EN LA MARCHA DEL ORGULLO LÉSBICO GAY
“De nuestra generación han
muerto muchos jóvenes brillantes, y la torpe muerte segadora no ha
entendido que para el equilibrio del mundo, quizá fuera mejor que se
llevase a los mediocres que tal
vez alcancen una
venerable senectud” Mariano Picón Salas.
“Pero,
¡no!... tu misión no está acabada,
que ni es la nada el punto en que nacemos
ni el punto en que morimos es la nada.”
que ni es la nada el punto en que nacemos
ni el punto en que morimos es la nada.”
Ante un
cadáver, Manuel Acuña.
El
pasado fin de semana la comunidad lésbico gay llevó a cabo lo que
se ha venido denominando la “Marcha del orgullo”, que
lamentablemente tuvo un dramático tono luctuoso, por un accidente
mortal que empañó lo que era un acto reivindicatorio. La marcha,
como seguramente otras manifestaciones de propósitos similares, ha
sido cuestionada por sectores conservadores de la sociedad, ¿De qué
están orgullosos?, ¿Por qué están orgullosos?, ¿Para qué hacer
estas manifestaciones?. Expresiones como estas encuentran si no
respaldo, si justificación a partir de las manifestaciones
realizadas en nuestra ciudad por autoridades de diversos tipos, que,
en lugar de expresar el respeto, el derecho y, una virtud que habría
de sacudir a la mayoría de la población que dice profesar un credo:
la caridad, denuestan a una comunidad que debiera ser objeto de todo
respeto.
Una
suma de negligencias ocasionó el accidente que provocó la torpe
prisa de un joven que segó la vida de otro, que sumaba su voluntad a
la del grupo de manifestantes para expresar su orgullo. En un libro
que seguramente resultará ilegible a estas alturas, porque no podría
reducirse a 140 caracteres, ni podría ilustrarse de manera que
alcanzase la hospitalidad de “Face”, y que desde luego no podría
ser “trend topic”, José Ingenieros, el humanista argentino
desarrollaba en un capítulo la idea del orgullo contrapuesto a la
vanidad. En “El Hombre Mediocre” que así se llama el libro y que
junto con “La simulación en la lucha por la vida” y su obra
póstuma “Las fuerzas morales (sermones laicos)”, forman una
trilogía de enseñanza axiológica para la juventud, señala que la
vanidad se encuentra en el extremo negativo de un continuo en el que
el extremo positivo lo constituye el orgullo: la conciencia y
conocimiento del propio valer y el actuar en consecuencia. En sus
palabras: “El
orgullo es una arrogancia originaria por nobles motivos y quiere
aquilatar el merito; la soberbia es una desmedida presunción y busca
alargar la sombra; catecismos y diccionarios han colaborado a la
mediocrización moral, subvirtiendo los términos que designan lo
eximio y lo vulgar”.
No
es el lugar ni el momento para formular un juicio respecto de los
comportamientos de la autoridad y de los particulares que dieron por
consecuencia la tragedia. Queda siempre la corroyente sensación de
que se pudo haber evitado, cuando no la impresión de vivir una
pesadilla de la cual habrá de despertarse a una realidad sin el
desenlace fatal que todos lamentamos. La policía reaccionó rápido
aunque sin duda a destiempo, la fiscalía ha realizado prontamente su
labor y el poder judicial habrá de emitir su resolución que nada
cambiará. Nada de lo que el sistema de justicia pueda hacer expiará
las responsabilidades. La ausencia seguirá y la presencia ominosa de
los “hubieras” no se esfumará.
De la desgracia podría intentarse
alguna reflexión constructiva. Las omisiones, los negligencias, las
impericias, se sumaron. Decía el trágico Agatón “El pasado ni
Dios lo puede cambiar”. Las primeras expresiones que circularon en
los medios de comunicación y en las llamadas redes sociales, fueron
alimentadas por la sorpresa, el estupor y la falta de información.
Solo un puñado estaban en el lugar de la tragedia y de ellos, unos
cuantos se percataron de su desarrollo. La mayoría voltearon al
escuchar el impacto, sin embargo hubo expresiones lamentables, que se
explican por el azoro del momento. No faltó quien la calificara como
un acto de odio, con una intencionalidad hacia una comunidad que ha
sido mucho tiempo objeto de burlas, de escarnio, de ataques sin
sentido. Nada en los hechos podría sostener una visión tan
desmesurada.
Sin embargo, también en redes
sociales se vertieron expresiones inadmisibles que provienen de una
visión distorsionada, ignorante y maniquea de la preferencia sexual
y de género de los seres humanos. No merece la pena repetirlas, pero
sí señalar que esas expresiones que denostan al “alter”
muestran una misantropía enfermiza a la manera de Kizt: “Nadie es
mi semejante, mi carne no es su carne, mi sangre no es su sangre”.
No es exagerado atribuir muchas de esas expresiones al cobijo que
encuentran en actitudes de la autoridad religiosa y civil que
cuestionan la elección, la preferencia, la decisión en la elección
de pareja o de comportamiento genérico, con una carga que tiende a
descalificar. Es inadmisible que los representantes populares,
aduciendo conceptos de oportunidad baladíes, no realicen los cambios
obligados al Código Civil cuando el máximo órgano judicial, la
Suprema Corte ya señaló que son inconstitucionales las reglas
jurídicas que señalen que el fin principal del matrimonio es la
procreación y son inconstitucionales las reglas que señalen que el
matrimonio es un contrato entre un hombre y una mujer, también la
prohibición de que una pareja homosexual pueda adoptar un menor. Su
tardanza injustificada propicia confusiones en la sociedad y
expresiones discriminatorias.
Hace unos días a su regreso de un
viaje por Armenia, Su Santidad Francisco realizó su acostumbrada
rueda de prensa, en la que respondió las preguntas de los
corresponsales acreditados ante el Vaticano. Entre otras cosas llama
la atención sus expresiones respecto de Martín Lutero a quien
señala como el gran reformador y dice que sus intuiciones no eran
equivocadas, que la Iglesia no realmente un modelo a imitar. Cindy
Wooden de la Agencia Católica de EE.UU le recuerda que en Dublín
el cardenal alemán Marx, hace poco señaló que la Iglesia Católica
debe pedir perdón a la comunidad gay por haberle marginado. Su
Santidad respondió: “Yo repetiré lo que dije el primer viaje y
repetiré lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica: que no
deben ser discriminados, que deben ser respetados, acompañados
pastoralmente… si la cuestión es una persona que tiene esa
condición, que tiene buena voluntad y que busca a Dios, ¿quiénes
somos nosotros para juzgarla?...Yo creo que la Iglesia no solo debe
pedir a esa persona que es gay, a la que ha ofendido, sino que debe
pedir excusas a los pobres, a las mujeres y a los niños explotados
en el trabajo. Debe pedir excusas por haber bendecido tantas
armas...No se si he respondido. ¡No solo excusas perdón!”.
Lo dice la Suprema Corte de
Justicia, lo dice Su Santidad Francisco.
¿Entonces?
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