LA JUSTICIA SOY YO: ANDRÉS MANUEL
Se
cuenta del excepcional sevillano nacido en Madrid, Rafael Gómez “El
Gallo”, que al término de una corrida en Pamplona en la que no le
había ido especialmente bien, le indicó a su cuadrilla: “Nos
regresamos a Sevilla ahora mismo”, pero maestro, le ripostó
alguno, Sevilla está muy lejos: “¿Qué? ¿Qué Sevilla está
lejos? ¡Sevilla está donde debe estar! Lo que está lejos es ésto”.
El
sentirse el centro del Universo suele ser una actitud infantil. El
niño es particularmente egoísta, o al menos hay una etapa en su
crecimiento en que todo es suyo, o todo quiere que sea suyo. Todo
gira en torno a sus intereses, y todos están atentos a su voluntad.
Esa particularidad parece haberse acentuado y prolongado en la
adolescencia y la juventud. Para coronarlo el hombre del siglo XXI
dispone de un artefacto que le vuelve el eje del mundo: el teléfono
inteligente. El mundo empieza en mi teléfono. Las distancias se
miden desde él. La información de cualquier parte está a un botón.
Cualquier persona, según estudios, se encuentra a siete personas de
distancia de otra. Lo que ocurre en cualquier lugar lo tengo
prácticamente de inmediato en mi pantalla. Supongo estar tan
informado como el que mas. Y así como pienso tener toda la
información que requiero y más, los algoritmos de las máquinas
computadoras capturan toda mi información, saben mas de mi mismo que
yo, porque todo lo tienen en presente.
En
un mundo así no sorprende que entre mas poder se detente se sucumba
más fácilmente a las tentaciones. Se
conoce como dictum de Acton la célebre frase acuñada por el
historiador católico británico John
Emerich Edward Dalkberg Acton,
Lord Acton en 1887, que en su redacción original decía: Power
tends to corrupt, and absolute power corrupts absolutely. Ora que
como dice el refrán, de por sí es risueño y le hacen cosquillas.
Quizás
los mas preocupante como me dijo un amigo que me hubiera gustado como
alumno, pero del que he aprendido mucho, lo preocupante no es tanto
que el líder pueda cometer tantos dislates, tan graves y tan
seguido, sino lo que sus seguidores están dispuestos a tolerarle.
Desde luego, por obvio habría que dejar de lado a los abyectos que
son capaces de “ver” el traje del emperador, a los acomodaticios
que voltean la cara para no tener que decir si lo vieron o no, a los
necesitados que pueden sobrevivir de una dádiva, de una palmada, de
una ilusión. Queden a salvo los que de buena fe esperan ser salvos
por ella. No se si sea una cita bíblica, pero si se, hasta donde
recuerdo del catecismo de la Santa Madre Iglesia, que en eso no ha de
diferir tanto de las creencias evangélicas que profesa López
Obrador, que la fe es un don gratuito.
¿Qué
es la fe?
La
fe es la adhesión personal de la inteligencia y voluntad a la
revelación divina.
¿Es la fe un don sobrenatural? Sí, la fe es un don sobrenatural,
porque para creer, el hombre necesita del auxilio divino.
En
México, nuestros padres conscriptos, los liberales alimentados en
las enseñanzas masónicas, triunfadores en las contiendas que
ocuparon buena parte del siglo XIX, optaron por asumir el modelo de
los EE.UU.. Imitación extralógica le llamaría el sociólogo
francés Gabriel Tarde, que distinguía las imitaciones lógicas que
se presentan cuando exista alguna similitud entre las condiciones del
imitador y el modelo, por lo tanto responden a una problematicidad
peculiar y la asunción de algunas características del modelo está
probado que funciona, o al menos que responde a ciertas analogías
objetivas. En la imitación extralógica se copia por admiración,
por respeto, por moda, por ignorancia, por pigricia. Somos una
federación de entidades que nunca existieron autónomas, con un
gobierno a imagen y semejanza de los vecinos, que no respondía en
sus postulados ni en sus estructuras a la realidad de nuestro país.
Por eso, entre otras cosas, los controles que allá operan, aquí no.
Cuestión de cultura, cuestión de idiosincracia.
Manlio
Fabio Beltrones (¿se acuerdan?, era un líder príista, ¿se
acuerdan del PRI? ahora son morenistas) propuso, supongo que de buena
fe, hace dos elecciones presidenciales, un modelo de gobierno que, de
alguna manera se ensayó con no muy buenos resultados aquí en
Aguascalientes. Nuevamente las imitaciones extralógicas. La idea,
sin embargo, no era mala, y responde a la mayoría de los modelos
europeos, con los obligados matices de cada país. En esencia era
crear una especie de régimen semiparlamentario, en el que existiera
un Jefe de Estado, que podría ser electo, y un Jefe de Gobierno, que
correspondiera a la fuerza política dominante o, en su caso, a la
alianza mas fuerte de las diferentes corrientes políticas. En ese
modelo, el Jefe de Estado, garantiza la unidad sin participar
directamente en el gobierno, y el gobierno puede cambiar tantas veces
como sea necesario sin producir una desestabilización grave, al
menos en teoría.
Nuestro
sistema facilita que el Presidente esté solo, solísimo. Facilita
que crea que un memorándum de él, sea mas importante que la
Constitución. Facilita que esté convencido de que Sevilla sea la
capital del mundo. Facilita que cualquier ocurrencia pase por idea.
Facilita que su voluntad se convierta en ley aunque no pase por las
cámaras, por sentencia aunque no pase por los tribunales, en dogma
aunque no pase por los concilios. Facilita que crea que en política
el ejemplo arrastra y que la magia opera transformando a los malos,
como en los cuentos en buenos para vivir felices y, desde luego,
comer perdices.
La
realidad es reacia. No responde a las “varitas de virtud”, que
por otra parte, son bastante escasas. Para hacer grandes cosas, decía
Montesquieu, no basta estar por encima de los hombres, hay que estar
con ellos. Estar con ellos no es gozar de sus simpatías, sino
entender que un país no es la resultante de sus fuerzas, sino la
permanencia de sus fuerzas actuando en un pacto mínimo de
voluntades. La tarea es unir, no separar, sumar, no dividir, es
sembrar, no desperdigar.
Señor
Presidente: usted es locuaz, como lo fue Echeverría. Incansable,
como aquel. Ejecutivo, como lo era él. Proclive al autoritarismo y
al egocentrismo y ya conocemos el resultado.
Y
si en lugar de hablar, Señor Presidente, dedicara dos horas diarias
a escuchar a los mexicanos, a todos.
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