Y...aprobaron el fuero.


El 23 de abril del año 0 U.C., Rómulo y su hermano Remo se aprestaban para darse una vuelta a la internacionalmente famosa Feria de San Marcos, del merito Aguascalientes, en la que Baco anticipaba las bacanales y en la que se daban cita los valientes con su gallo copetón pa jugarse hasta la vida en la fe de un espolón, cuando cayeron en la cuenta de que no poseían ningún gallo muy jugado, sino una loba vieja y desdentada que por añadidura había sido su nodriza, cuando el rey de Alba Longa, Amulio, en la parte central del Lacio en la península itálica bañada por el todavía no Mare Nostrum, quiso deshacerse de ellos porque un oráculo le predijo que le destronarían, ordenó a un lacayo que les diera muerte, (versión antigua de Blanca Nieves, pero sin bruja), el sirviente no tuvo el coraje para matarlos y los abandonó a su suerte siendo todavía unos lactantes, en la ribera del Río Tiber (cualquier paralelismo con la historia de Moisés es pura falta de imaginación. La loba, cuyo nombre, Luperca, ha conservado la acuciosa Clío, que como se sabe es la musa de la historia, se compadeció de los huérfanos y obedeciendo a su instinto los amamantó y cuidó hasta que creciditos pudieron valerse por sí mismos, claro con ayuda del pastor Fáustulo que era porquerizo de Amulio, y su esposa Acca Larenzia. Ya se sabe el fuerte instinto que tienen las lobas para cuidar niños huérfanos, aunque lamentablemente cada vez son mas escasas.
Carentes de gallo copetón y desprovistos de pistola, optaron mejor por fundar la ciudad de Roma, por lo que buscaron un lugar cenagoso entre colinas que no despertara las envidias de los díscolos vecinos: los etruscos de quienes tomaron la mayor parte de su cultura, los sabinos a quienes en un acto de gratitud liberaron del yugo de sus esposas, aunque por puro orgullo aquellos dieron lugar a algunas escaramuzas, y los lacios de quien tomaron la lengua, una mitología incipiente que luego aderezarían con la griega y el entroncamiento legendario con Eneas de Troya y, ni mas ni menos con el tronante Marte, hijo de Júpiter y de Juno, dios de la guerra, de la violencia, de la crueldad, y padre de Rómulo y Remo.
Bueno, ya apareció el peine, el libidinoso Marte es el papá de las criaturas. Pero, ya entrados en gastos platiquemos el chisme completo. Sucede que por ese tiempo Numitor gobernaba Alba Longa, descendiente de troyanos no escapó a las intrigas de su hermano Amulio, que no solo lo destituyó sino que lo asesinó y con él a sus vástagos varones y forzó a su única hija Rea Silvia, a profesar como vestal, que eran sacerdotisas de la diosa Vesta que hacían votos de castidad cuyo quebranto se castigaba con la muerte, bueno, casi… Cuando una vestal faltaba a sus votos, los pontífices romanos incapaces de matar a una sacerdotisa, dejaban la decisión a la Diosa. Descendían a la vestal mancillada a un foso en donde le dejaban un odre de agua y una hogaza de pan, ciertos de que si la Diosa no estaba conforme con el castigo, multiplicaría el agua y el pan para preservarla viva. Casi siempre, por no decir siempre la Diosa confirmaba las acciones de los pontífices y la vestal fallecía de inanición. Todo iba a pedir de boca de Amulio cuando el dios de la guerra, Marte, se enamoró de la bella muchacha y la sedujo; de su unión se engendraron dos gemelos, Rómulo y Remo.
Nos ahorraremos detalles, el hecho es que el 23 de abril del año 0 Urbes Condita, (la fundación de la ciudad que era la referencia para el calendario romano), los dos hermanos iniciaron el trazo de lo que sería Roma, dedicada por supuesto a los dioses pero principalmente a Marte. Con una yunta roturaron la tierra marcando lo que serían las murallas, que por cierto eran cosas sagradas, y levantando la hoja en donde quedarían las puertas de la ciudad. Remo, menos creyente y fervoroso que su hermano tuvo la puntada de brincar como bebeleche sobre el trazo de la muralla. Remo ante ese sacrilegio y previniendo la ira de los dioses, no tuvo mas remedio que matar a su hermano. (Curioso paralelismo con Abel y Caín, aunque en Roma el bueno es el que mata al malo, cumpliendo con una disposición religiosa.


Leugo de la fundación de Roma y como todos los caminos conducen a ella, ocurrieron treinta curias de tres tribus, que organizaron un gobierno, tuvieron un rey y no fueron muy felices, aunque sí muy famosos. Con representantes de las treinta curias se formaron los Comicios Curiados y se eligieron a los Senadores (senectos y sabios, al menos eso decían). Todos ellos eran los famosísimos “patricios”, que descendían de los “patres” originales. La ciudad crecía y Servio Tulio en el siglo III U.C., sexto A.C., reorganizó la ciudad, dividiéndola en cuadrantes, como Puebla o Guadalajara, reestructuró el ejército y creó los Comicios Centuriados, atendiendo a su nueva organización que tenía como base los bienes de cada ciudadano. Sin embargo los patricios seguían teniendo el pandero y los plebeyos (población que comprendía antiguos pobladores, peregrinos, inmigrantes, esclavos liberados, etc., que tenían en común no ser de las curias originales) carecían de derechos, no podían ocupar cargos públicos, no podían aspirar a mandos en el ejército, no podían ser sacerdotes menos pontífices, no tenían acceso a las legis actions que eran las acciones legales, no podían contraer matrimonio legal, y en general tenían una condición de inferioridad.


A principios del siglo III los plebeyos se rebelan en una lucha reivindicatoria y se retiran de Roma hacia el monte Aventino, dejando a los patricios toda la carga de los trabajos y los servicios, algo así como un día sin mexicanos para los EE.UU. . Los plebeyos tuvieron que hacer concesiones, en avances paulatinos los plebeyos lograron que se les reconocieran derechos, ser magistrados, ser militares, ser pontífices, que sus acuerdos “plebiscitos” fueran respetados y luego que tuvieran fuerza de ley y gracias a la Lex Hortensia, que pudieran elegir un jefe que sería el Tribuno Plebis, y para protegerlo, para asegurar que lo respetaran, para evitar que los intereses económicos o políticos lo derrocaran, para impedir que los tiranos quisieran cebarse en ellos, para poder sin temor representar los intereses de la plebe, para alzar la voz frente a las injusticias, para pregonar el derecho frente a las arbitrariedades, para ponerlos bajo la tutela de los dioses le confirieron (obviamente por disposición divina) el título de Sacro Sanctis. Quien atentara contra el Tribuno Plebis, sería reo de Sacrilegio. Ese fue el orígen en Roma del “fuero” para el representante de la plebe.
Si alguna de las condiciones que le dieron origen subsisten en la actualidad, convendría meditar bien antes de suprimirlo.      

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