LA SANTANIZACIÓN DE LA PATRIA
Muy
seguramente el villano favorito de nosotros los mexicanos sigue
siendo Don Antonio López de Santa Anna y, sin embargo, parece que
esta pobre Patria nuestra sigue sus cojos pasos. ¿Qué por qué lo
escribo con don, recordando la pregunta de la novicia a la Madre
Superiora? Pues por la sencilla razón de que a estas alturas de la
tercera edad he aprendido a recelar del “juicio inapelable de la
historia”, a poner en duda la “verdad oficial”, a cuestionar la
“verdad histórica” y, también, ¿por qué no?, los informes
oficiales provengan de grupos de expertos, de expertos desagrupados,
de inexpertos inagrupados, de grupos de inexpertos y de grupos
expertos o inexpertos. Probablemente hace algunos años, no tantos,
Don Porfirio Díaz se colocaba en la cumbre indiscutible de la
villanía, de una década a esta parte, quizá un poco mas, Don
Porfirio ha sido reexaminado y re-valorado porque prácticamente no
existe rincón del país en el que no se conserve testimonio o
monumento del porfiriato. ¿Qué chiste? Me dirán si permaneció
treinta años en el poder. Bueno...hagamos el siguiente ejercicio:
dividamos su obra entre 6 y obtendremos lo que puede hacerse en un
sexenio. Don Luis Echeverría, sin duda, ocupó efimeramente la
cumbre de la villanía, pero fue desbancado limpiamente por Don
Carlos Salinas de Gortari. A Don Vicente Fox le quedaría grande el
puesto, porque hasta en un spaguetti western se vería ridículo y a
Don Felipe Calderón no le bastó la guerra fratricida declarada
aunque el saldo mortuorio de su decisión siga incrementándose todos
los días.
En
sus maravillosos Sueños Don Francisco de Quevedo y Villegas, que por
cierto se publicaron primeramente con el nombre de Juguetes de la
niñez y travesuras del ingenio, escrito
para denunciar los "abusos, vicios y engaños de todos
los oficios y estados del mundo", lo que le da dolorosa
actualidad, narra de un Alguacil que al referirse al demonio siempre
lo hacía anteponiendo el Don. No faltó quien le recriminase que se
refiriera con respeto a la infernal criatura, digna mas de desprecio
que de honra, a lo que aquél respondió, palabras mas, palabras
menos: uno nunca sabe las vueltas que da la vida y con lo que habrá
de encontrarse el día de mañana.
Don
Antonio de Santa Anna es un personaje que, como dice Don Armando
Fuentes Aguirre “Catón”, me hubiera gustado conocer. ¡Once
veces jefe de gobierno! bien está que con diferentes denominaciones,
pero de que era jefe, ¡era jefe!. Bueno, la última vez tuvieron que
mandar por el de Sudamérica donde se había retirado para que nos
hiciera el favor de gobernarnos. Por cierto, que en sus memorias, que
a la vez que interesantes son divertidas, explica y justifica cada
una de sus acciones, incluyendo el sacrificio de ofrendar una pierna
en el altar de la Patria, para la que, no podía ser menos, se
oficiaron oficios de difuntos. Debió haber sido de una personalidad
subyugante, arrolladora, ¡un auténtico seductor! que, entre otras
cosas, se atrevió a ordenar a un actor representar el papel de
sacerdote para que le casara casado por la ley de Dios con una
atractiva joven que le había llenado el ojo. Mas aún, si no fueran
suficientes los indecibles males que a Santa Anna se le atribuyen,
entre otros, desde luego el encogimiento del país, habría que
impetrarle la nociva práctica de mascar chicle, que he oído en no
pocos mentideros que S.A.S. tenía la pésima costumbre de masticar
la savia de ese árbol tropical y acostumbraba llevar consigo
suficiente cantidad con una textura como de migajón seco. Según los
díceres al ser prisionero de los “güeros” para calmar los
nervios masticaba el chicle y un joven teniente que lo custodiaba,
llevado por la curiosidad le pidió un poco y discurrió que si a
aquella pasta le agregaba algún saborizante ganaría mucho la sosa
costumbre de masticarlo. El teniente, dicen, se apellidaba Adams.
Durante
el siglo XIX, la historia de México es la historia de los
enfrentamientos entre los grandes partidos, por llamarles de algún
modo, de conservadores y liberales. Un siglo de desangríos,
agravios, desagravios, invasiones, triunfos efímeros, derrotas
honrosas, invasiones oprobiosas, pérdida de territorio y soberanía
y, finalmente la consolidación de un país, bajo la figura de una
república democrática, representativa y federal. Don Agustín de
Iturbide y Don Antonio López de Santa Anna, son sin duda, las
figuras señeras de los conservadores y de la visión centralista del
estado, que, además tuvo también el pasajero imperio de S.M.
Maximiliano de Habsburgo, en el que, dicho sea de paso,
Aguascalientes fue capital del departamento mas grande del imperio.
Por el bando liberal, aunque hay muchos, la figura de Don Benito
Juárez se yergue reconocido por propios y ajenos. Causa, sin
embargo, cierto escozor que el título de “Benemérito de las
Américas” haya sido acordado por el gobierno de Colombia a
instancias del gobierno yanqui ¿¡Qué se le va a hacer!?.
En
los años recientes luego de mas de un siglo de federalismo, que,
bueno es decirlo, fue asumido por imitación extralógica de los
EE.UU. de los que, hasta el nombre copiamos aunque, patriotas, le
agregamos el apelativo de “mexicanos”, una serie de reformas y
particularmente una catarata de “leyes generales” a las que habrá
de “armonizar” (término lo bastante suave para parecer inocuo),
las leyes de las entidades federativas, han fortalecido al gobierno
central, al extremo de parecer endeble el andamiaje federal. Carl
Schmitt, uno de los grandes teóricos del estado, llamó decisiones
políticas fundamentales, que se conceptualizan como los principios
que determinan la forma de gobierno, su estructura orgánica, los
derechos humanos, la división de poderes, el papel de las iglesias,
etc.. Jorge Carpizo identificó 7, entre las que se encuentra como
eje el sistema federal. La creación de órganos alternos de toma de
decisiones como la CONAGO, el fortalecimiento de Organismos de
carácter central, la determinación de unificar policías y sistemas
de seguridad, y otras medidas parecidas llevan a, los suspicaces a
considerar que el sistema federal se debilita. Puede ser que sea lo
que convenga a este país, pero cambiar una decisión política
fundamental requeriría si no un nuevo constituyente, al menos un
plebiscito.
Mientras
lo convocan, saco mi pastilla de chicle Adams, me pongo a masticarla
y pienso en Don Antonio López de Santa Anna.
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