EL EJÉRCITO DE SAN GARABATO DE LAS TUNAS CUC.
Para
Rafael Barajas “El Fisgón”, por su magistral cartón “El
debate de fondo” de ayer martes 13.
Entre
los pueblos imaginarios de la literatura en nuestro país, a un lado
de Comala de Juan Rulfo, a tiro de piedra de Cuévano de
Ibargüengoitia se halla San Garabato de la Tunas Cuc., la pintoresca
y jocunda población creada por Eduardo del Río RIUS, que junto con
Ernesto García Cabral “El chango”, Antonio Arias Bernal “El
Brigadier”, Gabriel Vargas y Abel Quezada forman la quintilla de
ases del humorismo gráfico y claro el “joker” José Guadalupe
Posada. Por supuesto que en la baraja hay mas cartas y es un tema
opinable, pero yo me quedo con ellos. RIUS fué mas allá, no sólo
con las historietas “Los Supermachos” y “Los Agachados”, sino
con un género que sin duda inauguró en México: la historieta
didáctica.
Son
memorables los personajes de “Los Supermachos”: Chon Prieto,
panzón de pulque y guasón, Calzonzin, filósofo purépecha
existencialista envuelto en un cobertor eléctrico que no tenía
donde conectar, doña “Eme”, beata, boquisuelta y bigotona, Don
Perpetuo del Rosal, seguidor de palabra de su lema de la triple “o”
“Orden, onradez y ornato” y bebedor conspicuo con su itinerario,
de su casa a la cantina, de la cantina a Palacio Municipal, de
Palacio Municipal a la cantina y de la cantina a su casa, ¡ah! Y por
supuesto los guardianes del orden, (para Calzonzin el aparato
represor), los temibles policías “El lechuzo” y “Arsenio” de
innegable caracterización nazi, una Gestapo de interés social.
Ante
la crítica de las buenas conciencias del pueblo: el tendero Fiacro
Franco, el boticario Don Lucas Estornino y el burgués Don Plutarco,
que aseguraban difamatoriamente que Don Perpetuo se pasaba mas tiempo
en la cantina que en la presidencia municipal, el Sr. Presidente
Municipal previo acuerdo del Cabildo determinó cambiar la
Presidencia a la cantina, de manera que obvió la crítica, y cumplía
con su vocación y con su chamba al mismo tiempo.
Después
de escuchar en los días pasados retomar el delicado tema de la
función policial del Ejército Mexicano, a partir de la “declaración
de guerra” del entonces presidente de la república Felipe
Calderón: que si se queda en las calles, que si regresa a los
cuarteles, que quizás, tal vez, puede ser, probablemente, ¿quién
sabe?, llego a la sesuda (al menos sudada) reflexión de que se trata
de una especie de obra de teatro sujeta a un guión, con varios actos
y varios actores de carácter, que se representó en varias
funciones, sin duda casualmente, y que culminó con el discurso
presidencial en la ceremonia de entrega del Premio Nacional en
Derechos Humanos 2016, en la residencia oficial de Los Pinos. En su
intervención anunció que, aunque las fuerzas armadas de México
manifestaron por conducto del General Secretario de la Defensa
Nacional, el hartazgo de tener que hacer una tarea que no es la suya,
con un marco legal que les es ajeno y con la “duda” de actuar por
temor a los organismos defensores de Derechos Humanos, habrá un
nuevo marco legal para legitimar la actuación policial del ejército
y la armada.
Juan
Calzonzin seguramente pensaría que una medida de legitimación para
una función que, constitucionalmente no les corresponde a las
fuerzas armadas, y que sólo por excepción se justifica actuando en
apoyo de las autoridades policíacas, convertiría a la excepción en
regla, “normalizaría” lo que hoy es anormal, y justificaría,
como lo hizo Don Perpetuo en San Garabato, lo cuestionable en
“legal”, aunque en esencia continúe contrario a la normalidad
constitucional, aunque y lo recalco, partiese de una modificación
constitucional. Quiero decir y lo digo, que hay reglas que aunque
estén en el cuerpo de la Constitución contravienen los principios
consagrados en las decisiones políticas fundamentales o en el
derecho supranacional, lo que las vuelve no constitucionales.
La
cuestión es en extremo delicada. El ejército (sus integrantes) no
puede, no debe dudar. Ante una orden superior la disciplina militar
obliga a su cumplimiento, pero, lo decía Santo Tomás de Aquino, la
orden injusta no debe obedecerse, y lo ha dicho la Suprema Corte de
Justicia, la obediencia jerárquica no es excluyente de
responsabilidad. Dicho en otras palabras, la regla jocosa del dominó
“mandado no es culpado” no aplica en materia de Derechos Humanos.
En
los últimos diez años, desde la infausta “declaración de guerra”
de Calderón, las fuerzas armadas del país, son de quienes mayor
número de quejas por violaciones a Derechos Humanos han recibido los
organismos defensores. No sólo ¿qué han hecho? sino
fundamentalmente ¿cómo lo han hecho?. Me parece que han habido
casos extremos documentados de un exceso en el actuar de algunos
elementos militares y marinos, (lo que desde luego puede ocurrir en
cualquier organismo), merecedores del reproche legal. Un marco
jurídico que “legitime” la intervención del ejército en
materia policíaca, no evitará que eventualmente haya excesos y no
evitará que las recomendaciones de los organismos defensores de
Derechos Humanos lo señalen. El marco legal, de darse tendría que
apegarse sin duda a la constitucionalidad y a la convencionalidad.
Algo
mas, no fueron los tribunales nacionales ni lo organismos defensores
de D.H, nacionales los que iniciaron el señalamiento y la
responsabilidad de elementos de las fuerzas armadas. Fueron los
organismos internacionales los que forzaron al estado mexicano,
condenándolo a indemnizar a víctimas de violaciones de derechos
fundamentales por elementos del ejército. Fueron los organismos
internacionales los que forzaron a la Suprema Corte a modificar
criterios y al Congreso Federal a legislar en cuanto al llamado fuero
de guerra, dejando a salvo a los “paisanos”, y si no son los
nacionales, serán los internacionales los que seguirán señalando
las conductas violatorias de DH.
Antes
que cambiar la presidencia muncipal a la cantina, hay que buscar que
cambie Don Perpetuo, y si no cambia, cambiarlo. En una democracia se
haría así, digo, pero San Garabato de las Tunas, Cuc., no es
ejemplo de democracia.
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