¿CAMBIO O MAQUILLAJE?, DEL IFE AL INE
A
todo puerquito le llega su San Martín, no hay plazo que no se venza,
ni fecha que no se llegue, ni deuda que no se pague, y los términos
legales algunos son fatales como es el caso del llamado
vacatio legis que
es el número de días que puede fijar el legislador entre la
publicación de la ley y su entrada en vigor. En algunos casos el
legislador puede decidir que la ley entre en vigor inmediatamente
después de su publicación como sucede en la mayoría de las leyes,
en otros puede fijar un plazo largo como es el caso de la legislación
penal de los mal llamados juicios orales que fue de varios años. El
caso es que se cumplió el término y el pasado viernes desapareció
(?) el Instituto Federal Electoral y apareció el Instituto Nacional
Electoral, cambió la “f” por “n” y cambió de presidente y
de consejeros, su duración en el encargo de seis a nueve años y la
competencia del organismo de ser exclusivamente federal a “casi”
exclusivamente federal, en una tentativa inacabada (como dicen que
dicen los abogados) de centralizar las elecciones de las entidades
federativas, dentro de un marco nacional de tentativas inacabadas de
restaurar un presidencialismo absolutista que no volverá (Krauze no
lo quiera).
El
IFE fue quizás el mejor ejemplo de un engendro producto de la
desconfianza. Resultado de la transformación de una dependencia
gubernamental en un organismo descentralizado primero y luego en un
órgano constitucional autónomo, figura que se estrenaba en nuestro
país y que ponía en jaque a los ortodoxos partidarios de la
división tripartita de poderes. La moderna doctrina constitucional
se inclina mas por la concepción de “funciones” que la de
poderes, de manera que existen diversos organismos públicos que
desempeñan diversas funciones, sin que necesariamente puedan
adscribirse en la partición de Charles Louis de Secondat, Señor de
la Brède y Barón de Montesquieu, que resultaba muy “romántica”
en el sentido de renovadora y transformadora en su tiempo, pero que
ya no se adecua a las necesidades complejas y cambiantes de las
modernas administraciones públicas.
El
IFE mal que bien sorteó tempestades con mas o menos buena fortuna.
En elecciones cuestionadas en el ámbito federal, particularmente las
últimas de presidente de la república, la legitimidad provino más
de acciones “legitimadoras” del electo, que de la declaratoria
emitida por la autoridad electoral. Aunque probó su eficacia en
otros campos, particularmente para que los jóvenes accedan a los
antros mediante su credencial para votar, o para que los trámites
bancarios dejen de ser una terrible pesadilla y se limiten a ser una
tremenda pesadilla, no logró calar hondo en el ánimo ciudadano o al
menos es la percepción que han mostrado encuestas, por una parte y
por otra el innegable altísimo costo del organismo que convirtió
las elecciones en nuestro país en un verdadero lujo. El costo por
voto, en datoos de hace tres años, en nuestro país está 18 veces
arriba del promedio que prevalece en iberoamérica, cada sufragio nos
cuesta 17.24 dólares, lo que contrasta con los 41 centavos de dólar
en Argentina. El informe de Fundaciones Internacionales Electorales
para Sistemas (IFES, su sigla en inglés) sobre “la aplicación de
la reforma electoral de 2007-2008 en México, desde una perspectiva
comparada a escala mundial”, precisa que el promedio que las
naciones iberoamericanas destinan a ese rubro es de 123 millones 226
mil 896 dólares, que contrasta sensiblemente con los 465 millones 21
mil 714 dólares que se gastarom en México. Según el informe, en
Brasil el costo del voto es de 29 centavos de dólar; en Colombia,
1.95; Ecuador, 1.09; Panamá, 5.25; Uruguay, 3.72, y el más elevado
–sin contar a México– es el de Costa Rica, donde asciende a 8.58
dólares.
El
discurso de toma de posesión del flamante presidente del flamante
instituto electoral, Lorenzo Córdova Vianello, es un mensaje
políticamente correcto “la consolidación democrática debe
asumirse en buena medida como un reto cultural” , “de modo que
los ejes y la base de convivencia política se base (sic) en la
asunción práctica y recreación cotidiana de los valores y
principios democráticos por parte de todos”, aclara que no parte
de cero, reconoce el valor del Servicio Profesional de Carrera de la
institución antecesora y manifiesta su deseo de convertir al INE en
“el ancla de la estabilidad política, certeza para todos los
actores y fortalecimiento democrático de nuestra sociedad”, Amen,
diremos los mexicanos.
¿Pero
qué cambia en la institución? El andamiaje se conserva
prácticamente el mismo, la experiencia y conocimiento del personal
de carrera se seguirán aprovechando, se sustituyen los consejeros y
se realizan pequeños cambios cosméticos en su número y su
duración. Se magnifica (parece) la figura del presidente al hacerlo
durar 9 años lo que lo convierte en una figura clave en el ejercicio
político electoral del país. Algunos críticos han señalado que en
la forma de selección de los consejeros no se apunta diferencia y en
la estructura que plantea y su posible injerencia en las elecciones
estatales podría significar un retroceso en la concepción
republicana descentralizadora.
A
vuelo de pájaro echemos una mirada sobre los principales cambios que
se advierten en el nuevo organismo a partir de su legislación: el
INE organizará las elecciones federales y participará de manera
conjunta con los organismos estatales en las elecciones locales
(estatales y municipales), tendrá la obligación de impartir la
capacitación electoral; determinar la geografía electoral
(distritos y secciones electorales); trabajar en el padrón y la
lista de electores; determinar la ubicación de las casillas y la
designación de los funcionarios de sus mesas directivas; dar los
lineamientos para los resultados preliminares; así como fiscalizar
los ingresos y egresos de partidos políticos y candidatos locales;
el INE podrá realizar las elecciones locales si así se le solicita
y podrá “atraer” los asuntos de aplicación e interpretación
que considere relevantes; en el INE concurrirán, con voz pero sin
voto, los consejeros del Poder Legislativo, los representantes de los
partidos políticos y un secretario general, tal como lo era en el
IFE; el Consejo General del INE tendrá la facultad de designar y
remover a los consejeros electorales de las entidades, lo que
indudablemente constituye una intromisión en la soberanía de los
estados y un atentado al pacto republicano; del INE realizará
funciones de auditoría de la utilización de recursos por parte de
partidos y candidatos de manera directa por el Consejo General del
instituto para lo cual no estará limitado por los secretos
bancario, fiduciario y fiscal, y contará con el apoyo de autoridades
federales y locales; el Consejo General del INE también tendrá la
facultad de que, si los partidos políticos así lo solicitan, pueda
organizar las elecciones de los dirigentes partidistas con cargo a
las prerrogativas de los partidos (¿intromisión en la vida
interna?); la reforma finalmente establece también que el INE pueda
encargarse de realizar pagos a proveedores y prestadores de servicios
de los partidos a petición de éstos.
En
fin que, la reforma del instituto electoral se inscribe en la reforma
electoral que se inscribe dentro de las “grandes reformas” de
nuestro sistema político. ¡Qué sea para bien...! lo que solo podrá
ser con el concurso de todos los ciudadanos. Con una participación
del 50% de los empadronados la democracia sin adjetivos sigue siendo
una aspiración mas o menos lejana, digo, cercana.
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