SE NOS MURIÓ EL DR. PÉREZ ROMO.


 

Hay personas que mueren, creo ya haberlo escrito, y es triste y lamentable, hay personas que se nos mueren y su ausencia nos empobrece, nos desvalida, nos enhuerfanece, pero hay otras que duelen y enlutecen a todo un terruño, a toda una comunidad, porque encarnan los valores, el “elan”, el estilo que nos identifica, el modelo que nos representa, el paradigma al que aspiramos. Ingrid, su nieta contestó mi mensaje: “...yo pensaba que mi abuelo era inmortal…”. No inmortal, pero si perenne, para Aguascalientes todo, su pérdida será sólo una transmutación, porque en buena medida fue un factor configurante del ser y quehacer cultural, en el más amplio sentido, que pervivirá en los “acalitanos”, el toponímico que él Dr. acuñó.

La muerte siempre tiene algo de sorpresa, de incredulidad, de misterio insondable y siempre hay una tendencia a cuestionar la verdad más firme de la vida, aunque, decía Octavio Paz, si amo entrañablemente la vida por qué he de temer a la muerte que es su término y su fin. El Dr. se entregó a la muerte como a una visita esperable y ya esperada, con la misma intensidad y plenitud que se entregó a la vida. Chuy, me dijo el viernes pasado, estoy conciente de que que estoy viviendo mis últimos día y los voy a vivir plenamente. Así fue, sin angustia, sin temor, sin resentimientos ni heridas pero si inevitables cicatrices, sólo con una cierta morriña, sereno y en plenitud, dueño de sí y de su clarividencia, no fue a buscarla pero la espero a pie firme e hizo la cruz, como hombre, creyente y taurino.

El hombre es el estilo, dice Buffon, y el Dr. marcó su impronta en todo aquello en lo que participaba, con esa sensibilidad, bonhomía y cordialidad, que le abría puertas y le ganaba corazones. Siendo rector de la U.A.A. muy al principio de su gestión, tuvimos la visita del Sub-secretario de Educación Pública, el Profr. y Lic. Eliseo Mendoza Berrueto, luego de un recorrido por la universidad y sus instalaciones, reunidos en el salón del Consejo, el Dr. tomó la palabra y más o menos le dijo: ahora que regrese usted a la ciudad de México, cuando tenga que resolver las asignaciones para nuestra universidad, cuando revise la documentación y tenga que tomar una decisión, no queremos que lo haga sólo, queremos pedirle que invite a un muchacho para que lo ayude a decidir. Todos nos sorprendimos y no falto alguno, supongo, que pensó que la propuesta resultaba un tanto importuna. Queremos, continuó el Dr. que invite a un muchacho que un día en su pueblo abrigó la ilusión de ser maestro, que con mucho esfuerzo pudo ingresar a una normal rural, y que luego de sacrificios se recibió y soñó en seguirse preparando, queremos que invite a Eliseo Mendoza Berroeto cuando era muchacho.

En una vuelta a la Secretaría de Educación en la ciudad de México me pidió acompañarlo, coincidió que el día anterior a la cita, domingo, se presentaba en México Rafael De Paula, el genial e impredecible torero gitano. Le propuse adelantar el vuelo para ir a los toros. Ya en México previo a la corrida fuimos a comer al Gran Taquito en Holbein, frente a la Plaza México. De repente, el Dr. se fijó en una persona ya de edad pero con garbo y prestancia que acababa de entrar al restorán. Es Cagancho, me dijo y se levantó y fue hacia la persona que vestía un traje tabaco con una corbata verde seco, se acercó a él y empezó a hablarle, yo no escuchaba naturalmente, pero veía el fervor con que le tomaba las manos y emocionadamente le decía sus palabras. Aquella persona le pareció corresponder con cordialidad, se despidieron y el Dr. regresó a la mesa. Dr. le dije: le he visto saludar a presidentes, a embajadores, a prelados, a rectores extranjeros, a personalidades del arte, etc., y nunca le había visto tan emocionado y exaltado, “Es que es Cagancho, Chuy, el gitano de los ojos verdes”.

Generoso y caritativo, finalmente dos caras de una misma virtud, practicaba en superlativo el apotegma budista: A todo el que te pida, dale. Tiempo, bienes, servicios y si no podía más, atención y afecto. Algún día, yo, que en un tiempo fui como un pepe grillo al revés, le señalaba lo que a mi juicio parecía una atención desmedida para alguien que no se había portado correctamente. El Dr. me recriminó suave pero firmemente, parte de su estilo: No me quieras volver perro del mal, Chuy.

Dice Borges, que otros se enorgullezcan de los libros que han escrito, yo me enorgullezco de los que he leído. Parafraseándolo podría decir, que muchos con razón se enorgullecerán de su relación con el Dr. Pérez Romo, siempre cordial, siempre afectuoso, con señorío y prestancia, yo, me vanaglorio, (no se preocupe Dr. no voy a llegar a más) de conocer algunos de sus desafectos. Pecadillos veniales, la mayoría, de los cuales a veces se permitía hacer confesión, para lograr la absolución condicionada a no convertirse en arguenas y en cambio transformarlas en motivo de jocundia y no pocas veces de chufla, no más.

Tomada la decisión de transferir a la UAA su gran acervo bilbiográfico, lo que constituye ahora la Infoteca, decidió también que no llevara su nombre sino el “nomen” familiar, para comprometer, seguramente no hubiera hecho falta, a toda su “gerendencia” a seguir enriqueciendo el acervo. Un día me llamó y me pidió que revisara algunos de los ejemplares de los que tenía duda si convendría dejarlos en la infoteca. Él ya lo sabía, pero le costaba trabajo condenarlos yo reforcé la sentencia. Mientras expurgábamos y condenábamos al ostracismo a muchos libros indignos de estar allí, me dijo: “Chuy, estamos haciendo lo que el cura y el barbero con la biblioteca de Don Quijote” y soltó la carcajada.

Creo que su última aportación fue la organización del espacio de reflexión sobre temas contemporáneos “Helikón”, allí en su infoteca, y ya se encontraba, incontenible, tramando con que habría de continuar, pero allá también les hacía falta y se consumó la apoteósis.

Ante la imposibilidad de una bografía, unas cuantas pinceladas disímbolas para caracterizarle.

Fui su empleado, fui su colaborador, fui su compañero y él generosamente me nombró su amigo. Le lloro agradecido, satisfecho y orgulloso.


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