EL REVERBEREANTE GRITO DE DOLORES
En
un pueblito del estado de Hidalgo, de cuyo nombre no quiero dejar
constancia, el presidente municipal había preparado durante varios
días la ceremonia de “El Grito”, había mandado lavar y planchar
su sombrero y con gasolina blanca limpió hasta la más pequeña
mancha de la chamarra de caqui, en la peluquería le bolearon los
botines charros que guardó en una bolsa de papel de estraza para que
no se le fueran a ensuciar. Desempolvó “El Tesoro del Orador” y
recordó lo que en la secundaria el maestro Hercilio, el de la Poesía
Coral, les había enseñado algo que pensó que nunca le serviría y
ahora parecía que sí, que’sque el exordio, el nudo, el desenlace
o despedida. Exprimió su cerebro para recordar algunas palabras
domingueras y su compadre Mónico le platicó que un locutor de la
televisión dio unos consejos de su abuela para dar un discurso.
Párate, pa’que te vean; habla fuerte pa’que te oigan; y no te
alargues paque te aplaudan.
La
noche del quince, en Palacio Municipal estaba todo listo. El
presidente nervioso iba de un lado para otro mascusando las partes
principales del discurso. No se daban seguido las oportunidades de
echar un discurso, así que además del Viva México y la pequeña
letanía de héroes, preparó su discurso, alto, sonoro y
significativo, así como indicaba “El Tesoro del orador”. Poco
antes de las once de la noche ya estaba tupidita la plaza, la
kermesse había atraído más gente que de costumbre, y aunque algo
le había tenido que poner, valía la pena ver como chicos y grandes
se echaban su plato de enchiladas por diez pesos con todo y refresco.
Juancho el secretario le avisó que ya era hora. Se acomodó el
sombrero, pescó del brazo a la compañera y salió a la puerta del
“palacio” municipal justo cuando el sargento de la banda de
guerra tocaba el toque de atención. Empezó el discurso: “Era la
noche del quince de septiembre. El sol reverbereaba sobre la cabeza
del anciano…” Melitón, tenía que haber sido el mala cabeza de
Melitón, el que gritó interrumpiendo el hilo de la pieza
laudatoria:
“¡Sería la luna!”. No se pudo contener, tan bonita palabra:
“¡Sería tu madre, pero reverbereaba!”.
En
la Blanca, Zacatecas, pintoresco y modesto pueblito cercano a Pinos,
aconteció que por primera vez en muchos años, el temporal se había
manifestado parejito y cumplidor. Desde abril, algunas lluvias
esperanzadoras habían anticipado el tiempo de aguas: “Lluvias de
abril, talegas mil”, decían los labriegos frotándose las manos.
Mayo trajo calor y poca agua, pero al fin también el dicho dice que
“Agua de mayo, ni pa’l caballo” y hay quien le agrega: “Al
primer trueno de mayo, mi casa se quedó sola, mi mujer y mi caballo,
los dos pararon la cola”. Lo bueno fue que en mayo, ni agua ni
truenos. Junio trajo a San Juan y a San Pedro y San Pablo y
anticiparon con unas buenas tormentas lo que vendría después. La
canícula entró con lluvia y como se había anunciado en las
cabañuelas esto fue llover y llover, como ni mandado a hacer. Porque
la lluvia fue menudita y constante, dicen que moja tarugos, pero
remoja la tierra. Lego salía el sol dos tres días y regresaba la
lluvia.
El
quince de septiembre, ya estaba preparada la fiesta para El Grito.
Trajeron una banda de Ojuelos y mezcal de la Pendencia, los que
sabían tenían sus guardaditos de Santa Teresa que se mas
fuertecito, pero al pardear el cielo se encapotó y una retahíla de
truenos anunció una culebra que cargó con todos los adornos de
papel de china, dio al traste con las banderitas que adornaban las
casas. La lluvia no cesaba y la gente prefirió guardarse en la casa
y aunque de las aguas queda más que de las secas, junto al “Que
llueva, que llueva, la virgen de la Cueva, las nubes se levantan, los
pajarillos cantan, ¡Que sí, qué no, qué caiga un chaparrón!”,
también en voz alta rezaban “Santa Bárbara doncella, líbranos de
una centella”.
El
presidente municipal de la Blanca, agorzomado y mohíno por la
lluvia, aunque esperanzado por la cosecha, lamentaba que no fuera a
haber Grito, porque, vamos a ver, un Grito sin gente no es Grito. A
ver, que hubiera hecho el Padre Hidalgo si le hubiera llovido como
orita, pensaba y pensó. De manera que llamó a regidores y síndicos
que practicaban hedónicamente el placer de ver llover y no mojarse,
a reunirse en el salón de juntas. Con toda la entereza y serenidad
de que fue capaz y haciendo de tripas corazón porque implicaría
volver a hacer el gasto les propuso: “Señores del Cabildo, que les
parece que por motivo de las lluvias, dejemos el quince pa´l
dieciocho”, por unanimidad el cabildo secundó a su presidente:
“¡Aprobado!”, y así fue. El dieciocho no llovió.
Si
lo hacen los presidentes…y las presidentes municipales, contimás
los presidentes de la república que, como ha quedado dicho en
anteriores artículos por si algún nuevo y despistado lector se topa
con esta columneja, suelen sufrir como en mayor o menor medida, todos
los políticos, la tentación del Adanismo, que es tanto como
sentirse el primer hombre sobre la tierra, y llegan como es natural a
inaugurar el mundo. Así es que el presidente López Obrador, como
cualquier otro político estuvo pensando como reverberar su ceremonia
de El Grito. Lo mejor, desde luego, es que aquí no hay más que un
solo Dios verdadero y ni siquiera tres personas distintas, porque los
otros dos poderes no pintan y la señora esposa del Presidente, pues
no es más que la señora esposa del Presidente. A él le gusta
mandar mensajes y aprovecha para ello la menor oportunidad. Tira la
piedra y no esconde la mano, pero se hace como que la Virgen le
habla.
Por
decisión del pueblo sabio de México, nuestra república es
democrática, representativa y federal, y una decisión política
fundamental es que para su ejercicio el gobierno se encomienda a tres
poderes que tienen la misma jerarquía, a menos que la Cuarta
Transformación haya decidido lo contrario y estemos en camino de
modificar la Constitución.
Esta
vez se trataba de que sólo AMLO reverbereara y reverbereó.
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