15 AÑOS EN EL CAMINO DE LA ESPERANZA
“Todas
las personas mayores fueron al principio niños (aunque pocas de
ellas lo recuerdan)”. Antoine de Saint-Exupéry.
Usted
no está para saberlo, amable y desprevenido lector, pero el suscrito
que habla tuvo la experiencia, inusual sin duda, de ser el menor y el
mayor de los hermanos. Así, como lo oye, cuando nací, mi tía
Paulina, hermana de mi papá (siempre tuvo cardiomegalia, tenía un
corazonzote así de grande), me expropió, al menos parcialmente y me
llevó a incorporarme a su familia: Juan Felipe, Miguel Ángel,
Héctor, Carlos Francisco y Gabriel, que ya se había enriquecido con
la incorporación parcial también de Juan José (otro primo, entre
Juan Felipe y Miguel Ángel), y yo me convertí en el “chiquillo”
de aquella tropilla, hermanillo de indias, pero también protectorado
ante las bromas y pruebas de la palomilla del barrio, tanto y tan
hermanados que Gabriel y yo (apenas dos años de diferencia) hicimos
un pacto, cuando nos preguntaban “¿Ustedes que son?” uno
contestaba “primos...” y el otro agregaba “...hermanos”.
Cuando
fueron naciendo mis hermanos, hasta completar cinco, tuve entonces el
papel, digo yo, medio ingrato de ser el mayor, que quien sabe por
que, alguien inventó que tenía que ser modelo, pero que, sin duda,
tocaba ser el “hijillo de Indias”, porque con el mayor, los
padres bisoños nos ensayamos. Sin embargo el recuerdo de ambos
papeles, mayor y menor, o simplemente de ser hermano, primo,
conbarriano, en una niñez feliz, con raspones, tallones, esguinces,
descalabradas, picaduras de avispas y de hormigas, escondites
secretos que todos conocían, excursiones furtivas al arroyo,
pavorosos festivales de fin de cursos, declamaciones plañideras,
exhaustivos desfiles patrios e interminables “viernes primeros”,
etc., etc., ¡una niñez feliz como tenía que ser!.
Estas
y parecidas reflexiones me acompañaban el pasado sábado entre la
avenida Siglo XXI y la Línea (no tan) Verde, en las multicolores
instalaciones de la Casa Hogar “Juntos en el camino de la
Esperanza” que
celebraba con un muy emotivo festejo quince años de esfuerzo, de
trabajo, de tesón, de remar a veces contra corriente, de subir
cuestas escarpadas, de desvelos, de emociones encontradas, de noches
serenas con la satisfacción de la tarea cumplida, apenas un vasito
de agua en el desierto porque al día siguiente renace el ajetreo, de
contar con manos providentes que aligeran la tarea, de soportar
ingratitudes, de ver posibilidades truncadas, de experimentar el
dolor de los falsos testimonios, pero de renacer siempre con la labor
gratificante de formar a la niñez que en la Casa Hogar encontró
justamente el suyo, el sitio en donde experimentar la niñez feliz a
la que todos los niños tienen derecho.
Para
los quince años se preparó un gran festejo en el que participaron
todos los miembros de esa gran familia, desde los miembros del staff,
patronos, favorecedores, simpatizantes, miembros del consejo y desde
luego los 48 hermanos que actualmente constituyen la familia de la
Casa Hogar. La mas pequeña, una simpática niñita de unos tres años
que “cayéndose de curra” muy bien peinada, con sus moños, sus
zapatos bien boleados, su vestido de olanes y la sonrisa a flor de
labios no perdía pisada para no desentonar en la coreografía que
acompañaba
las canciones que entonaron en un magnifico orfeón todos, hasta el
mayor, un garrido adolescente en los umbrales de la juventud que
hacía el contrapunto con la “xocoyota”. El
festejo empezó con el cántico de unas “alabanzas”, porque hay
que decir que los buenos auspicios de esta casa provienen de un grupo
de entusiastas y esforzados “hermanos separados” como les llamara
S.S. Juan XXIII, que en mi niñez llamábamos “protestantes”
(adjetivo que luego adquirió una gran riqueza cuando en 1968
salíamos a las calles para protestar contra un México autoritario,
corrupto, populista y violento, que no acaba de irse), y que ahora
simple y grandiosamente se autonombran “cristianos”. Vino la
intervención estupenda del Pastor Gabriel, (no registré su
apellido) de una iglesia avecindada en los suburbios de Houston,
Texas, “chilango” converso o sin verso, en la que dio testimonio
de la obra de Dios a través de los instrumentos de que se vale para
hacer el bien: desde la directora hasta el mas humilde de los
donadores que colaboran en éste proyecto del rescate de los infantes
para que tengan la ocasión de ser personas de bien. El Pastor fue
como su tocayo el arcángel, testimonio y heraldo de buenas nuevas al
reconocer el trabajo realizado y al anunciar con alegría lo que
viene por hacer.
Como
no estaba muy seguro de la ubicación de la Casa Hogar, procuré
llegar temprano y tuve la oportunidad de que me mostraran las
instalaciones, me interesaba especialmente, porque instituciones como
esta asumen una tarea que debiera realizar el estado, y que, mientras
se dilapida en promoción, propaganda y publicidad, que suelen tener
presupuestos grandes, la asistencia social sobrevive con penurias y
sacrificios. Las habitaciones son amplias, iluminadas y bien
ventiladas, para seis ocupantes, sus camas con bases de mampostería
pero con colchones mullidos, cada dormitorio tiene sus baños y
espacio suficiente para guardar su ropa y útiles escolares. A la
entrada de la habitación, un cartel anuncia el reparto de las tareas
de limpieza y orden que se encomiendan de manera rotatoria a los
ocupantes. Me trajo a la memoria una de las mas importantes
instituciones educativas de nivel superior de México, que es la
Escuela Libre de Derecho, a la entrada un letrero anuncia a los
visitantes y compromete a los de casa: “La
disciplina y la limpieza
de esta institución se encomiendan
al honor de los alumnos”.
Tiene sus áreas de juego y de deportes, un comedor amplio y cómodo,
y en general instalaciones dignas y un área a punto de estrenarse
con un proyecto interesantísimo de formación en arte. En fin una
visita gratificante y alimentadora del espíritu.
La
artífice de este gran esfuerzo, quien ha conjuntado las voluntades y
las ayudas ha sido Marcela Esther Ortega, quien sin embargo prefiere
decir con el salmista 127:1 Si
el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen.
Hace
algunos años que mi comunicación con la divinidad no es tan buena,
la línea directa que alguna vez creí tener, se ha interrumpido,
¡Hay tanta interferencia!. Pero el sábado en el crepúsculo,
mientas el coro familiar de la Casa Hogar entonaba su invitación a
la celebración: “Ven a cantar...”. En medio de un rompimiento
de gloria percibí
una sonrisa celestial
que nos envolvió
en un momento de paz y armonía, y para sellarlo, inició la lluvia
como una alianza,
¡bendición
tan anhelada!. ¡Amén!.
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