UNA DESAPARICIÓN FORZADA (¿CUENTO? DE NAVIDAD)
Para
Guillermo Samperio, con su recuerdo jocundo y "fiel amistad".
El
hombre, ya adulto, lo que para efectos de esta historia puede ser de
cuarenta años para arriba, entró con energía y ademanes resueltos
en la oficina pública especializada en desapariciones forzadas.
Acostumbrado a moverse en el mundo del comercio de menudeo, en donde
era, como solía decirle su amigo el profesor Cuco, un tigre de
muchas rayas, se sintió un tanto desconcertado. Varias hileras de
bancas todas ocupadas por personas cuyos semblantes mostraban la
amplia gama de expresiones negativas que puede manifestar un rostro:
desde el enojo contenido hasta la angustia mal disimulada, desde el
aburrimiento supino hasta la hiperactividad improductiva moviéndose
nerviosamente. Un mostrador que bien hubiera podido de servir de
modelo para el muro de Donald Trump dividía la amplia estancia, de
un lado los justiciables (horrible palabra de perverso origen
utilizada para despersonalizar a los pobres pero no raros humanos
que, como nuestro hombre aún tenían la esperanza de encontrar la
justicia, aunque fuera en sus operadores, otra expresión horrible
para denotar mecánica la actividad que debiera ser esencialmente
sensible), del otro la natosa burocracia.
Tras
unos minutos de vacilación y luego de que se convenció que nadie se
había inmutado por su llegada y que nadie se acercaría a
preguntarle el motivo de su presencia, haciendo de tripas corazón se
acercó al mostrador. Dos cancerberos, pitbulls en dos pies
disfrazados de personas, se encontraban en los extremos. En sus
respectivos escritorios un número de empleadas que a un primer
vistazo no pudo calcular, se ocupaban o parecían hacerlo de atender
a los denunciantes. Intuyó que lo eran porque estaban de este lado
del mostrador y porque mostraban una desazón contrastante con la
abulia e indolencia de las del otro lado. Su presencia era, lo
constató, una "no presencia" y tuvo la certeza de que H.G.
Wells concibió su inmortal "El hombre invisible" en una
oficina burocrática. Después de varios infructuosos intentos logró
que una de las empleadas le atendiera:
-
¿Asunto?- le preguntó con tono de sacristán de Betulia rezando, en
ausencia del cura, la segunda Avemaría del cuarto misterio doloroso
del Rosario.
-
Denunciar una desaparición, acabo de caer en cuenta, aunque supongo
que existe una confabulación para ocultarla, haciendo como que sigue
presente, aunque los signos puedan prestarse a confusiones, porque al
parecer nadie tiene intenciones de que aparezca, porque para la
generalidad de los involucrados pueda resultar preferible su
ausencia, porque su conciencia se siente mejor sin ella que con ella
y...-
La
empleada repentinamente animada, como si fuera un coche mecánico de
diversión para niños de un centro comercial habiéndose tragado una
moneda, le dijo: - Tranquilícese, regrese cuando esté más calmado,
porque así no le entiendo nada - se dio
media vuelta y desapareció tras una puerta con un clarísimo letrero
que decía "DAMAS". Cinco intentos después logró
sorprender a otra de las empleadas que por un descuido levantó la
vista de su " celular" y la posó en la mirada de nuestro
hombre, despegó perezosamente las valvas que simulaban una boca y
con voz de molusco antiguo preguntó algo que nuestro hombre quiso
traducir como "¿Asunto?". Respiró hondo y tuvo claro que
tenía que aprovechar la oportunidad, con súbito interés de
malacólogo e imitando la prosodia de la dama le espetó como
descarga de " cuerno de chivo": -Ha desaparecido la
Navidad, o quizás la hayan desaparecido, eso les toca a ustedes
investigarlo y aclararlo- otra vez respiró, ahora aliviado y miró
expectante a la señorita Bivalva. Pasada la sorpresa inicial la
andanada pareció haber surtido efecto. Algunas neuronas del cerebro
antiguo habían reaccionado ante la palabra y habían desempolvado el
recuerdo agridulce de las Navidades pasadas en familia. Sería
descortesía del narrador aludir a la edad de la susodicha. El lector
podrá, a su criterio, ser todo lo descortés que le apetezca.
-
¿La Navidad? desaparecida. No diga tonterías, acabamos de hacer el
ejercicio del "amigo secreto" y el intercambio burocrático
de regalos. La posada está programada para mañana y el aguinaldo
nos alcanzó casi a todos para la primera mensualidad de las 48 de
los regalos navideños, del simpático mercader árabe que nos fía
hasta la risa. El Ayuntamiento gastó en el alumbrado navideño lo
que recortó en servicios y personal, autorizó en el primer cuadro
más ambulantes que en la Feria de San Marcos, ocasionó un caos vial
por el cierre de vías primarias para la venta de saldos, los centros
comerciales subieron sus precios para anunciar rebajas, los
servidores públicos mandaron tarjetas y arcones y usted me viene a
decir que desapareció la Navidad. ¡Hombre, se necesita estar
loco!.-
Nuestro
hombre aprovechó la explosión adrenalinesca de la señorita Bivalva
(la segunda que había experimentado en dieciocho años de servicio)
y se dijo: el que no asegunda no es buen labrador.
-
¡Esa es la cuestión! - gritó con una energía que sacudió y sacó
de su letargo a las de aquel lado, excitó a los pitbulls y alertó a
la concurrencia justiciable de este lado, -De eso se trata, de
aparentar que la Navidad está presente. Nos rodean de simulacros.
Nos abruman con publicidad, con luces y colores, con sucedáneos,
con apariencias pero, hágame
un favor. Ahora hasta en las felicitaciones ha desaparecido, "Felices
fiestas" dicen, porque les da pena aludir a la ausente. Es
políticamente incorrecto que aparezca la Navidad, los judíos no la
celebran, los musulmanes tampoco, los chinos, ¡qué son tantos!
menos; parece que hay muchos interesados en que no aparezca.¿Ud. Se
acuerda de la Navidad?- La segunda andanada surtió efectos,
especialmente la pregunta final. Dos venerables dendritas consumaron
una improbable sinapsis y la señorita Bivalva logró lo imposible.
Tras de media docena de llamadas en que hizo gala de todas las
argucias acumuladas en sus dieciocho años de servicio, con aire
triunfal le anunció: - Lo recibirá el subantevicefiscal de
desapariciones forzadas-.
Por
razones de seguridad, comprensibles para el amable y desocupado
lector, este narrador se abstendrá de describir la oficina, los
muebles, los patrióticos motivos que la complementan y "adornan",
y como, el "servidor público" no desentona. Nuestro
hombre, ansioso y consciente de que se le brindaba una rara
oportunidad expresó con pelos y señales su denuncia. El funcionario
escuchó impávido, se levantó de su sillón, tomó del brazo a
nuestro hombre, lo acompañó a la puerta de su oficina y lo despidió
con una palmada en el hombro diciéndole:
-
Sólo Ud. No la ve, amigo, ¡Feliz Navidad!.-
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