DERECHOS HUMANOS ¿CON QUÉ SE COME?
De
un tiempo para acá las palabras, el concepto “Derechos Humanos”
forma parte del discurso usual en la vida cotidiana. Lo manejan los
políticos, lo utilizan las organizaciones de la sociedad civil, lo
reclaman los ciudadanos, lo reinvindican los grupos indígenas, lo
alegan los migrantes, lo demandan las policías, lo usan lo mismo
para demandar la práctica del aborto (eufemísticamente
“interrupción del embarazo”) como un DH de la mujer embarazada,
que para exigir que se respete la vida del ser concebido que la tiene
propia, aunque dependiente y para solicitar el respeto de ejercer la
objeción de conciencia (si para mí es un asesinato, es estado no
puede forzar a cometerlo); todas las acciones del estado son en
declaraciones con pleno respeto a los derechos humanos; se detiene
“respetándolos”, se aisla “respetándolos”, se incomunica
“respetándolos”, se deporta “respetándolos”, se inmovilizan
cuentas “respetándolas”, se difama, se calumnia, se amenaza con
total respeto a sus derechos humanos y a su garantía de audiencia (a
toro pasado).
Esa
utilización anfibológica del concepto y su aplicación no pocas
veces a situaciones que se excluyen, la falta de propiedad en su
manejo y el atribuirlo lo mismo para un barrido que para un fregado,
me lleva a una primera y no muy sólida hipótesis, de que en treinta
y tantos años que tenemos organismos públicos promotores y
defensores de DH, no se ha logrado ni siquiera, que permeé una idea
mas o menos clara de que hablamos cuando hablamos de derechos humanos
(cfr. Raymon Carven).
No
es infrecuentes escuchar de los derechos humanos de las víctimas,
contraponiéndolos a las de los victimarios, como si fueran
excluyentes, o de los derechos humanos de los policías antagónicos
a los de los delincuentes. Y timoratamente se suele responder con un
discurso mas o menos obtuso que no lastime a nadie y que trata de
dejar contentos a todos. Se atribuye al político británico Benjamín
Disraeli, que cuando le preguntaron el secreto del éxito, contestó:
No lo sé, pero sé el del fracaso, tratar de quedar bien con todos.
Hay
que decirlo claro, muy claro, la autoridad, las autoridades en tanto
autoridades no tienen derechos humanos o derechos fundamentales, que
de hecho son dos formas de referirse al mismo concepto. El policía
en tanto que policía no tiene derechos humanos, los tiene en tanto
que ser humano, en tanto que individuo, en tanto que ciudadano.
Veamos un ejemplo con manzanas, con perdón de los lectores
carnívoros y los avezados que pueden ahorrarse este articulejo, si
un policía sin motivo alguno o con un motivo baladí tal como
“sorprenderle en actitud sospechosa” detiene a una persona y le
somete por resistirse a que se le practique una revisión de rutina,
(en palabras del detenido “madrearlo por no dejarse bolsear”),
evidentemente estará cometiendo una violación flagrante de los DH y
ameritaría una sanción, pero, no se podría condenar al policía
por abuso de autoridad sin ser sometido al debido proceso. Pero si el
detenido en un descuido del policía regresara la agresión y
lesionara al policía, no estaría violando sus DH, sino cometiendo
un delito, que desde luego debe castigarse.
Los
estudiosos discuten si es posible que la conducta de los particulares
se considere como violación de los derechos fundamentales, sin que,
a la fecha, haya una opinión única compartida. Pensemos, por
ejemplo, que una secta religiosa establece, como sucede en algunos
pueblos africanos, la ablación del clitoris de sus seguidoras, ello,
desde luego si lo cometiese la autoridad sería una clarísima
violación de derechos fundamentales, pero cometido por los líderes
sectarios es un delito gravísimo. No perseguirlo, tolerarlo,
propiciarlo, implicaría la violación de DH y la secta religiosa
sería instrumento para su violación.
Hay
temas afortunadamente en los que existe el reconocimento de que
constituyen claras violaciones a los DH, aunque ese “reconocimiento”
no implica la convicción de su combate ni mucho menos la búsqueda
de su erradicación. Tal es el caso de la Tortura, en que
aparentemente la sociedad está conteste en que es una práctica que
debe desterrarse y sin embargo, las encuestas que han realizado
organismos tan serios como el INACIPE, han arrojado datos
verdaderamente sorprendentes tales como, que tratándose de delitos
graves casi el 70 por ciento de los encuestados manifiestan estar de
acuerdo en que se utilice para su investigación, lo que supone, de
entrada, la aceptación de que se torture a un inocente, lo que
resultaría verdaderamente salvaje. Parece, mas bien, como que la
“gente” da a priori un voto de confianza a la policía en cuanto
a haber encontrado el responsable, y la tortura solo sirve para
convalidar la responsabilidad con la confesión. Una creencia que
proviene de la antigua dogmática penal, que lamentablemente se
fortalece con las series y películas “policíacas” que suelen
culminar, no con la resolución del caso, sino con la confesión
luego de ser sometidos los imputados a las torturas mas sofisticadas,
que son presentadas como prácticas de interrogatorio e
investigación.
Un
periódico de la capital publicó en una columna el día de ayer o
antier, que una comisión de la ONU vendrá a Aguascalientes para
investigar la práctica de tortura por parte de las autoridades de la
Procuraduría General de Justicia entre 2011 y 2014, ello seguramente
implicaría un período que, no habría razón para delimitar.
Cualquier medida que se lleve a cabo para concienciar de que la
tortura no sólo es inhumana sino inútil, es un avance para
paulatinamente transformar esa representación social que conceptúa
a los organismos defensores de DH como defensores de delincuentes y a
los delincuentes como seres atávicos con una inclinación innata al
mal, sin parar mientes en que la sociedad también es responsable y
debe hacerse cargo de quienes delinquen, porque cualquiera tenemos el
riesgo de eventualmente delinquir.
En
las llamadas redes sociales circula un vídeo de la tortura infligida
a un sujeto a investigación en el Caso Ayotzinapa, señalando que la
CNDH no consignó en su Recomendación que se hubiera practicado
tortura, aduciendo ésta que se señalaron malos tratos. Un
eufemismo. A las cosas hay que llamarles por su nombre. A los DH, DH,
y a la tortura, tortura, para ir empezando a trabajar en el camino de
su erradicación.
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