QUE ALGUIEN ME EXPLIQUE...LA POLÍTICA.
Hoy
resulta que es lo mismo
ser
derecho que traidor,
ignorante,
sabio, chorro,
generoso,
estafador.
Todo
es igual; nada es mejor;
lo
mismo un burro que un gran profesor.
Tango
Cambalache de Enrique Sánchez Discépolo.
Cariacontecido, malhumorado, triste y
acongojado, me pesa en el alma, o en ese hálito vital que llaman alma, haber
creído todo el complot armado para desprestigiar y acusar a un pobre minero
desvalido que ha luchado, como lo hizo en su momento su padre, por la
reivindicación de los derechos de sus compañeros explotados hasta la silicosis,
afortunadamente Don Napoleón perseguido cruelmente por el gobierno mexicano, no
tuvo que recurrir al asilo o protección política, sino que el gobierno de
Canadá le concedió en su momento el estatus de “residente” y luego el de
ciudadano, porque gracias a sus ahorros como minero, logró acreditar tener los
ingresos necesarios y la solvencia suficiente para se sujeto de la nacionalidad
canadiense, aunque su fervor patriótico y su espíritu de sacrifico lo han
orillado a regresar a México, ahora desde la trinchera invulnerable del fuero
senatorial para seguir luchando por las causas de los desprotegidos. ¡Loor al
benemérito Napoleón!.
Claro que es difícil sobreponerse a un
ataque sistemático en el que se involucran los sentimientos mas rastreros y
perversos, con tal de borrar a los enemigos políticos que, son blancos
vulnerables para ser mancillados, desprestigiados,
deshonrados...Afortunadamente en las campañas políticas se muestran también
gestos generosos, de misericordia, de perdón, aún a los mas ruines
delincuentes, o a las ovejas descarriadas que, como el hijo pródigo, regresan
al redil. Para muestra la magnanimidad de un presunto gobernante que anticipa la
amnistía, aunque esta corresponda solamente al poder legislativo, que
eventualmente podrá aplicarse a miembros de la llamada delincuencia organizada,
que ante la evidente falta de empleo de que se duele nuestro país, han tenido
que sobrevivir no sólo ellos, sino que además han creado fuentes de empleo que,
por añadidura han permitido ingresos de divisas como resultado de su visión
comercial.
Pero en fin, de todo hay en la viña del
Señor. Me sorprendió también la declaración desfachatada de una señora política,
que difícilmente podría ser objeto concupiscente, que renunciando o pidiendo
licencia al cargo de elección popular que actualmente ocupa en la “capirucha”,
públicamente pidió perdón a los vecinos de la circunscripción que “gobernaba”
por no cumplir su palabra, pero, se entiende que lo hacía por un valor
superior: tratar de asegurar un escaño (¿se dice así?) en el Senado de la
República porque la fecha de caducidad de su actual función estaba por
cumplirse. Sacrificarse por la comunidad es un gesto valeroso que,
lamentablemente no siempre es comprendido. Es peccata minuta que a fuer de
seguir defendiendo los intereses populares no cumpla sus compromisos que,
pudiera ser una de las razones por las que la ciudadanía le otorgó el voto.
Cumplir la palabra suena tan anticuado como una máquina de escribir Remington,
en esta era de todo efímero, todo desechable, todo fungible. No pasa nada, la
memoria es corta y mas, ¡quién sabe por qué!, cuando de actividades políticas
se trata. Es tan corta que el principio sacrosanto defendido durante casi un
siglo de “sufragio efectivo, no reelección” se transformó sin que haya cundido
ninguna muestra aparente de inconformidad en “¿sufragio efectivo? ¡no!,
¡reelección!”. Particularmente la “clase política” como pomposamente se
autonombran algunos, está de plácemes, ya no tendrán que hacer machincuepas
para saltar de una cámara a otra, de un puesto a otro, en una palabra de una
“chamba” a otra, para cumplir fielmente con el apotegma del “Tlacuache”
Garizurieta: “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”.
Se cuenta de Groucho Marx que una de
sus frases favoritas era “Estos son mis principios, y si no le gustan...¡tengo
otros!”. La frase de este otro Marx se ha puesto de moda. En el léxico político
mexicano se acuñaron varias expresiones para señalar despectivamente a una
persona que cambiara de filiación política tan fácilmente como cambiar de
chaqueta, “chaquetero” le llamaban y era una afrenta, se le marcaba como
persona falto de convicciones, no digno de confianza, incapaz de mantener
lealtad a una persona o a una causa. También se usa o se usaba la expresión
“maromero” y recuerdo que en burla, a un mas o menos destacado político que se
refugió en la dirección de un periódico, le llamaban por su habilidad para
cambiar de bandera “Maromas y Maromas” aludiendo a sus apellidos “Ramírez y
Ramírez”. Otra expresión popular muy ilustrativa es la de llamar “chapulines” a
los que van brincando de un bando a otro, especulando con las condiciones y
aprovechando los vaivenes para buscar una mejor posición política. Yo prefiero
llamarles “hombres corcho”, aunque obviamente también hay “mujeres corcho”.
Me queda claro que la expresión “hombre
corcho” resulta anfibológica y que podría dársele una caracterización etílica.
Hombre corcho aquel que se la vive pegado al pico de la botella, pero no, no va
por allí. Un corcho flota y su rumbo cambia según cambia el viento, según
cambien las corrientes y no opone ninguna resistencia, si sube la marea, sube;
si baja la marea, baja; si sopla el viento de la izquierda va hacia la derecha;
si el viento sopla desde la derecha va a la izquierda. Como el reyecito del
inolvidable cuento de Saint Exupery, que nadie le desobedecía porque siempre
ordenaba lo que el otro quería hacer. Así, el hombre corcho nunca se equivoca
porque siempre va hacia donde le lleva la corriente.
Francis Fukuyama publicó el
controvertido libro “El fin de la Historia y el último hombre” en 1992, en el
que sostiene la idea de que la historia humana como lucha entre ideologías ha
concluido, ha dado inicio a un mundo basado en la política y economía de libre
mercado que se ha impuesto pragmáticamente a las creencias, ideologías o
teorías. Parece que nuestros políticos, la “clase política” han suscrito la
tesis de Fukuyama, con las ideologías han muerto las convicciones, han
sucumbido los valores y han desaparecido las banderías. ¿Qué nos queda? El
agandalle, y ahora, ¿Quién podrá defendernos? Ni el Chapulín Colorado, porque,
obviamente, también es “chapulín”.
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