LA MUERTE DE CHARLIE
Murió Charlie hace unos días,
menos de una semana para mas señas. Su muerte no suscitó mas
sentimientos de condolencias que las de un niño común y corriente
que no pasara de los tres años. Los inconsolables padres, los
familiares cercanos, los médicos que lo trataron, las enfermeras que
lo atendieron y que siguieron de cerca una terrible lucha que, sin
saberlo, protagonizó hasta, como dicen las notas periodísticas, su
fatal desenlace. Charlie nunca lo sabrá pero su muerte, eutanasia o
como algunos prefieren llamarle ortotanasia, aunque no se me escapa
que hay matices que las diferencian, ocurrió luego de una denodada
batalla legal por el derecho a prolongarle la vida para hacerlo
susceptible de un tratamiento médico que no contaba con la
aprobación para su uso, ni siquiera en conejillos de indias.
Los padres de Charlie, desesperados
y por qué no, esperanzados, querían que su hijo fuera el conejillo
de un tratamiento, apenas en desarrollo, que podría entregarle la
salud que nunca tuvo. Es cierto que no se contaba con los protocolos
que garantizaran su aplicación en seres humanos con resultados
positivos. Los laboratorios que lo tienen en desarrollo lo ofrecieron
como un clavo ardiendo del cual colgar la esperanza pequeñita, que
otros tratamientos frustrados la habían empequeñecido hasta dejarla
en una chispa minúscula, pero pequeñita también era la que salió
al final de aquella caja de la imprudente Pandora, quien liberó
tontamente a todos los males que desde entonces agobian a la
humanidad. Pequeñita y todo, aquella chispa se multiplicó
alimentando desde entonces las ilusiones, los proyectos, y, por qué
no decirlo, las ilusiones de todo hombre y mujer que viene a este
mundo.
Charlie no morirá del todo,
convertido en voluminoso expediente, reducido luego a unos millones
de bits en un almacén electrónico, citado en multitud de
precedentes, unos para criticarlo, otros para ponderarlo, su caso
marca un hito jurídico en su intersección con la bioética, ese
campo de la ética que nos pasma, nos estremece y nos deja
boquiabiertos, mientras los filósofos, quitados de la pena discurren
abstracciones que no les quitan el sueño, discuten problemas que no
son los suyos y apuntan soluciones que ni les van ni les vienen. En
tanto las mujeres y los hombres de carne y hueso padecen las
angustias de los seres concretos con nombre y apellido.
Charlie nació en Inglaterra en el
seno de una familia que lo esperaba con alegría y lo recibió con
júbilo, pero como suele suceder en aquel país, alguna bruja mala
manchó su sino con un pecado original, que como todo pecado original
nos toca aunque no nos toque, es decir que nos afecta sin tenerla ni
deberla. Misterio insondable que la teología explica con uno de sus
peculiares recovecos para dejar a Dios en pleno disfrute del buen
nombre y buena fama de que goza. Se inventó, por ejemplo, que el
original era un pecado de la especie y en consecuencia todos los
descendientes de nuestro padre Adán y nuestra madre Eva cargamos con
esa infamia de nacimiento, y, cosa curiosa los descendientes de la
primera Eva, la siniestra Lilith fecundada por algún arcángel
réprobo o algun secuaz incubo o sécubo, con todo y ripio, no tienen
que cargar con pecado original. El pecado de Lilith no fue querer
asemejarse a su creador, sino sostener igualdad frente a su pareja,
lo que hasta la fecha para muchos varones sigue siendo pecado.
El antidon de Charlie fue una rara
enfermedad que afecta las células desde su programación misma lo
que hace que el individuo carezca de argumentos vitales para
sobrevivir. Cuando lo afecta desde su nacimiento sus expectativas de
vida son prácticamente igual a cero. Al menos hasta la fecha solo se
conocen tratamientos paliativos que, pueden prolongar la vida de
quien recibe la sentencia en edad madura, pero que condena sin
apelación posible a los jóvenes y niños.
Buscar un tratamiento, hacer crecer
la esperanza, pelear porque a su hijo se le brindara como a los demás
la oportunidad de una infancia feliz, de una crítica adolescencia,
de una juventud vertiginosa, una madurez estable y una vejez
decadente y terminal, fue la divisa que movió a los padres de
Charlie. Cuando prácticamente se agotaba su inercia vital recibieron
la noticia de un posible tratamiento desarrollado por científicos
estadounidenses, no tenía garantía, no tenía seguridad, no tenía
antecedentes, pero abría una ventana esperanzadora, y aquí es donde
empieza el calvario legal.
Las condiciones de vida de Charlie
eran totalmente dependientes, en parte por su pequeña edad, unos
cuantos meses, en parte porque su minado organismo combatía contra
si mismo, trasladarlo a EE.UU. Implicaba un gran riesgo y un gran
costo, lo segundo se pudo paliar con las aportaciones de muchas
personas generosas que tomaron como propia la cruzada de los padres.
La primera encontró una inesperada muralla legal ¿Hasta dónde
tienen derecho los padres de intentar prolongar la vida de un menor,
cuando sus expectativas de vivir y en todo caso su calidad de vida no
serían halagüeñas?. Sus padres hicieron lo que quizás cualquier
padre, o madre, hubiéramos hecho, enfrentarnos al mundo si necesario
fuera, para prolongar la vida con la esperanza de que se encontrase
mientras tanto una cura para el mal.
Las cosas de palacio van despacio,
reza un viejo adagio español, y ciertamente los procesos legales
suelen ser largos y tortuosos, como decía Don Antonio Leal y Romero
en una expresión homofóbica inaceptable hoy día: “No se si el
ballet los hace o entran los que ya están hechos”. Así los
abogados o son o se hacen, pero los juicios y en general todo
procedimiento legal se alarga hasta agotar la cartera o la paciencia
de los clientes. El proceso se alargaba y la salud de Charlie
disminuía ostensiblemente. En la carrera de resistencia el que no
resistió fue Charlie y los padres finalmente cedieron también.
Dejaron de luchar y el pequeño luego de, esta vez, un proceso legal
mas expedito, y de que se le retiraron las ayudas vitales, murió.
Charlie murió, pero su lucha no,
¿Por qué el Estado, ese terrible Leviatán, se arroga el derecho de
decidir quien tiene posibilidades de vivir? ¿Por qué a quienes le
dieron la vida le quitan el derecho de prolongar hasta el último
momento la vida de su criatura? ¿Por qué unos viejos rancios,
togados y con peluca pueden decidir cual será el último momento de
un individuo? Quizás la respuesta esté en el viento…
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