Ayotzinapa…alguien sabía mas…alguien sabe mas
“Un
hombre muere en mí, siempre que un hombre muere en cualquier lugar,
asesinado por el miedo o la prisa de otros hombres” fragmento
del poema Civilización de Jaime Torres Bodet.
No
sé si se trate del hecho más ignominioso relacionado con la
administración de justicia en lo que va del siglo XXI en nuestro
país, pero indudablemente Ayotzinapa es el más sonado, el más
conocido y el que hasta el momento ha tenido mayor repercusión
internacional y que, en nuestro país, quien sabe por qué ha tenido
protestas todavía dentro de los límites de una “manejabilidad”
que en cualquier momento podría desbordarse.
Seguramente
las muertas de Juárez todavía sin plena aclaración y el caso de
los migrantes muertos encontrados en fosas clandestinas en Tamaulipas
recibirían con mayor propiedad la calificación de genocidios y por
lo tanto de crímenes de lesa humanidad. Ambos casos no pudieran
comprenderse sin contar con la complicidad y por lo tanto el silencio
de las autoridades policíacas en un segundo momento, posterior a los
asesinatos. La cadena de feminicidios de la frontera y las muertes
constantes de los centroamericanos que migran en busca del sueño
americano, representan casos vergonzosos en los que la opinión
pública parece haber llegado a un punto de saturación en el que ya
no pasa nada. Algo parecido a lo que experimentamos con un olor
nauseabundo que, soportadas las primeras impresiones y luego de
respirar profundamente, la pituitaria se satura y sube el umbral
permitiéndonos terminar por acostumbrarnos al mal olor sin el
rechazo inicial.
No
hay justificación razonable para la conducta generalizada de
soportar los crímenes con tintes genocidas, ocupándonos de cosas
banales mientras nuestra conciencia se tranquiliza por haber
expresado en su momento una condena. Quizás la explicación sea lo
que ha citado en repetidas ocasiones en sus columnas el antropólogo
Juan Castaingts: la anomía. La anomía, mezcla de apatía,
desesperanza, desgano, desconfianza, incertidumbre, que nos lleva a
considerar que, pase lo que pase, haga lo que haga, diga lo que diga,
nada cambiará, por lo tanto, no queda más que apurar el momento,
entretenerme en las redes sociales, dilapidar tiempo en los antros, y
dejar que la vida se consuma por qué, de cualquier forma no saldré
vivo del mundo.
Ayotzinapa
parece, lamentable y afortunadamente un revulsivo para la vida
pública del país. De la sorpresa inicial, se pasó al estupor, de
este a la incredulidad y de allí a una indignación que crece a
medida que se conocen más detalles que rodean a la desaparición de
estos jóvenes normalistas. Lamentable que tenga que suceder una
desgracia de tal magnitud para que la sociedad salga de su marasmo,
de la que, sin embargo tendrán que desprenderse consecuencias
positivas para la vida pública del país.
Nos
hemos también acostumbrado a hablar de corrupción y de impunidad,
como de males necesarios que provienen de una idiosincracia
resultante de un mestizaje desafortunado. ¿Qué se esperaba de una
mezcla tal? se suele decir, de unos conquistadores de lo peor,
salvados de las mazmorras, reclutados de los parias, complementados
por los tránsfugas y un pueblo sojuzgado, vilipendiado, avasallado,
que no supo, ante el temor reverencial, hacer valer su indudable
superioridad numérica. Los mexicanos somos así, nacidos de una
contradicción, tenemos que ser naturalmente incongruentes. El trauma
de la conquista nos sigue marcando e incapaces de sobreponernos a él,
seguimos seducidos por los abalorios y los espejitos, y de esa
conducta asumimos el engaño, el cohecho, la concusión.
Pequeños
comportamientos de todos los días nos recuerdan esa supuesta fatal
resultante del mestizaje: el que se mete en la fila que otros
pacientemente han formado, el que escamotea unos gramos en el
producto que vende y que es de primera necesidad, el que a sabiendas
utiliza un billete falso para obtener una pequeña ganancia sin
demasiado esfuerzo, el que no respeta el lugar señalado para los
discapacitados a los que obligará a un trayecto más largo y pesado,
el que altera la bomba del combustible para expender menos de lo que
aparentemente señala el medidor, el que omite declarar actividades
mercantiles que habrían de causarle el pago de impuestos, el que
copia en un examen, el que falsifica un documento para aparentar lo
que no se es, el que adultera las bebidas que expende no obstante el
daño que pueda causar, el que introduce al país mercancía que
arruinara a las pequeñas industrias que no pueden competir con la
piratería y…¿para qué seguir?.
Es
terrible lo que pasó en Ayotzinapa pero es terrible también lo que
pasaba antes de este crimen proditorio. Ahora se nos dice que tanto
el ex - presidente municipal de Iguala como el ex gobernador de
Guerrero, eran unos pájaros de cuenta; que existía una connivencia
perversa de los grupos policíacos con los grupos de narcotraficantes
que operaban impunemente en esa zona; que nadie asume la
responsabilidad de haber postulado a ese par que llegaron a gobernar
municipio y estado, mediante un proceso “limpio” avalado por
organismos electorales que hicieron valer el “voto popular”; que
todos voltean la cara y protestan “decir verdad” de que ni los
conocían, ni los frecuentaban, ni los saludaban, ni estaban
enterados de sus antecedentes; ahora sabemos que era cosa de todos
los días que los estudiantes secuestraran unidades de transporte, a
veces con rehenes, a veces sin ellos, para bloquear carreteras y
“cobrar” un peaje forzoso con el eufemismo de “botear”; ahora
conocemos que un grupo de narcotraficantes conocido por su nombre y
por sus hechos “Guerreros Unidos” infiltraba corporaciones
policíacas y administraciones públicas para facilitar sus negocios
delictivos; ahora parece que muchas autoridades, muchos políticos,
muchos periodistas sabían mucho de lo que pasaba en Guerrero sin que
se hiciera nada para impedirlo o para atajarlo.
Ayotzinapa
no es sólo una prueba para un Gobierno, que lo es, sino una prueba
para un país, que teniendo muchas cosas positivas, muchos logros
culturales, mucho sufrimiento y trabajo, mucho de que enorgullecerse,
ha soportado, tolerado, asumido, comportamientos que están pasando
una factura dolorosa y cruenta. El Gobierno tendrá, tiene, una
prueba de fuego. Para México país, se vuelve a plantear el dilema
que el destino planteó en 1968, el camino de una democracia
deliberativa y responsable en que cada ciudadano asuma su parte en la
reconstrucción de la Patria, o el endurecimiento de un gobierno
represivo con medidas que terminaron por propiciar mas corrupción y
más impunidad.
Toca
elegir…
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