LA CORONACIÓN DE TERE o el festival del acarreo.


Pan y circo y si no, circo y circo.
iam pridem, ex quo suffragia nulli uendimus, effudit curas; nam qui dabat olim imperium, fasces, legiones, omnia, nunc se continet atque duas tantum res anxius optat, panem et circenses. (Juvenal, Sátiras X, 77–81)
(… desde hace tiempo —exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto—, este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin todo, ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos cosas: pan y juegos de circo.)
En un vertiginoso viaje al pasado, como en un fantástico túnel del tiempo, antier me hicieron retroceder cincuenta años en un violento salta pa’tras. No lo podía creer, camiones de turismo, camiones urbanos, suburbanas, taxis y todo tipo de vehículos vaciaban su carga, en tanto los amaestradores con sus artilugios de control, estímulos o amenazas, dependiendo de que fueran susceptibles a unos u otras, sus listas de control, y sus instrucciones para colocarse dentro del gran circo en que se convirtió la Plaza de Armas, como hormigas pisadas buscaban su ubicación, entre el maremágnum de organizadores, acarreados, invitados que van a todas, guardias secretos, guardias medio secretos, policías, agentes de tránsito, y sin duda un gran número de curiosos, y otros tantos despistados que ingenuamente cayeron en la trampa del festival cultural, para aumentar el número de individuos en el centro histriónico de la ciudad.
En el más puro estilo priísta cuando la CNOP partía el queso en Aguascalientes y se las pintaba sola para organizar en unos cuantos días, o en unas cuantas horas si se requería un acto multitudinario como el de antier, que parecía más la coronación de una reina, con una Presidente Municipal glamurosa y emperifollada, que un acto solemne de asunción de la administración municipal de un ayuntamiento, que, porque nadie se acuerda y muchos no se quieren acordar, que el gobierno municipal se encarga a un órgano colegiado. Los comisionados, como entonces Juanito Romo, el Chato Fidel Martínez, Gilito Oropeza, Enrique Cervantes, Doña Agustina de la Altavista, la Güera de la Miravalle, Doña Cruz de la Buenos Aires, Doña Manuela de la Granaditas, Crispín Terrones de la del Trabajo, Chuy Medina de Altavista II, Virginio Plaza de la España y la Estrella y tantos y tantos más, que obedientes a la voz del amo, actuaban como una solo persona, para “vestir” cualquier evento y mostrar, como ahora dicen, “músculo”, que es decir capacidad de coptación, de organización, de control, de repartición de dádivas y estímulos, todo, desde luego, con sombrero ajeno, ni más ni menos, con el dinero que tanto cuesta ganar y que vía contribuciones para administrar y proporcionar los servicios públicos y no, para actos fastuosos, vanidosos, fútiles e intrascendentes.
Durante un año, no más, colaboré en el Partido Revolucionario Institucional, me di cuenta que no era lo mío, los actos que en un principio era un reto organizar, después producía repugnancia ver de qué manera nos aprovechábamos de las necesidades, de las carencias, de las esperanzas, de las ilusiones de tantas y tantas personas, que unas por necesidad y otras por interés, estaban dispuestas a asistir, a trabajar, a coordinar, a organizar, todo por una bicoca. Habrá muchas que lo justifican porque en ese entonces el Partido, el PRI por supuesto, cumplía una importante función social, era un mecanismo de movilidad, de ascenso social, no de otra forma se podía explicar que, personas de extracción humilde, campesinos, obreros, etc., alcanzaran puestos directivos y de gobierno.
La movilidad se perdió en el PRI, los grupos se fosilizaron, las estructuras se anquilosaron y la función social de equilibrio y desarrollo se perdió, dando paso a alternancias en que para mal, pervivieron los vicios y malas prácticas en lugar de luchar por mecanismos democráticos y democratizadores.
Me consta la oposición digna que durante muchos años representó el PAN, me consta que, sin embargo, muchos de sus simpatizantes mantenían un sigilio vergonzante, y que los que daban la cara, lo hacían con entereza, con valor, con plena convicción. Tuve la fortuna de ser alumno de uno de los grandes personajes de Acción Nacional, Don Rafael Preciado Hernández, maestro de Filosofía del Derecho, uno de sus ideólogos y de los primeros senadores de oposición. Conozco lo que eran los fundamentos ideológicos y políticos, y los principios en que se sustentaban y promovían, y sorprende negativamente como muchos de ellos han naufragado en los neopanistas que sólo se distinguen de otros políticos por los colores de sus emblemas.
Lo más indignante es que dejan de ser una opción para el ciudadano sin partido que espera encontrar una alternativa viable, para una mejor tarea política. Cuando las contribuciones se despilfarran en multitud de actos y eventos sin verdadera trascendencia que sirven más como aparador que como plataforma, el ciudadano consciente se preocupa, se desanima, y no pocas veces se indigna. Muchos de los cobros impositivos se realizan sin un sustento legal y sin embargo se siguen aplicando, porque la mayoría de la gente no tiene ni el tiempo, ni el dinero, ni la presencia de ánimo para enfrentar a la autoridad y recurre a la petición de favor y no a la exigencia de un derecho.
Las estructuras se trastocan y el mandante se convierte en súbdito y los actos de gobierno que son simplemente un cumplimiento de un deber, se presentan como actos de magnanimidad de la autoridad, que se compadece del súbdito, que han de agradecerse como favores y rendirle porque se ha dignado posar su mirada en su pueblo. Y para mantenerlo contento, distraído, enajenado, se organizan diversiones que se venden como actos relevantes de la administración cuando en rigor los problemas fundamentales no se atacan, menos se resuelven.
Cincuenta años después, el panorama penosamente es el mismo. El acarreo, el populismo, el clientelismo, y la fórmula romana reducida a su mínima expresión: no pan y circo, sólo circo y más circo.

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