáticos como la Quina y la
señora que le apodan La Maestra, y otros como Napito y el mismo
Ebrard prefirieron huir antes que someterse en su país a un juicio
por corrupción. Así
que, aunque el Presidente no quiera acordarse, la corrupción ni le
es desconocida, ni le es ajena, ni le es lejana, y desde hace muchos
años los mexicanos hemos vivido, hemos tolerado, hemos compartido,
hemos practicado, hemos luchado y muchas veces sucumbido ante la
corrupción.
Pero
la desagradable expresión que puede ser graciosa en un chilpayate a
un anciano no le queda, y lo que es peor puede ser indicio, me lo
dijo una amiga estudiante avanzada de sicología, de
una fijación anal, retentiva, sádica,
controladora. Como no acabé de entenderle pero pensé que podría
interesarle a mis inermes, incondicionales y desaprehensivos
lectores, les convido dos o tres cositas que me encontré al
respecto.
En
la etapa anal el niño expulsará
dócilmente los excrementos como «sacrificio» al amor o los
retendrá para la satisfacción autoerótica y más tarde para la
afirmación de su voluntad personal. Con la adopción de esta
segunda conducta quedará constituida la obstinación (el desafío),
que, por tanto, tiene su origen en una persistencia narcisista en el
erotismo anal.
La
significación más inmediata que adquiere el interés por el
excremento no es probablemente la de “oro-dinero, sino la de
regalo”. Es decir, Freud subraya que el niño considera sus heces
como una parte de su cuerpo del que él se va a separar.
S.
Ferenczi (1927) plantea que las dos situaciones traumáticas
educativas claves son el destete y el control de esfínteres. Afirma
que las heces representan un “intermediario” entre sujeto y
objeto y habla de una “moral de los esfínteres”.
K.
Abraham distingue dos fases en el interior del estadio sádico-anal:
en la primera, el erotismo anal está ligado a la evacuación, y la
pulsión sádica a la destrucción del objeto; en la segunda, el
erotismo anal se liga a la retención y la pulsión sádica al
control posesivo.
E.
Jones sostiene que la capacidad de concentración está ligada al
acto de la defecación y lo relaciona con el origen del pensamiento.
P.
Heimann afirma que las experiencias anales son narcisistas e
incomunicables.
D.
Meltzer analiza la constelación característica de la seudomadurez
ligada al erotismo anal. En su teorización la analidad es una
defensa frente a la relación con el pecho y, luego, frente a la
relación con la madre. Toda situación de abandono o de soledad
aumentará la masturbación anal, que se erige como una defensa
narcisista.
A.
Green (1990) le otorga mucha importancia a la analidad primaria y
considera que la regresión anal conduce a la desestructuración del
pensamiento, porque la excitación insufi cientemente ligada ataca a
los pensamientos y es proyectada al exterior de un modo tan violento
que no puede ser ni reintroyectada ni metabolizada.
En
Lo Puberal, P. Gutton cita a B. Rouzerol en “La dérision ou
l’humour perverti” (1980) dice:
“El autor relata la observación (durante una psicoterapia) de un
niño encoprético cuyo funcionamiento, a nuestro entender, maníaco,
es ejemplar. La lectura de este texto a partir de nuestras reflexiones
sobre la reactivación del funcionamiento maníaco en el estadio anal
(uso y abuso del esfínter). “Sólo atacando al objeto externo lo
mantiene la irrisión paradójicamente vivo, pues si lo ridículo
mata, es también el garante de que esto no tiene importancia;
asimismo, el libreto del perverso resulta el garante de que la
castración no ha tenido lugar; de igual modo, las heces que
desaparecen renacen en una nueva defecación para anular el hecho de
que las materias fecales pueden enterrarse y secarse.
¡”Meter
en caja” es, cabalmente, fecalizar al otro y resucitarlo por su
omnipotencia!
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