Lealtad

Si Usted trabaja para un hombre ¡Por Dios!… trabaje para él, hable bien de él y sea fiel a la institución que él representa. Si Usted tiene que murmurar, condenar o encontrar faltas constantes, entonces es mejor que renuncie a su puesto y cuando esté fuera, de rienda suelta a la maldad de su corazón, pero mientras sea parte de la Institución, ¡no lo censure!, si lo hace, la primera ráfaga de viento que pase se lo llevará y probablemente Usted nunca sabrá por qué.” Thomas Hubbard.
Antier mientras la marcha encabezada por el Gobernador del Estado rememoraba el recorrido que realizara Francisco I. Madero desde el Castillo de Chapultepec hasta Palacio Nacional, el 9 de febrero de 1913 escoltado por cadetes del Colegio Militar, luego de la sublevación de otros militares que arrastraron a un grupo de la Escuela de Aspirantes, recordaba el texto que da inicio a esta columneja y que, según recuerdo, el Profesor J. Refugio Esparza Reyes de siempre grata memoria, consignó en uno de sus Mensajes Urgentes que repartió entre sus funcionarios con la consigna de colocarlo en un lugar visible, como lo había hecho con la memorable caricatura de Rafael Berúmen, en que aparecía el Profesor de frac con una batuta en la mano y el texto: “El que desafine se va con su música a otra parte”.
Desde que el venerable y sabio Luca Pacioli difundió la “partida doble” se puso de manifiesto con toda claridad que a todo “debe” corresponde un “haber”, y esto que es de claridad meridiana en las números de la contabilidad, suele presentarse también en la cuentas que se hacen o se pueden hacer en la vida. El filósofo español Julián Marías con el que el Dr. Alfonso Pérez Romo tuvo una fructífera amistad, invitado a pronunciar la Lección Inagural de los cursos de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, práctica que lamentablemente se ha dejado, decía que se puede vivir haciendo cuentas o sin hacerlas, pero que si se elige hacerlas, hay que hacerlas completas. La marcha de la lealtad tenía su contrapartida en la deslealtad. Los generales Manuel Mondragón, Felix Díaz y Bernardo Reyes (sí, el padre de Alfonso Reyes), apoyados por los cadetes de la Escuela Militar de Aspirantes de Tlalpan y la tropa del cuartel de Tacubaya, tomaron por asalto el Palacio Nacional. El Presidente Madero, luego de que tuvo informes de que el Palacio había sido recuperado por tropas leales y desplazados los rebeldes hacia la Ciudadela donde se pertrecharon, acudió al Castillo de Chapultepec sede del Colegio Militar y dirigió una arenga a los cadetes que afortunadamente se ha conservado: Ha ocurrido una sublevación -les dijo- y en ella la Escuela de Aspirantes, arrastrada por oficiales indignos de su uniforme, ha echado por tierra el honor de la juventud del ejército. Este error sólo puede enmendarlo otra parte de la juventud militar, y por eso vengo a ponerme en manos de este Colegio, cuyo apego a la disciplina y al deber no se ha desmentido nunca. Os invito a que me acompañéis en columna de honor hasta las puertas del Palacio, asaltado esta madrugada por los Aspirantes y sus oficiales y vuelto otra vez a poder del gobierno gracias a la energía del Comandante Militar de la Plaza, que ha sabido reducir el orden de los revoltosos. El triste desenlace lo conocemos todos, triunfó la deslealtad y el Presidente Francisco I. Madero y el Vice Presidente José María Pino Suárez fueron sacrificados.
Por cierto que, paradojas de la lealtad, el Profesor Don Alejandro Topete del Valle afirmaba que un acto de lealtad había sido causa indirecta de la muerte de Presidente y Vice Presidente. Contaba Don Alejandro que durante la decena trágica era comandante de la guarnición militar de Veracruz el general José Velasco, por cierto originario de Aguascalientes. Luego de que el general Victoriano Huerta los hiciera prisioneros su primera decisión fue exiliarlos en un buque anclado en Veracruz. Al comunicar la orden al General Velasco, este contestó que no reconocía mas jefe que al Presidente Madero. El acto de lealtad de Velasco precipitó la decisión de Huerta que consideró riesgoso conservar como prisioneros en el país a Madero y Pino Suárez.
En el acto conmemorativo celebrado luego de la Marcha en el Palacio de Gobierno hubo dos discursos que merecen destacar los enfoques. El del representante del Ejército Mexicano que destacaba su lealtad a las instituciones encabezadas por el Presidente de la República, y la necesidad de que la población lealmente secundara las políticas presidenciales, y el del Gobernador del Estado en que resaltaba mas la lealtad como valor hacia los principios que son fundamento de la República. La democracia, la representatividad, el federalismo, el respeto a los derechos humanos, en fin todo aquello que constituyen las decisiones políticas fundamentales consagradas en la Constitución.
Cuando los servidores públicos protestamos al asumir nuestra responsabilidad, la protesta entraña el compromiso de lealtad con la patria y con sus ciudadanos, que se expresa con ceñirnos estrictamente a lo que nos está señalado por la ley. Por ello conviene recordar los principios fundamentales de una república que señalara Abraham Lincoln en su famosa oración de Gettysburg: el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. En una república las autoridades sólo pueden realizar lo que les está jurídicamente señalado en tanto que los ciudadanos pueden realizar todo aquello que no les está jurídicamente prohibido.
Aguascalientes ha vivido en unos pocos días actos violentos de delincuencia que habrán de poner a prueba su decisión de ser un estado de “gente buena”, mas que los lamentabilísimos delitos perpretados por la delincuencia organizada o no, es de preocupar la respuesta violenta que ha dado la ciudadanía al arrogarse el castigo de presuntos delincuentes al parecer sorprendidos in fraganti. El mundo, decía aquel locutor Jorge Romano, es un sistema de confianzas, cuando se pierde la confianza se altera su operación. La reacción violenta de los ciudadanos puede interpretarse como una medida extrema que bajo ningún concepto puede justificarse, aunque habrían múltiples explicaciones. Es oportuno considerar que antes de la lealtad del pueblo para con los gobernantes debe estar la de los servidores públicos para el pueblo al que nos debemos.

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